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lunes, 28 de diciembre de 2015

La complicidad mediática, la connivencia judicial y las "bondades" del analfabetismo político




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“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los porotos, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de los bandidos que es el político corrupto, lacayo de las empresas nacionales y multinacionales” (Bertolt Brecht).

Cuanta verdad encierran las palabras del célebre dramaturgo alemán; si bien es cierto que estas expresiones fueron vertidas a comienzo del siglo XX; no es menos cierto que la vigencia que siguen teniendo, a pesar del transcurso de los años, no deja de sorprendernos. Claro que podríamos añadir nuevos aditamentos a la expresión brechtiana, pero no se trata aquí de añadir más complementos a algo que de por sí ya nos lo dice todo.
Sin embargo, el problema principal, en estos días, consiste, esencialmente, en cómo erradicar el “analfabetismo político”, cuando los grandes medios de comunicación masiva se empeñan en “desinformar” (lo que configura una nueva modalidad de esa clase de analfabetismo) y, por ende,  despolitizar a la población mundial; logrando, de ese modo, sumergir a grandes contingentes de personas en el profundo océano de la ignorancia. A tal punto se ha llegado en materia de desinformación política que los niveles alcanzados ya rayan con lo inimaginado.
Se ha trocado definitivamente aquella vieja advertencia de Gracián: “hombre sin noticias, mundo a oscuras”. Ahora son las grandes corporaciones mediáticas quienes oscurecen la realidad mundanal con noticias falaces e interesadas para que “los ojos de la mente” del ser humano, no puedan discernir lo que verdaderamente acontece.
La deliberada injerencia que los medios de comunicación ejercen sobre “la visión de la realidad” que un significativo número de “almas” adopta cual si fuesen propios, sin reparar que son fruto de una construcción externa, es por demás preocupante.
Por ello, el simple hecho de pensar el riesgo al que se nos expone si se deja en manos de unos pocos el manejo de los servicios de comunicación audiovisual es verdaderamente atemorizador. Puesto que “esos pocos” no solo pueden instalar una versión falaz de los hechos sobre los que se nos anoticia, sino también distorsionarlos o editarlos “a su gusto” para que, finalmente, el ciudadano adopte una mirada errónea sobre los mismos y de ese modo no descubra, ni entorpezca sus inconfesables intereses. No son reducidos los casos, a nivel mundial, donde incluso han llegado a falsearlos en un ciento por ciento para que una comunidad crea, lo que de otro modo sería imposible de creer.
Un claro ejemplo de lo que estamos aseverando nos lo brinda lo que sucedió en la última campaña electoral en la Argentina. Donde un periodista inescrupuloso -en consonancia con los intereses del grupo mediático de mayor poder en el país- se encargó de mancillar la figura de un candidato a gobernador, por el distrito de mayor caudal de votantes, apelando a un reportaje televisivo que, desde una cárcel, se le realizó a un delincuente con la deliberada intención de desprestigiar su figura y con ello evitar el triunfo del candidato oficial no solo en el ámbito de la provincia; sino también a nivel nacional. Cosa que se logró merced a la orquestada operación mediática y a la imputación que el reo en cuestión realizó sin aportar prueba alguna que corroborara sus insólitas manifestaciones. Ahora resulta que para sorpresa de todos y ya instalado el nuevo gobierno -esperemos que este hecho se aclare y el condenado regrese con vida a la prisión- el “entrevistado” delincuente se ha fugado sin inconvenientes del establecimiento penal en que se hallaba internado.
Como es razonable apreciar, la concentración de la propiedad de los medios de comunicación encierra un peligro que puede tener consecuencias catastróficas para el futuro de cualquier sociedad no solo en lo referente a la libertad de expresión, sino también en lo referente a las garantías individuales, ya que un medio puede mancillar deliberadamente la calidad de una persona en su afán por alcanzar determinados objetivos, generalmente de índole comercial.
De ahí la necesidad de que el Estado regule legalmente la actividad comunicacional para que la concentración no desemboque en la uniformidad de voces, ni en la unilateralidad de miradas que sepulten el juicio crítico y, con ello, la capacidad reflexiva de la población.
Sin embargo, esto es lo que está sucediendo actualmente en Argentina, donde el poder comunicacional ha logrado instalar su candidato en la “Casa Rosada” (casa de gobierno) y ahora procura derogar in totum la democrática “ley de servicios de comunicación audiovisual” (ley 26522) sancionada en el año 2009; que si bien no es un obstáculo insalvable para el accionar de los medios más inescrupulosos -generalmente los medios dominantes-, sí posibilita que el estado regule la actividad promoviendo la pluralidad de enfoques y resguardando al mismo tiempo los derechos de quienes trabajan en la estructura comunicacional.
