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viernes, 30 de enero de 2015

Los medios y su campaña de desprestigio: não tem fim










A medida que transcurren los días cada vez son más fuertes los indicios que conducen a sospechar que la fallida “denuncia del fiscal” ha sido fruto de una “operación política”. No  obstante, no es menos cierto que buena parte de la prensa local -empeñada, desde hace tiempo, en frustrar la conclusión del mandato de la actual presidenta- intenta deliberadamente sembrar sospechas sobre la figura presidencial  con el propósito de desdibujar su imagen ante la sociedad.
 Es dable suponer que en otros tiempos  esta metodología desestabilizadora no era necesaria, pues, el recurso tradicional consistía en recurrir a los “golpes de estado” y mediante ello poner fin a los mandatos populares. Pero obviamente los tiempos han cambiado, por ende, los métodos se han aggiornado y los propósitos desestabilizadores ya no se circunscriben, como sucedía antiguamente, a poner en movimiento a un conjunto de tropas y tanques en dirección a la Casa Rosada.
No obstante, si uno repara en el clima previo que antecedió a toda ruptura constitucional, podrá observar que los medios de comunicación hegemónicos jugaron siempre un papel determinante en lo que se refiere a crear el “consenso necesario” para que la población acepte dócilmente la interrupción del sistema democrático. Basta recordar la actitud desestabilizante que los medios asumieron durante los gobiernos de Yrigoyen, Perón, Ilia e Isabel Perón para percatarnos de semejante proceder. Hasta el propio gobierno del Dr. Raúl Alfonsín se vio acosado por la prensa para interrumpir  con antelación su mandato constitucional.
Curiosamente, fue el gobierno del presidente Carlos Saúl Menem quien no tuvo procesos de desestabilización y ello obedeció a la sencilla razón de que las políticas ejecutadas durante su ejercicio fueron funcionales a los grupos económicos concentrados. Manteniendo, a su vez en materia de política exterior, una total subordinación a los lineamientos que sugería el Departamento de Estado de los EEUU. Eran los elogiados tiempos de “las relaciones carnales”.
Fue, precisamente, gracias a esa vocación de servilismo que Argentina participó en la denominada “Tormenta del desierto” mediante el envío de tropas a Irak. Hecho este que trajo como corolario que nuestro país sufriese dos atentados terroristas (el de la Embajada de Israel y el atentado a la AMIA) por haberse involucrado en un conflicto ajeno a sus intereses.
Lo cierto es que “la prensa canalla” no solo no alzó su voz para defender la política de neutralidad que supo caracterizar históricamente a nuestra nación; sino que aplaudió el alineamiento automático e incondicional que imperaba en aquél momento.
Sin duda, la visión retrospectiva suele irradiar algunos destellos de luz sobre la oscuridad de ciertos hechos; y es en virtud de esos intervalos lumínicos cuando podemos comprender el proceder de determinados sectores bajo la oscuridad.
Una muestra cabal la hemos tenido recientemente, pues, antes del desgraciado hecho de la muerte del fiscal Nisman los argentinos contemplábamos acongojados los trágicos sucesos parisinos en relación con la masacre de Charlie Hebdo. Paralelamente los medios hegemónicos locales aprovechando ese “hecho trágico” se encargaron de distorsionar la realidad para realizar imputaciones falaces sobre el gobierno nacional.
El nuevo invento consistió en aducir que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner había adoptado una postura mezquina en referencia al repudio sobre el atentado. La intención era instalar una idea demencial, concretamente que: “el gobierno se muestra tolerante y complaciente con los actos de terrorismo”.
Nada más lejos de la realidad, y como lo hemos destacado en otra ocasión, el actual gobierno ha dado muestras más que suficientes de rechazar toda clase de terrorismo proviniese de donde proviniese, fuere éste de tinte político, racial, religioso u económico.
La idea que pretendieron instalar los medios durante todo este tiempo quedo absolutamente desmentida por la reciente carta remitida por el presidente francés, François Hollande, a nuestra presidenta de la Nación. En la misma sostiene: “Le agradezco su mensaje de simpatía, solidaridad y fraternidad que me hizo llegar cuando Francia fue tocada en su corazón por una agresión de un horror inenarrable”.
Por cierto, “la falaz idea” en los hechos ya había sido refutada por la presencia del canciller Timerman en la marcha de París y por la presencia de nuestra embajadora en Francia. No obstante, los medios no cesaron en su intento de descalificar la postura presidencial sobre la base de una argumentación creada por ellos mismos y que no se correspondía con la realidad.
