Vistas de página en total

jueves, 21 de noviembre de 2013

Los cambios en el gabinete y los distribuidores de estigmas






 





Los recientes cambios realizados en el gabinete por la Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, ya han levantado -en los medios opositores- una inmensa polvareda que tiene por propósito no solo desdibujar y empañar la figura de los designados funcionarios; sino arrojar piedras, al amparo de esa nube de polvo, a la concepción económica que esos funcionarios expresan y, más específicamente, al rol que el Estado ha de desempeñar en el escenario económico argentino.
Las maliciosas reacciones se han desatado en forma casí instantánea. Es decir, sin dar la más mínima “tregua” a la espera de futuros anuncios en las diferentes carteras, ni tomarse un tiempo prudencial a los efectos de observar el ejercicio de sus correspondientes funciones. No, no hay concesión de plazos para los nuevos ministros; pues, la crítica debe ser furibunda e ininterrumpida.
Y, para ello, qué mejor que apelar a las estigmatizaciones; después de todo se trata de poner una marca a fuego (del latín: stigma) sobre la frente de la persona en cuestión, para que el resto de la sociedad la identifique con ese signo. 
Claro que, a diferencia de la antigüedad, ya no se requiere del hierro candente para sellar la marca de manera ostensible. No, por el contrario, el procedimiento utilizado en el siglo XXI es mucho menos cruento, si bien el efecto que se busca causar sobre "la persona grabada" suele ser  el mismo: lograr la reprobación social del estigmatizado. 
Hoy el “hierro” ha sido reemplazado  -si bien es dable reconocer que en la antigüedad también se construía un relato al efecto- por el discurso; de ahí que los grandes expertos en estigmatizaciones del mundo moderno sean nada menos que : “Los medios de comunicación dominantes”.
 Y no es que uno pretenda deliberadamente colocar a “los medios” en el corazón mismo de la existencia humana; pero es tal el poderío que la comunicación posee sobre “el pensar” del hombre moderno que se ha tornado en un verdadero modelador de subjetividades.
Pero volviendo al estigma y a los funcionarios recientemente designados, es interesante observar uno de los artículos publicados por el diario “La Nación” (20/11/13) respecto del flamante ministro de economía: “Kicillof, el economista marxista que se queda con todo el timón”.
El artículo en cuestión intenta brindar “un perfil” del designado ministro, Axel Kicillof, quien es reconocido en el mundo académico por sus trabajos sobre John Maynard Keynes, el destacado economista británico autor de la Teoría General del empleo, el interés y el dinero que, entre otras cosas, marcó una fuerte influencia en el pensamiento macroeconómico del siglo XX.
Es común y, por otra parte lógico, ubicar al pensamiento keynesiano (o neokeynesiano) contraponiéndolo al pensamiento “liberal  o clásico” (neoliberal) en el campo de la economía. Extremando las simplificaciones, podríamos decir que el keynesianismo aboga específicamente por una mayor participación estatal en el quehacer económico; convirtiendo al Estado en una herramienta indispensable no solo para la superación de las crisis económicas; sino también  como factor determinante para promover el desarrollo y el pleno empleo.  Al estudio minucioso de esta teoría se abocó el actual ministro de economía durante largos años; sin embargo, y con el propósito de sembrar sobre Kicillof una suerte de funcionario a temer, el mentado artículo expresa:
“A pesar de ser un gran estudioso del economista inglés John Maynard Keynes, que propugnó por una mayor intervención estatal, Kicillof es un marxista declarado. Axel leyó El Capital y es marxista, pero es su pensamiento académico. No es algo que vaya a aplicar efectivamente", previno un compañero que lo conoce de la facultad”.
Vaya, menudo razonamiento, si leo “La interpretación de los sueños” soy freudiano, si leo los Santos Evangelios puedo ser jesuita, si leo a Voltaire soy anticlerical y, por supuesto, si leo “Das Kapital” soy marxista. ¡¡Que dominio de la lógica!!