No por casualidad en estos días contemplamos los fuertes embates que el incipiente gobierno conservador, de Mauricio macri, ha desatado sobre instituciones como el Afsca (Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual) o el Afstic (Autoridad Federal de Tecnologías de la Información y las comunicaciones). Organismos estos surgidos de una ley relativamente nueva, debatida oportunamente por vastos sectores de la sociedad y aprobada por el Congreso de la Nación, que viene a ser parcialmente derogada y con cierta inmediatez por el gobierno macrista. Lo peor del caso es que semejante atropello cuenta con el guiño de un amplio sector del poder judicial que, haciéndose el desentendido ante la intervención decretada por el poder ejecutivo, omite velar por la verdadera “libertad de expresión” y por el auténtico funcionamiento de las instituciones.
Esto es sumamente grave; y nos recuerda aquella nefasta premisa sobre la que se asentaba la propuesta cultural de la más cruenta dictadura que tuvo lugar en nuestro país y que se sintetizaba en la expresión: “el silencio es salud”. En aquel entonces la dictadura necesitaba acallar las voces críticas y de protesta para imponer un modelo de país al servicio del poder económico y para ello contó con la colaboración explicita de un considerable número de jueces. Fue, precisamente, “el silencio” el que posibilitó mantener sumida en la ignorancia de lo que acontecía a la gran mayoría de la población; facilitando, de esa manera, el imperio de las atrocidades.
Hoy sabemos perfectamente que no estamos ante una dictadura (si bien el decreto ha pasado a ser el “instituto” predilecto del poder ejecutivo); por el contrario, estamos ante un gobierno democrático, que goza de legitimidad de origen pero que ha escasos días de hacerse cargo parece optar por la desviación del camino institucional para transitar, sin ninguna clase de pruritos, en la jurisdicción ajena, esa que conduce a la “ilegitimidad de ejercicio”.
Ahora se comprende más fácilmente el encono mediático que tuvo que padecer la anterior Presidenta de la Nación. Y cuán bien lo advertía en uno de sus habituales discursos como mandataria, cuando sostuvo que los agravios que a diario le realizaban las grandes corporaciones comunicacionales no tenían por designio su persona: “no se equivoquen, no vienen por mí, vienen por ustedes”. Menuda advertencia que es imperativo recordar.
Después de todo, lo que se pretende diría Brecht, es instalar el reinado del “analfabetismo político” para que en un futuro no accedan al poder más gobiernos populares capaces de propiciar un modelo de país distinto al que nos ofrecen los “conspicuos” representantes del establishment neoliberal.
Mientras tanto, los tradicionales pregoneros del analfabetismo político se han tomado un extravagante descanso luego del triunfo de “Cambiemos”. Ya no hay noticias “desmoralizantes”, a pesar de que en escasos días, y en proporción, abundan. Por ejemplo, el tristemente célebre “periodista” Nelson Castro ya no visualiza rasgos del “síndrome de hubris” (adicción al poder) en el nuevo mandatario a pesar de que apela al decreto y no al Parlamento para legislar. También el habitual escritor de “cartas abiertas”, Alfredo Leuco, ha renunciado a su vocación epistolar en defensa de la respetabilidad de los fallos, como sí lo hizo en cambio en el caso de jurisdicciones ajenas. Concretamente, para respaldar las decisiones del americano juez Griesa, a pesar de que las mismas perjudicaban notoriamente los intereses de nuestra nación en beneficio de la ilimitada voracidad de los fondos buitres. Lo notable es que ahora se llama a un sugestivo silencio cuando el flamante mandatario argentino desvaloriza la sentencia de un  juez nacional, el Dr. Ramos Padilla, en lo que respecta a la inconstitucionalidad de la designación de jueces de la Corte Suprema en comisión. Se ve que la bandera a “rayas rojas y con estrellitas” le inspira una fuerte vocación epistolar al “periodista” en cuestión, que contrasta ostensiblemente cuando se trata de defender la bandera “celeste y blanca”.
El profundo silencio que han guardado -si bien es cierto que algunos hasta han defendido el avasallamiento institucional- nos hace sospechar que todos los auto-declamados “periodistas independientes” trabajan para el mismo dueño; sino no se entiende como todos, casi sin excepción, han guardado un silencio sepulcral en estos últimos días. Pues, ya no se oyen voces en defensa del otrora tan reclamado “republicanismo” que supo ser la insignia que usó la legión de opositores al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner quien, por otra parte, en dos mandatos constitucionales fue incapaz de cometer violaciones institucionales del tenor de las que se vienen produciendo en solo 10 días de gobierno.
Como es factible apreciar la suma de complicidades en lo que respecta a la imposición de determinado modelo económico de país va quedando al descubierto. El objetivo es reivindicar la “despolitización ciudadana”; despolitización que resulta sumamente funcional al modelo neoliberal. Si hasta para desplazar a las autoridades legítimamente constituidas se recurre al estigma de que se lo hace por “ser militantes políticos”. ¿Será por eso que el actual gobierno designó como funcionarios exclusivamente a gerentes de las grandes corporaciones? Pues, vaya uno a saber, lo cierto es que, al parecer, ha llegado la época donde “el analfabetismo político” es susceptible de ser considerado como un valor, conforme a la concepción reinante en el actual gobierno.