Pocos días después, “inflaron” una denuncia que sin ninguna clase de asidero - ya que carecía de elemento probatorio alguno-  asociaba a la presidenta con “un acuerdo solapado”, supuestamente, para evitar el procesamiento de los responsables del atentado a la AMIA.
De ese modo se pasó de una supuesta” tolerancia” gubernamental con los actos terroristas a nivel internacional, a una “actitud de colaboracionismo” con los autores de un acto terrorista local. Lo cierto es que fuera de la repercusión mediática ambas imputaciones no tenían razón de ser, excepto para la deliberada “creencia mediática”.
Luego sobreviene la lamentable muerte del denunciante e inmediatamente procuran señalar como principal sospechoso de la misma a la propia presidenta de la república. Es evidente que quien asuma el trabajo de informarse (como es obvio, no por los grandes medios hegemónicos) podrá observar la complejidad de los hechos y reparar que lo peor que pudo pasarle al gobierno es la inesperada muerte del fiscal Nisman.
Sin embargo, los medios continúan machacando con la absurda postura de endilgar la responsabilidad de lo ocurrido hacia la figura presidencial.
Entre las tantas excentricidades que pudimos observar por estos días durante la investigación de la causa caratulada como “muerte dudosa”, nos encontramos con el sorprendente hecho de que el único imputado en la misma, específicamente el proveedor de la supuesta arma suicida (u homicida), se encargó de brindar una conferencia de prensa para desligarse de toda responsabilidad.
Es verdaderamente inimaginable que ante cada proceso judicial “los imputados” puedan realizar una conferencia de prensa para “convencer” a la audiencia de su grado de inocencia, y que los medios hegemónicos se encarguen de promocionar la misma para que el sospechoso pueda evacuar las dudas que pesan sobre el caso. En todo caso, las únicas declaraciones que importan, judicialmente hablando, son las que efectúe en sede judicial. No es cuestión de detenernos a conjeturar las innumerables hipótesis que podríamos formular con respecto a la ocurrido.
Lo más prudente es esperar que la justicia resuelva -si bien es cierto que buena parte de la estructura judicial se ha mostrado ostensiblemente adversa a las decisiones de gobierno- con absoluta imparcialidad y de la manera más equitativa posible. Y no dejarse llevar por la presión mediática que se empeña en confundir y distorsionar los hechos.
Para culminar, no podemos dejar de efectuar una mención respecto a la actitud de los “políticos opositores”  que, como de costumbre, no cesan en su intención de asumir el rol de marionetas del establishment mediático. Avalando y demostrando una actitud colaboracionista con todo propósito descalificador hacia la figura presidencial.
Está claro que no les interesa ni el esclarecimiento del caso, ni la salud de la república, ni indagar en la “inconsistencia” de la denuncia; pues, solo les interesa la especulación política y ver en qué medida pueden explotar los hechos para conquistar adeptos.
Muchos de estos legisladores de la oposición avalaron, en su momento, “las relaciones carnales”, algunos fueron parte integrante de gobiernos anteriores que nada hicieron para que la causa AMIA se esclarezca; de ahí que tampoco ninguno se preguntó porque un fiscal de la república (nos referimos al extinto Nisman) asistía constantemente a la embajada americana a recibir órdenes para la investigación del caso. Un hecho “anormal” y gravísimo institucionalmente hablando pero, al parecer, para la oposición el resguardo por el “normal” funcionamiento de las instituciones solo se invoca en casos muy particulares.
Lo concreto es que esto demuestra una vez más la concepción de “independencia” que profesan estos “dirigentes” para nuestra nación.
La misma que reivindican los medios hegemónicos, la que nos condujo, entre otras cosas, a participar de “expediciones” que tanto daño causaron a la población argentina. Sin embargo siguen allí, mostrándose como una alternativa al gobierno, penosa opción es la que ofrecen. Hoy se empeñan en cuestionar la supresión de la Secretaria de Inteligencia y la creación de la Agencia Federal de Inteligencia en un marco de mayor contenido democrático, ayer cuestionaban la posición no claudicante de Argentina con los fondos buitres, anteriormente rechazaron la ley de defensa del consumidor para proteger a los grandes cadenas de comercialización, mucho tiempo atrás rechazaban la democratización de la ley de medios intentando preservar los intereses de los grandes multimedios,  la lista sería demasiado extensa de enumerar. Pero si algo queda claro de todo esto es la predisposición pro colonial y antipopular  que expresan estos “dirigentes”.