Lo sorprendente no es que lo haya manifestado un compañero de Axel  -y hasta es muy probable que ese "compañero" sea ficticio-, lo que sorprende es que una nota reproduzca no solo ese “diálogo”; sino que el título de la misma sea como ya lo señalamos: “Axel Kicillof, el economista marxista”.
Poco interesa a los destinos del país que el ministro de economía sea marxista o no lo sea; lo que interesa es que las medidas que adopte se enderecen a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los argentinos y a fortalecer nuestra soberanía económica. Sin embargo no es una calificación desprovista de intencionalidades; pues,  sucede que a lo largo de los tiempos y, muy especialmente, durante la última dictadura militar el calificativo de “marxista” ha sido empleado como sinónimo de “subversivo”,  “terrorista”, “diabólico”, y miles de apelativos más tendientes a estigmatizar a quien no solo adhería a esa concepción política; sino también a quien la conociese. Y esa impronta aún perdura en vastos sectores de la clase media que, a que fuerza de desconocer  la teoría del filósofo alemán, suponen que el marxismo es una suerte de “doctrina diabólica” que viene a dispersar sus males por el mundo y a devorarse el sistema capitalista. No por casualidad, a comienzos de este año cuando el economista regresaba de la Ciudad de Colonia (Uruguay) junto a su familia a bordo de un barco de la empresa Buquebus, algunos de los pasajeros embarcados comenzaron a vertir insultos sobre el funcionario y entre los calificativos aplicados, a modo de ofensa, se le endilgaba el de "marxista"; como si eso fuese un término oprobioso.
Evidentemente, este prejuicio estigmatizante es aprovechado por los medios dominantes para llevar agua hacia su molino (léase, para robustecer su ideología y mediante ella sus intereses) y, de ese modo, sembrar el rechazo hacia la figura del joven ministro.
Al árbol hay que juzgarlo por los frutos y no por el color de sus hojas; pero obviamente el  ciego dogmatismo   -expresado por los medios y la oposición política- no distingue una cosa de la otra.
Solo lo motiva su afán de ver postrado a un gobierno que reivindicó al Estado como herramienta indispensable para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.
Ya en otro artículo del mismo diario otro de esos periodistas “estrellas”, Joaquín Morales Sola sostuvo:    “La designación de Kicillof anuncia nuevas prohibiciones. Se acabará pronto, por ejemplo, la fiesta argentina del turismo en el exterior. Y, por consiguiente, subirán los precios del turismo en el interior. La economía es inmanejable con criterios tan viejos. Kicillof expresa una radicalización de las políticas presidenciales. Enamorado de Marx y de Keynes, el nuevo ministro desprecia la seguridad jurídica”. La enunciada expresión encierra un conjunto de contradicciones con respecto a posturas anteriores del “destacado columnista” donde fustigó aquella medida de gobierno tendiente a restringir la venta indiscriminada de divisas (generadora, por otra parte, de los incidentes padecidos por Kicillof)  y que los periodistas neoliberales, como Sola, dieron en llamar “el cepo cambiario”.
Obviamente, anunciar el “fin de la fiesta de los turistas argentinos que viajan al exterior” -más allá que sea una profecía sin asidero- revela el reconocimiento de que el denominado “cepo cambiario” no resultó ser un dispositivo tan severo como lo pintaban. Otra de las frutillitas de la texto mencionado, es la de desechar las teorías económicas por criterios cronológicos y no por la efectividad en su aplicación. Máxime si se tiene en cuenta que el fundamento teórico en el que abrevan estos “críticos”, no muy avezados por cierto, son las obras de economistas liberales del siglo XVIII y siglo XIX  (Adam Smith y David Ricardo) remozadas por Friedrich Von Hayek y Milton Friedman el siglo XX.
En otro de sus párrafos el amanuense neoliberal  añade: “Los mercados lo recibieron a Kicillof como era previsible, con una notable falta de confianza. Extraña decisión la de Cristina: la desconfianza en la economía era el problema más urgente a resolver, y ella le agregó más incertidumbre. A la Presidenta le importa la ideología, no sus resultados. Kicillof fue el autor de la violenta confiscación de YPF que condena a Vaca muerta a ser un diamante del petróleo despreciado por los petroleros”. 