jueves, 24 de diciembre de 2015

¡¡Felices Fiestas!!!



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Si tuviésemos que destacar una característica común en esta época del año podríamos aseverar que la misma consiste en expresiones desiderativas. Todos, o la gran mayoría de las personas, en estas fechas exteriorizamos un  cúmulo de deseos orientados tanto al bienestar colectivo como al necesario bienestar individual. Y nosotros, por cierto, no hemos de ser la excepción a esa sana costumbre; por tal motivo es que anhelamos que el año próximo nos sorprenda con mayores niveles de Paz y de Justicia
Está claro que en los tiempos que nos toca vivir, ni “la paz es el estado normal de las naciones” como sostenía un antiguo caudillo popular de principios del siglo XX en Argentina, ni tampoco la justicia se extiende a lo largo de nuestro planisferio. Pues, por el contrario, es la injusticia la que se expande; por ende, cada vez se hace más ostensible aquello de que que “la justicia no existe, por eso hay que hacerla” como bien lo enseñaba un notable pensador francés contemporáneo de aquél viejo caudillo. 
Sin embargo, sería  todo un síntoma de preocupación, al menos para el género humano, no formularnos esos ponderables anhelos. Así que estimados lectores y amigos, al momento de alzar nuestras copas para el tradicional brindis -ojalá llegue el día en que la humanidad a pleno pudiere levantar las copas-, no solo reparemos en la situación de privilegio en la que nos encontramos, sino también exterioricemos nuestros deseos de Paz y de Justicia tan necesarios para este mundo. Puede que ello parezca irrelevante, si hasta en ocasiones nos parece inútil nuestro modesto compromiso con esos valores tan encomiables. Pero no lo es, por más modesto que nos parezca. En verdad, suele ser la “chispa” que, junto a otras, mantiene siempre encendida la llama de la esperanza.
Y aquí bien vale recordar una ejemplificadora anécdota que un prolífico escritor y filósofo español comentaba en uno de sus abundantes textos. En cierta oportunidad alguien inquirió nada menos que al célebre Albert Camus diciéndole: ¿Qué hemos hecho ante los terribles males del mundo? A lo que el destacado escritor respondió: “Para empezar no agravarlos”. Si esto nos parece poco…., estamos en verdaderos problemas. Y entiendo que esa es nuestra intención, al menos de mínima, al igual que la de ustedes. 
Pero bien estimados lectores, no procuramos opacar las fiestas con esta clase de anécdotas; ya son más que suficientes los comentarios que venimos desarrollando en nuestra pluralidad de artículos. Así que ponderables  amigos, nuestros sinceros deseos de que disfruten de unas maravillosas fiestas y que el año próximo nos depare -a pesar de M..., bueno las críticas las dejamos para otro momento- lo mejor de nuestros anhelos.
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                                                         Les desea Juan Castillo y Cia.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La inautenticidad de los nuevos republicanos y el peligro que acecha a la libertad de expresión.