 Menuda coincidencia con la actitud que expresan los medios hegemónicos.                                                                                      

sábado, 24 de enero de 2015

La denuncia, la muerte y la irrespetuosidad

       

Es un error capital teorizar antes de poseer datos. Uno comienza a alterar los hechos para encajarlos en las teorías, en lugar de encajar las teorías en los hechos (Sherlock Holmes)






Si nos basamos en las enseñanzas de Sherlock Holmes, a raíz de los trágicos sucesos acaecidos en nuestro país, deberíamos concluir que no hemos aprendido nada.
Arribar a semejante conclusión no requiere de mucho esfuerzo, basta con observar el tratamiento que a través de los medios de comunicación se realiza respecto de la “dudosa muerte” -concepto que también implica la hipótesis del suicidio- del fiscal Nisman para corroborar la certeza de semejante juicio.
Quizá las sugerencias del exitoso “detective literario” no sean tomadas en cuenta por tratarse de un personaje de ficción; sin embargo, no dejan de ser un saludable aporte para incursionar en los caminos de la lógica analítica.
El problema que se plantea es que buena parte de nuestra sociedad es más propensa al “análisis inmediato” que al “análisis concienzudo”, de ahí que ante cualquier hecho desgraciado su visión se focalice estrictamente sobre los efectos, sin reparar demasiado en los porqués.
Claro, y como es lógico esperar, en la era de la comunicación nunca falta la pléyade de opinadores del “periodismo” que, contrariamente a lo sugerido por Sherlock, desarrollan toda su destreza para acomodar los hechos en las teorías que mejor representen sus intereses. Hecho éste que obstaculiza la posibilidad de que los lectores, oyentes y/o televidentes puedan prestar atención a aquellos interrogantes que puedan dar lugar a una mejor comprensión de los acontecimientos y, por ende, conducir a una aproximación a la verdad.
Lo hemos manifestado más de una vez, la descontextualización de los hechos siempre es funcional al ocultamiento de determinados intereses.
Y a juzgar por determinado comportamiento mediático esa parece ser la línea a seguir. 
Hay un hecho que también despierta cierto enigma en todo esto y es, precisamente, que a mediados del presente año comenzará el juicio oral y público sobre los imputados por encubrimiento y otros delitos en la denominada causa AMIA. Lo extraño de todo esto es que entre los procesados se encuentran dos fiscales con quienes colaboró Nisman durante aquella investigación y que terminó siendo el precedente por el cual están sometidos a juicio.
Como vemos, la cuestión es extremadamente compleja. No obstante, en la trágica muerte del fiscal Nisman existe otro precedente que no se puede soslayar, esto es, su denuncia.
El juez que entiende en la causa hizo pública integralmente la denuncia en el portal de internet que depende de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La denuncia desde el punto de vista jurídico carece de elementos probatorios y no deja de ser un conglomerado de hipótesis, muchas de ellas descabelladas -pues los hechos la refutan absolutamente, por ejemplo: en cuanto a los supuestos pedidos de levantamientos de las alertas rojas de interpol, o cuando hace referencia a un acuerdo comercial inexistente, ejes sobre los que se asentaba el grueso de la denuncia- que le impiden ser pasible de considerarse seria.
Ahora bien, si la denuncia en cuestión carece de fundamento legal para ser considerada seria; no queda más opción que considerarla una denuncia política. Pues, si de ello se trata, ¿a quién beneficia semejante denuncia?  O preguntémoslo en sentido inverso: ¿A quién perjudica tamaña denuncia?
A estas preguntas corresponderían dos respuestas distintas en situaciones disímiles. Imaginemos por un momento (cosa infinitamente deseable, pero imposible de cumplir) que el fiscal no hubiere sido encontrado muerto y que la denuncia continuase su curso.
Pues, sigamos imaginando que se hubiese discutido en el ámbito parlamentario tal cual estaba establecido y, en virtud de la fragilidad o inconsistencia de la misma, la presidenta (una de las acusadas en la denuncia junto con el canciller y un diputado de la reiterada y estigmatizada corriente política “La Campora”) hubiere salido “airosa” de la contienda. Ello hubiere determinado la consolidación de su figura y hasta posiblemente un crecimiento de la misma como consecuencia de ser objeto de cuestionamientos infundados.
Lamentablemente, esta hipótesis no pudo verse concretada en los hechos; pues, la pérdida del fiscal impidió que ello suceda.
Ahora bien, con la ausencia del fiscal e ignorando el contenido de la denuncia, ¿sobre quien pueden recaer las sospechas? En principio, y si nos ajustamos al “análisis inmediato” -esto es, aquél que se apresura a emitir juicios carentes de elementos probatorios, el que opina temerariamente, o el que ajusta sus opiniones en función de sus deseos, o que lo hace respondiendo a intereses mezquinos- dirá  sobre “los denunciados”. De allí que sea central el contenido de la denuncia; si se ignora el mismo y nos constreñimos exclusivamente al hecho fatídico (la muerte del fiscal), la asociación ligera mentalmente hablando es “lo mataron los denunciados”. Obviamente esta relación simplista es un absurdo, mucho más una vez conocida la denuncia que en concreto solo expresa un sinnúmero de falacias. Pero ya sabemos que los amantes de la “sin razón” adoptan la máxima de Tertuliano “credo quia absurdum” y no estoy hablando precisamente de religión.