Los comentarios son irrisorios, por la absoluta falsedad de "la información". No solo porque Argentina tuvo (y tiene) muchísimas ofertas de empresas internacionales para la explotación de la zona mencionada (Vaca Muerta); sino porque la reacción de los mercados no evidenció signos de preocupación alguna. Por el contrario, la mayoría de los sectores empresariales, en principio, recibieron los anuncios con cierta dosis de optimismo. A excepción, obviamente, del denominado “Círculo Rojo”que (ideológicamente podrían integrar los periodistas de "La Nación") propicia un retorno a la economía de los 90.
En línea con los cultivadores del miedo desolador, la denunciadora serial, Elisa Carrió, salió a despotricar  en las cámaras de TN (Todo Noticias)contra el flamante Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, diciendo entre otras cosas que es “el corrupto más dulce de la Argentina” y que a su vez es el que “le arma el discurso a Duhalde”. 
Es llamativo que alguien que suele arrogarse una suerte de personificación de la moral, cuando fue oportunamente demandada, precisamente, por el Sr. Eduardo Duhalde (dirigente no digno de nuestra consideración), por calumnias e injurias; no solo se retractó de sus rimbombantes expresiones mediáticas sin aportar, como es su costumbre, una sola prueba a su denuncia. Sino que además “pidió perdón” públicamente; sosteniendo luego, que en ningún momento quiso poner en duda la honorabilidad del demandante.
Como vemos, los hechos hablan por si solos,con semejante precedente resulta extremadamente difícil otorgarle algún viso de credibilidad a la flamante diputada porteña. Que, por otra parte, no se detuvo ahí; sino que para no ser menos cuestionó la formación estatista de Axel Kicillof  identificándolo con “el mal en la Argentina”.
Al parecer, la apelación a los estigmas es una costumbre muy arraigada en los liberales argentinos, que pretenden disfrazar de cierta cobertura “científica y moral” a todo lo que ellos expresan; cuando en realidad carecen de fundamentos sólidos para debatir propuestas y de comportamientos éticos para una discusión sincera.
Es verdaderamente lamentable, pero cada vez sorprende menos, observar cómo, en ciertas y determinadas personas, el deseo ha enceguecido, definitivamente, los ojos de la razón.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

El auténtico rostro del PRO maquillado por los medios






 





En más de una ocasión hemos hablado de  como los grandes medios protegen a sus servidores políticos, no solo promocionando aquellos actos que puedan ser bien recibidos por la opinión pública; sino, por sobre todo, ocultando aquellos que despierten el encono o rechazo de muchas de sus medidas o procederes.
Uno de los políticos más protegidos por el poder mediático en nuestro país es, ni más ni menos que, el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri; quien ha gozado de  una suerte de “inmunidad televisiva y radial” por parte de la cofradía de periodistas independientes que ponen todo su empeño en ocultar los desastres de su ineficaz gestión.
Tal es el nivel de protección mediática que el común de los porteños, donde se encuentra la mayoría de sus votantes,  desconoce que pesan sobre su persona una serie de causas judiciales (por escuchas ilegales, por la violencia desplegada por la UCEP) y otras en que indirectamente aparece involucrado  -merced a la intervención de su asesor estrella, el ecuatoriano Jaime Duran Barba- por la difamación realizada en perjuicio de Daniel Filmus en la denominada “campaña sucia”. Sin mencionar, obviamente, las denuncias que se le imputan penalmente por “coimas y asociación ilícita” en las obras del canal aliviador del arroyo Maldonado, o la decena de irregularidades detectadas por la Auditoría porteña.
Es notorio observar la ausencia de información veraz al respecto en contraste con “los show mediáticos montados” para descalificar al gobierno nacional sistemáticamente.