Para evitar “razonamientos absurdos”, es necesario preguntarnos y dudar de aquellas respuestas que carezcan de un fundamento sólido.
Por eso resulta comprensible la carta de la Presidenta; más allá de que no estemos en condiciones de aseverar si se trato de un suicidio u asesinato.
La mandataria se formula públicamente una serie de interrogantes al respecto que sería bueno que todos aquellos que tengamos alguna intención de opinar sobre la causa nos formulemos también; y esto prescindiendo de la simpatía, que tengamos o no, hacia Cristina Fernández de Kirchner.   
Lo cierto es que cuando uno habla de “contexto” lo hace pensando en interrelacionar la mayor cantidad de elementos posibles a los efectos de lograr una mejor comprensión de los hechos.
Si, por otra parte, como bien expresaba Nietzsche, “no existen los hechos sino interpretaciones de los mismos”, cuando menos debemos reunir la mayor cantidad de elementos posibles y efectuar un análisis pormenorizado para interpretarlos de la mejor manera.
Evidentemente, el presente artículo no tiene la pretensión de ser tomado por la “verdad”; pero sí tiene la intención de resaltar la importancia de formularse interrogantes. Al respecto podríamos desarrollar muchísimos, pero solo bajo la condición de ciudadano; al fin y al cabo, el ejercicio de la ciudadanía no se agota con emitir un voto (en todo caso ese es nuestro derecho), sino que tenemos la obligación de comprender lo que verdaderamente acontece en nuestro país. De lo contrario, al momento de votar lo haríamos sobre la base del desconocimiento, lo que encierra toda una irresponsabilidad de nuestra parte.
Por cierto, la tarea descansa en el Poder Judicial que es el encargado de esclarecer los hechos y dictaminar la resolución de los mismos. No obstante, en cuestiones de trascendencia la ciudadanía no puede permanecer ajena a la comprensión de esos hechos.
Y a propósito de nuestro poder judicial, muchas veces hemos oído la reiterada muletilla de que se trata de un poder "independiente". Sin lugar a dudas son muchas las sospechas que a lo largo de la historia pesan sobre este poder para que lleguemos a considerarlo de ese modo.
El descrédito en que ha caído la denominada “Justicia” en la Argentina habla a las claras de que no es tan independiente como dicen -además, que sea independiente de los otros poderes visibles: Ejecutivo y legislativo; no significa que lo sea de los "poderes invisibles"- y ojalá comience a revertirse de una buena vez por todas esa situación.  
Pero, por otro lado, los jueces deberían esforzarse, cuando menos, en guardar un mínimo de decoro y respeto hacia los otros representantes de los demás poderes.
Es verdaderamente indignante -y no estoy poniendo con esto en tela de juicio la capacidad para administrar justicia en la presente causa- que la jueza, Fabiana Palmaghini, que tiene a su cargo la investigación sobre la muerte del fiscal Nisman, haya publicado en Facebook no ya su posición política (que quizá por ser magistrada de la nación debería formularse reservas), sino expresiones absolutamente injuriosas, si bien es cierto que ahora han sido borradas, sobre la figura presidencial.
Si quienes deben dar el ejemplo por el respeto a las instituciones son incapaces de hacerlo, que se puede esperar entonces de quienes no tienen semejante obligación. Es un síntoma verdaderamente preocupante que hasta esboza, si se quiere, cierto grado de degradación intelectual; nadie procura contar con jueces extremadamente brillantes (Zaffaroni por ejemplo), pero tampoco es saludable caer en el otro extremo.  
Para finalizar es menester hacer mención al deleznable comportamiento de los candidatos opositores. Sus “perlitas”, por desgracia, están a la orden del día.
Por un lado, Mauricio Macri sostiene en un ostensible acto de campaña: “que va a desterrar las prácticas de la mala política como utilizar los servicios de inteligencia de forma facciosa”. Cuando el propio Macri está procesado por escuchas ilegales desde el año 2010.
Por su parte, Sergio Massa, en cambio sostuvo públicamente “que se presentará como querellante en la causa del atentado a la AMIA y en la que investigue la muerte del fiscal Nisman”; por cierto, no sabemos bajo que condición, puesto que para ser querellante es preciso ser un damnificado. Excepto, que tomemos esto como una expresión para “la gilada” en el afán de conseguir votos y si de eso se trata, es repudiable en todo sentido. Especular con la muerte de una persona para hacer campaña mediante expresiones mentirosas, está lejos de ser un hombre de bien. ¿O será acaso que el recto proceder es una cuestión menor para los tiempos que corren?     

jueves, 15 de enero de 2015

La verdad ha muerto, la justicia sin hacer. Y un fiscal que denuncia el memorámdum.




 






Alguna vez Émile Chartier, más conocido como Alain, sostuvo: “la justicia no existe por eso hay que hacerla”. Y cuánta razón encerraba semejante expresión; pues, partiendo de la veracidad de este juicio, es lógico inferir que “lo dado”, aquello que existe de antemano, la realidad mundanal, es esencialmente injusta. De lo contrario, es decir si fuese “justa” poco (o nada) tendría que aportar el hombre para preservarla. Lamentablemente no es así, de ahí que un sector -tal vez minoritario- de la humanidad se esfuerce, a través de los siglos, en querer modificar una “realidad” que parece asentarse sobre los pilares de lo injusto.
Tarea nada sencilla por cierto, máxime teniendo en cuenta lo dificultoso que resulta no solo mostrar las injusticias que imperan en el mundo (no olvidemos que en la actualidad, y en su gran mayoría, los medios de comunicación son maestros del ocultamiento), sino lograr que la población mundial se informe fielmente de lo que acontece y a partir de esa “información” -que por cierto le es negada- se comprometa en la compleja tarea de construir la justicia.
Claro que una cosa es “hacer justicia” y otra muy distinta es “inventarla”. En todo caso, “hacer justicia” es poner fin a una situación injusta o revertir una circunstancia inequitativa hasta tornarla justa; e “inventarla” es no modificar en los hechos situación alguna dejando que subsista la manifiesta inequidad.  
Por cierto, la invención nunca se asienta sobre criterios de verdad; al fin de cuentas una “verdad inventada” no deja de ser una mentira. Y a la mentira siempre se apela para ocultar determinados intereses, pues, de esto puede dar cátedra la prensa comunicacional hoy en día.
Pero volviendo a “la Justicia”, en el marco institucional, una parte no menor en la construcción de la misma corresponde al denominado Poder Judicial que es, conforme a nuestra Carta Magna, el encargado de administrarla. Sus miembros, obviamente, deberían bregar por la justicia con el mayor de los recelos y evitar que “la invención” interfiera en sus investigaciones. Ahora bien, cuando los propios miembros del mencionado poder no solo hacen lugar a “denuncias inventadas” mediáticamente o, lo que es peor aún, a “invenciones” formuladas en su propio seno, ya la realidad se torna extraordinariamente preocupante porque nos encontramos en los umbrales de la degradación de la justicia. Hechos éstos que conducen, tarde o temprano, a dinamitar la credibilidad de la población en el normal funcionamiento de las instituciones.
Una de las tantas modalidades inventivas, y que por desgracia no pocas veces ha tenido lugar en materia de justicia, es la de hacer lugar a falsas imputaciones sobre personas que sin estar involucradas en un injusto son utilizadas a los efectos de distraer la atención, evitando con ello la auténtica persecución de la justicia. Este tipo de procederes -no privativo de nuestro país- responde a objetivos políticos no manifiestos que, en complicidad con los grupos mediáticos concentrados, intentan impactar sobre la opinión pública a los efectos de manipular “el pensar” de la ciudadanía. Procederes que, por otra parte, suelen multiplicarse durante los denominados “años electorales” con la deliberada intención de orientar el voto hacia aquellos candidatos que garanticen los intereses de “los ingeniosos inventores”.
Evidentemente la red de complicidades que posibilita esta clase de “invenciones” siempre es difícil de desentrañar porque existe un número ilimitado de protagonistas que, en diferentes grados de representación, responden a una pluralidad de intereses (mayoritariamente del establishment) y cuyo único objetivo consiste en obstaculizar la construcción de la justicia impidiendo, de ese modo, que ella cobre existencia.