 Sin ir más lejos, en el período previo a los comicios legislativos, los medios bombardearon recurrentemente (aproximadamente por 15 días) con la noticia de un diputado oficialista que se había enojado con un representante de gendarmería por el reclamo del último recibo de la boleta de pago del seguro automotor. En verdad, una nimiedad que acontece a diario en las calles y rutas de nuestro país. Sin embargo, de los procesos o denuncias que se efectúan sobre el gobierno o funcionarios porteños (recordemos por ejemplo: el caso del asesor macrista procesado por el hurto de piezas arqueológicas o el procesamiento que recae sobre otro director del gobierno porteño por estafa a 77000 jubilados y pensionados) ninguno de esos medios se ocupa de mencionarlos. Es que ocultar la información es  uno de los tantos mecanismos al que se apela para manipular a la opinión pública.
No obstante, dos hechos recientes ponen de relieve no ya la ineficiencia o irregularidades de la administración macrista, sino cual es el verdadero ideario que expresan los representantes del PRO; claro que nuevamente, los grandes medios optaron por no darle trascendencia a los mismos y minimizar, de ese modo, casi a la inexistencia su difusión masiva.
Uno de ellos fue la decisión de gobierno porteño de cambiar el nombre de una calle de la localidad capitalina de La Paternal que, en principio y en apariencia, podría tratarse de un acto banal pero teniendo en cuenta la historia reciente de nuestro país no es, evidentemente, un hecho menor. Nos referimos a la determinación de suprimir el nombre del Pasaje “2 de abril” (que conmemora el día del desembarco argentino en las Islas Malvinas) por el de, nada menos que, “Inglaterra”. Sí, sí, leyó bien, eliminar el nombre de “2 de abril” y renombrar al pasaje como “Inglaterra”.
Sinceramente es vergonzoso  -y más allá de la locura emprendida por la dictadura oportunamente-  que un candidato que aspira a presidir nuestra república adopte una decisión de estas características. Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que semejante actitud es un acto de provocación al sentimiento nacional y una ofensa a la memoria histórica de los argentinos.  Lo que en última instancia revela, en esencia, el pensamiento colonial al que adscribe esta clase de dirigentes que, no por casualidad, pretenden suprimir de la enseñanza media capitalina las asignaturas de Historia Argentina y Latinoamericana. 
El otro hecho significativo, pero ocultado por los grandes medios, fueron las expresiones de Carlos Ares, coordinador de Medios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quien sostuvo que “los periodistas de Página 12, C5N, Tiempo Argentino, son unos hijos de puta que resoplan mal aliento”. No es descabellado imaginar, cuando el funcionario responsable de coordinar los medios expresa semejante concepción política sin que, por otra parte, el Jefe de Gobierno  adopte decisiones al respecto, cuál sería la actitud ante los medios opositores por parte de un gobierno que tenga como presidente a un hombre como Mauricio Macri.
A propósito de este hecho es notorio observar como  los “cruzados de la libertad de expresión”: Joaquín Morales Sola, Alfredo Leuco o Magdalena Ruiz Guiñazú no se enfadaron, ni pidieron la renuncia del fascista coordinador; ni Luis Majul se encargo de calificarlo de goebbeliano. Al parecer, para los periodistas independientes,  la libertad de expresión es patrimonio exclusivo  de los grandes medios y cualquier intento de acallar o amedrentar las voces de los representantes de los medios menores no es un acto de censura, ni de intimidación; sino un recto proceder.
Pero volviendo al PRO, y luego de finalizados los comicios, parece ser que sus miembros han decidido mostrar su verdadero rostro; pues, ahora el asesor principal de esa fuerza política, Duran Barba, en un acto de sinceramiento ha vertido cálidos elogios a la figura de Adolfo Hitler: “un hombre espectacular”, según sus afirmaciones. Si una expresión semejante hubiere sido vertida por un representante del oficialismo seguramente por largos años (y con justeza) hubiésemos visualizado en los grandes medios su recurrente repudio; no obstante, como el autor del juicio es un asesor del gobierno porteño, la noticia resultó intrascendente para los grandes comunicadores. 
Obviamente, no resulta muy extraño estas actitudes para aquellos que conozcan el verdadero ideario (muy próximo al fascismo subdesarrollado) que reivindican “off the record” buena parte de los integrantes de esta fuerza capitalina, que prioriza en lo económico, la libertad de mercado y en lo político, son prejuiciosamente intolerantes y condescendientes con la visión de un país colonial.
No obstante, el problema radica en que la ciudadanía no alcanza a visualizar el verdadero “ser” de esta expresión política; puesto que los medios hegemónicos, en forma deliberada, se empeñan en ocultarlo a los efectos de preservar  la imagen de un partido que de llegar al poder  les garantizará pingues beneficios. 
No por azar, el mismo Mauricio Macri viene pronunciando a viva voz que de ser presidente en el 2015 borrará de un plumazo la ley de medios, suprimirá el fútbol para todos y privatizará el sistema jubilatorio.  Medidas éstas, entre otras cosas, compartidas por el sonriente nuevo candidato: Sergio Massa; solo que éste no está dispuesto a vociferarlas, por el momento, a los cuatro vientos.
Como vemos, detrás del maquillaje se esconde el verdadero rostro del conservadurismo vernáculo; sus principales cosmetólogos (los medios hegemónicos de comunicación) se encargan de no mostrar impurezas o imperfecciones. Su tarea consiste en mantenerlos "lindos y esbeltos" para que la ciudadanía los apoye; al fin y al cabo, los expertos en ocultamientos estan dispuestos a todo para conservar su poder.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

The Economist y la ubicación del sentido común






 





Alguien podría aducir, con escaso margen de error, que en política los elogios no son neutros; sino por el contrario, pueden responder a una identificación ideológica, a una concurrencia de intereses económicos, a una deliberada intención de preservar el estado de cosas preexistentes, a una negociación subrepticia, etc., etc., etc.
Lo cierto es que los elogios, o los denuestos,  rara vez son gratuitos; y mucho menos en el ámbito comunicacional. Muestra de lo que estamos afirmando  es la nota publicada, el 31 de octubre, por el semanario The Economist, y que el diario La Nación reprodujo en el día de ayer, bajo el título “La transición política ya ha comenzado”, donde se hace referencia a la Argentina poselectoral.  
El artículo en cuestión, comienza preanunciando las “dificultades” que, a juicio de esta publicación inglesa y ultraconservadora, ha de afrontar nuestra Presidente, Cristina Fernández, en el curso de los dos años que restan para la finalización de su mandato, teniendo en cuenta que “ha llevado la economía de su país al borde del precipicio” (sic).
Como vemos es extremadamente sorprendente observar afirmaciones tan ligeras como ésta, sin reparar que la realidad desmiente de cuajo semejante expresión. Es suficiente contemplar, no solo, que la tasa de crecimiento promedio anual a lo largo del período 2003-2013 ha sido del orden del 7,2% -siendo la de mayor crecimiento histórico de nuestro país-; sino que la reducción de la brecha de ingresos fue del orden del 53%, lo que pone de manifiesto la notoria reducción de la desigualdad en la Argentina.
Si bien no se trata de comparar peras con manzanas; no deja de ser interesante observar como hace escasos meses “CNN Expansión” preanunciaba la salida de Gran Bretaña de la crisis con un impresionante vaticinio, casi como para descorchar champagne, de que en el 2013 el PBI británico iba a crecer aproximadamente un 1%. Se podrá aducir que el Reino Unido es la sexta economía del mundo y eso, obviamente, no es poca cosa; pero también podríamos recordar que en esa misma economía 13.000.000 millones de personas viven bajo la línea de pobreza y que la brecha de ingresos en ese país se amplía desmesuradamente; ya que el 10% más rico tiene 273 veces más que el 10% más pobre.