Resulta obvio que la eficacia de la invención requiere de un elemento adicional, nos referimos al sentido de la oportunidad, que es el elemento que posibilitará la expansión de sus efectos. Esto es precisamente lo que acontece en la Argentina de hoy, los medios de comunicación dominantes cabalgando sobre un hecho desgraciado ocurrido la semana pasada (nos referimos a la “masacre de Charlie Hebdo”) en Paris se empeñaron en “hacer creer” que el gobierno argentino asumió una posición “light” o de tibieza ante el atentado terrorista.
El recurso es soez, no solo porque el gobierno, a través de los distintos foros internacionales denunció siempre al terrorismo de donde proviniese destacando aquello de que “no existen muertos de primera o de segunda” (es decir, tan repudiables son las muertes inocentes en Francia, como las perpetradas en Ucrania, Palestina o Afganistán), sino que al calor de un hecho que nos duele, desde una concepción humanista, se intente desnaturalizarlo para desestabilizar a un gobierno.
Vemos aquí como un hecho repudiable y doloroso pero ajeno a nuestra realidad es “tomado oportunamente” por los medios dominantes para direccionarlo contra un gobierno legítimamente constituido.
Ahora bien, creado artificialmente este “clima descalificador” aparece en escena un “nuevo personaje”, a saber: un fiscal, Alberto Nisman. Quién a lo largo de varios años, y siendo su directa responsabilidad, no desarrollo -a juzgar por las expresiones de los familiares de las victimas- eficazmente  el esclarecimiento de otro atentado terrorista que sí ocurrió en nuestro país, el atentado a la AMIA. Lo cierto es que el fiscal, “olvidándose” de su magro o nulo aporte, sale a la luz pública con el propósito de denunciar al gobierno de Cristina Fernández por la firma de un Memorándum de Entendimiento con la República Islámica de Irán que, según su apreciación (¿“invención”?), estaba destinado a encubrir a los autores del hecho a cambio de garantizar una operación comercial. Dicha operación consistía, según Nisman, en la obtención de petróleo iraní a cambio de granos argentinos.
La realidad indica que Argentina no compró una sola gota de petróleo iraní, que paradojalmente a actitudes de “encubrimiento” este gobierno fue el que en el seno de las Naciones Unidas reclamó que Irán concediera las extradiciones reclamadas por la justicia argentina, que según la visión de los familiares de las víctimas del atentado este es el gobierno que más hizo por el esclarecimiento de la causa. Sin embargo, los medios se esmeran en diseminar como cierta la denuncia formulada por el controvertido fiscal.
Obviamente, excepto raras excepciones del periodismo gráfico, pocos mencionan los cables que, oportunamente, Wikileaks hizo públicos y donde se dejo constancia del especial trato que el mencionado Nisman tenía con la embajada americana donde, al parecer, discutía la orientación de la denominada causa AMIA.
¿Usted se preguntará porque un fiscal argentino tenía que discutir los detalles de un caso judicial ocurrido en el ámbito de nuestra jurisdicción en una representación diplomática extranjera? Nosotros también. Pero el mediático fiscal no se ha molestado en brindar explicaciones al respecto.
Por supuesto, para los medios dominantes esos pormenores no cuentan. Como tampoco cuenta que la narración de un fiscal carezca de fundamentos sólidos; al fin y al cabo, ya estamos acostumbrados a la insustentabilidad de determinadas noticias. Lo malo no es solo que carezcan de sustento -lo que en cierta forma, revela el absoluto desinterés por la verdad-, sino que se manipule ininterrumpidamente a la población con argumentos inconsistentes.
El propósito, ya lo sabemos, no es este el gobierno con el que simpatizan los grandes grupos corporativos: ni mediáticos, ni judiciales, ni sindicales, ni financieros, ni las grandes cadenas de supermercados, ni los “buitres del Norte”. Solo resta despertar el rechazo de la población y para ello todo es válido. Incluso la mentira desproporcionada.
De ese modo, quizá sin darnos cuenta, hemos asistido al asesinato de la verdad. Pues,  la verdad ha muerto a instancias del poder mediático; pero como vemos, no solo ellos se han empeñado en matarla, son varios los que han colaborado (y colaboran, no sea que “resucite”) en esa indigna tarea. El problema es que matando a la verdad, es imposible hacer justicia. 