Pero claro, ese no es un tema que despierte interés en The Economist, que al parecer demuestra más preocupación por lo que acontece en el hemisferio sur que lo que sucede en su propia geografía. Así resaltan en su artículo que “La Presidenta y su fallecido esposo, Néstor Kirchner, han gobernado la Argentina desde el 2003 en permanente confrontación con los tenedores de bonos, el FMI, los opositores políticos, y los medios de comunicación”; luego de mencionar que “tuvieron la suerte de presidir sobre un auge de los precios mundiales de la exportaciones agropecuarias de las ricas pampas. Volcaron sus recursos al empleo público, compañías estatales que dan pérdidas y programas sociales”.
Pues, toda una definición al respecto: ¡¡Como se atreven a realizar semejante cosa!! Mejorar el ingreso de los docentes, médicos, enfermeras, de los empleados de la administración pública; recuperar Aguas Argentinas, Aerolíneas, YPF; y lo que es peor aún, instrumentar políticas sociales para reducir la desigualdad en la Argentina es, nada más y nada menos, que conducir a la “economía de un país al borde del precipicio”.
Por ello, posteriormente, sostiene que “el gobierno abandonó el sentido común”. Sugiriendo que para evitar que a la Presidenta “la saquen de sus funciones prematuramente, debe echar a algunos de los prepotentes, compinches y marxistas con los que gobierna y tender puentes con sus rivales y opositores”.
Como podemos apreciar el discurso de The Economist  no difiere en lo más mínimo del que predican los miembros de la oposición en nuestro país y coincide en un todo con la prédica de las grandes corporaciones mediáticas locales.  Es suficiente observar las calificaciones que se le vienen atribuyendo al titular del Afsca, Martín Sabatella, como representante de un supuesto “stalinismo”, por pretender hacer cumplir la normativa legal vigente a la más grande corporación mediática del país (Clarín), para comprender por qué el semanario británico deposita el sentido común en los miembros de la oposición.
Pero, a decir verdad, no siempre  The Economist  ha hablado mal de la Argentina; por el contrario, ha elogiado muy gratamente otras presidencias, recordemos que nos decía, a través de sus páginas, en febrero del año 2000; a saber:  “El imperturbable y mesurado nuevo presidente suele ser subestimado. Hace tiempo que los escépticos descartaban a Fernando de la Rúa como un peso liviano de la política que debería luchar contra un Congreso dominado por la oposición. Todavía es prematuro. El señor De la Rúa lleva apenas dos meses en el poder. Aún así ha confundido a sus críticos, tanto por la energía con que se ha desenvuelto para abordar las reformas fiscal y laboral(léase ajuste) como por su espontáneo dominio en el campo de las relaciones públicas”. Y con referencia a la ley de flexibilización laboral que, obviamente, encomiaba, nos decía: “Una ley sometida al Congreso que hará más flexibles los contratos de trabajo y permitirá las negociaciones colectivas en nivel de las empresas”.
Pero no se trata de ensañarnos con The Economist  que, al fin y al cabo y como es lógico, defiende los grandes capitales británicos; sino, simplemente, se trata de establecer un hilo de relación entre su discurso y el que practican los miembros de la oposición local.
Desde la perspectiva nacional, no quepan dudas que, si un semanario de las características de The Economist nos elogiase, sería un llamado a la preocupación por el rumbo que vendría adoptando el país con relación a su futuro y al bienestar de su población.
Claro que es mucho más preocupante, y doloroso, contemplar como una buena franja de los dirigentes políticos autóctonos sugieren las mismas propuestas que el diario británico. Lo cierto es que, de todos modos, no deja de ser un buen punto de referencia para discernir “lo conveniente de lo que no lo es”.
Si la oposición dice lo mismo que The Economist, y el semanario a su vez nos dice donde se encuentra ubicado el sentido común; pues, lo primero que debe hacer un ciudadano que se precie de amar a su país es ubicarse en la vereda del “sentido no común”. La regla es infalible; pues, después de todo, ya sabemos a dónde nos conduce el sentido común de los cráneos neoliberales.