domingo, 11 de enero de 2015

¡¡Je suis Charlie!! en un contexto inapropiado










 







Es inevitable no experimentar un profundo dolor espiritual cuando uno se detiene a observar lo que sucedió en Paris en la masacre de Charlie Hebdo.
Situaciones como éstas no solo despiertan nuestro rechazo visceral; sino que ponen en duda la posibilidad de suponer que los seres humanos puedan conducirse definitivamente de manera racional.
Ortega decía que “el tigre no puede dejar de ser tigre. Es decir, no puede destigrarse; en cambio, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse”. Y por cierto, el proceso de deshumanización parece cada vez más acentuado.
Son múltiples los factores y circunstancias que inducen al hombre a “deshumanizarse”, si bien es cierto que es muy discutible partir del principio que asocia “lo humano” a un conjunto de virtudes, ya que los hechos demuestran a diario la incongruencia de esa asociación.
Lo cierto es que el mundo patentiza la creciente irracionalidad humana en absoluto contraste con aquella “visión humanista” que supo despertar el interés por nuestro género.
Es bueno preguntarnos: ¿Qué ha pasado con el hombre? ¿Por qué es cada vez más “inhumano”?  Y quizá una de las tantas respuestas que podríamos encontrar nos diría: porque en la estructura en la que se desarrolla el individuo contemporáneo es mucho más fácil despojarse de la racionalidad que conservarla.
Indudablemente el antídoto contra la “sin razón” es la duda, si el hombre dudase más, se interrogase más respecto de ciertas cuestiones y no solo religiosas, la posibilidad de caer en el “enceguecimiento mental” -con las gravosas consecuencias que ello trae aparejado- sería mucho menor.
Se podrá aducir que la barbarie existió siempre y por cierto la historia así lo demuestra; el problema radica en que con el transcurso de los siglos la humanidad parece haber aprendido poco. Decía el célebre Voltaire ya en el siglo XVIII: “La civilización no suprimió la barbarie, la perfeccionó, por ende, la hizo más cruel y bárbara”. Y sin lugar a dudas que semejante juicio, y a pesar de los años, sigue teniendo validez.
Lo concreto es que “la vía de la irracionalidad”, en la mayoría de las veces, no es frecuentada espontáneamente; por el contrario, en innumerables ocasiones existe un encadenamiento de hechos que terminan convirtiendo a aquella en el camino que prefieren transitar “los enceguecidos cerebralmente”.
Y aquí debemos detenernos un momento a pensar cuál es el grado de responsabilidad que les corresponde a “los arquitectos” que diseñan el sendero internacional vigente bajo los trazos del poder mundial. Y evidentemente no es menor.
Pero volvamos a París, no se puede analizar un hecho de estas características en forma aislada, sino correríamos el riesgo de caer en la incomprensión. ¿O acaso alguien puede pensar seriamente que esta tragedia es fruto del anunciado “choque de civilizaciones”? Nadie puede ignorar las diferencias que subsisten entre la cultura occidental y la cultura islámica, pero de ahí a suponer que la espiral de violencia que se desata en el plano internacional es consecuencia del antagonismo entre ambas civilizaciones es incursionar en el terreno de lo fabulesco.
Bien destacaba en una de sus tradicionales notas el politólogo Atilio Borón: “No fue la obra de un grupo de fanáticos que, en un inexplicable rapto de locura religiosa, decidieron aplicar un escarmiento ejemplar a un semanario que se permitía criticar ciertas manifestaciones del Islam. Esta conducta debe ser interpretada en un contexto más amplio: el impulso que la Casa Blanca le dio al radicalismo islámico desde el momento en que, producida la invasión soviética en Afganistán, la CIA determinó que la mejor manera de repelerla era estigmatizando a los soviéticos por su ateísmo y potenciando los valores religiosos del Islam….. Cuando en 2011 se consumó el fracaso de la ocupación norteamericana en Irak, Washington intensificó sus esfuerzos para estimular las guerras sectarias dentro del país, con el objeto de debilitar a los chiítas, aliados de Irán, y que controlaban el gobierno iraquí” (1). La resultante de todos estos actos, dio lugar al desarrollo de una suerte de "Frankestein"  que hoy acecha a la paz mundial.
Obviamente, no solo es cuestión de responsabilizar a Washington por semejante proceder, los gobiernos europeos también efectuaron su significativo aporte para incrementar la violencia en el plano internacional.
El derrocamiento del dictador Gadafi en Libia (quien por otra parte financió parte de la campaña presidencial de Sarkozy), la guerra desatada contra el país Sirio estimulando la formación de mercenarios ajenos a la realidad local, la escasa predisposición a poner freno a los bombardeos que padece periódicamente el pueblo Palestino por parte del gobierno israelí, son algunas de las escasas y más recientes muestras que evidencian la responsabilidad de “Occidente” en este tipo de situaciones.
Puede que el atentado a Charlie Hebdo no haya sido programado por organización alguna y haya sido consecuencia de la determinación personal de un grupo de fanáticos dispuestos a inmolarse por sus creencias; pero no podemos ignorar que hechos como los mencionados coadyuvan a promover actos de esta naturaleza. Tampoco es cuestión de descartar un movil oculto con la intención de precipitar una suerte de "caos" que no sabemos a quien pueda beneficiar. Hoy son todas meras hipótesis.
Por eso siempre es menester formularse una serie de interrogantes para intentar comprender  lo que verdaderamente acontece. De lo contrario, estaríamos focalizando nuestra atención en un hecho aislado y absolutamente descontextualizado. Formularnos interrogantes como:
¿Quiénes alentaron por ejemplo el desarrollo del fanatismo religioso, y paralelamente la formación de milicias armadas, con el propósito de debilitar gobiernos que no les resultaban absolutamente afines a sus intereses? ¿Quiénes en el afán de acumular dinero y recursos estratégicos  invadieron determinados Estados so pretexto de instaurar la democracia?, nos permitirá comprender lo que pasa en el mundo.
Indudablemente, la comprensibilidad es insuficiente para poder torcer el rumbo de la historia; pero en la medida que la humanidad se involucre en descifrar lo que sucede, pues, será mucho más difícil para “los grandes arquitectos” del escenario internacional  diseñar puentes que desemboquen en la vía de la irracionalidad.
Y que nadie se equivoque, no se trata aquí de aligerar la responsabilidad de quienes ejecutaron la matanza de seres inocentes, pues, no nos confundamos se trata de indagar en las causas que generan este tipo de procederes que ponen en riesgo la vida de la población mundial a expensas de unos pocos empeñados en desconocer la soberanía de los pueblos.  
Sentimos un profundo dolor por lo que sucedió y también nos preocupa sobremanera lo que pueda suceder. Sería un verdadero peligro para la paz mundial que el virus de la “islamofobia” se reproduzca a niveles exorbitantes y que culmine configurando una caza indiscriminada de musulmanes. El desgraciado hecho cometido por tres personas de origen musulmán no da lugar a poner en vilo a seis millones de musulmanes que viven pacíficamente dentro de las fronteras galas.
 Esperemos que la dirigencia política europea, y la francesa en especial, no exacerben los ánimos de la ciudadanía con el afán de utilizar esta tragedia para conquistar voluntades desde el plano de la sensibilidad. No es momento de especulaciones, es momento de racionalidad. El futuro de la humanidad depende de ello.


(1) Pagina 12, Genesis del terror, Atilio Borón.