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“No escojas solo una parte, tómame como me doy, entero y tal como soy, no vayas a equivocarte…”

Si bien es cierto que la letra de esta admirable canción del Nano Serrat se refiere a algo tan hermoso y maravilloso como lo es el amor; no es menos cierto que al momento de escoger, en cualquier ámbito de la vida,  siempre debemos hacerlo en función del todo y no de la parte. De lo contrario, existen elevadas probabilidades de sucumbir en el error.
Pues, algo de eso sucedió el 22 de noviembre pasado donde una franja apenas mayoritaria de la ciudadanía, pero mayoritaria al fin, escogió como presidente al candidato más representativo de la derecha conservadora en la Argentina: el Ing. Mauricio Macri.
Es dable suponer que muchos de esos electores lo hayan elegido por haber ponderado una faceta  de su, prácticamente, inexistente propuesta. Lo concreto es que algunos analistas esgrimen que el éxito del candidato obedeció al hecho de no pedirle sacrificios a la ciudadanía; de todos modos, es preciso reconocer que hubiere resultado un poco incómodo sugerir esfuerzos colectivos sin explicar, previamente, un “para qué”. Lo que, entre otras cosas, hubiere requerido esbozar, cuando menos, un diminuto programa de gobierno.
Otros, en cambio, señalan que el motivo de su triunfo se centró en la “estupenda” campaña marketinera que supo desarrollar en los espacios televisivos. La misma se asentó sobre tres pilares fundamentales: (1) No hacer público su proyecto de gobierno. (2) Mostrarse como un candidato morigerado que venía a plantear “la unidad de los argentinos”. (3) Ofrecerse como el presidente capaz de mejorar la calidad institucional de la república.  .
Quizá la “genialidad” del candidato de “Cambiemos” haya consistido en ofrecer “bolsones vacíos” de propuestas para que el elector proyectara sobre cada uno de ellos sus eventuales deseos, sin reparar que los mismos eran fruto de su construcción imaginativa y no parte constitutiva del programa o proyecto que ocultaba el candidato conservador.     
Sin embargo, demás esta señalar que el factor determinante de su consagración presidencial descansó -y lo hemos señalado infinidad de veces- en la protección y promoción mediática que los medios dominantes, a través del denodado esfuerzo del ejército de “periodistas independientes”, supieron realizar.
Hoy esos mismos “informadores” que diariamente inundaban las pantallas televisivas con hechos delictivos, aterradoras predicciones en materia económica, o cuestionamientos banales y operaciones fraudulentas respecto del proceder de la anterior presidenta, Cristina Fernández de Kirchner; han pegado un giro copernicano en materia de información y ahora se dedican a “mostrar” la realidad local como sumamente apacible, donde “los delincuentes” sorprendentemente han desaparecido del escenario social, las turbulencias económicas ya no existen (a pesar de que los trabajadores puedan tener esa “ amarga sensación” al efectuar sus compras), por lo tanto,  tampoco existen predicciones atemorizantes de parte de los economistas mediáticos –muchos de ellos ya ocupando cargos en el gobierno- que visualizan que el país “ ha retornado a la normalidad” y los encarnizados cuestionamientos  que se le realizaban a Cristina Fernández de Kirchner, se han trocado por elogios banales que, al parecer, realzan la figura del nuevo mandatario. En cuanto a las falsas operaciones realizadas contra la ex presidenta ya no tienen razón de ser; si bien es de esperar que todavía se desate contra su figura una campaña de desprestigio tendiente a sepultar definitivamente el nombre de los Kirchner de la arena política argentina. Intento que, obviamente, está condenado al fracaso (basta contemplar la multitudinaria manifestación que acompañó a la ex mandataria en sus últimas horas en la Casa rosada) y que guarda una pasmosa similitud con aquel empeño de los militares en el año 1955 cuando por decreto intentaron borrar todo vestigio del gobierno popular al que habían derrocado.
Sin duda la irrespetuosa actitud de quien hasta hace poco se arrogaba ser  “el heraldo de “la unidad de los argentinos”, nos referimos al flamante presidente electo, obstaculizando mediante artilugios jurídicos el traspaso de la transmisión del mando; sumado a la fuerte represión sufrida por algunos militantes kirchneristas por parte de la policía provincial en un distrito de la provincia de Buenos aires, son signos de temer respecto de lo que se avecina.
Si a esto le sumamos las temerosas declaraciones del titular del recién creado por decreto Ministerio de Comunicaciones, Oscar Aguad, anunciando que se acabó “la locura de la controversia” (¿Acaso quiso decir la locura del disenso?), sosteniendo también que “en la Argentina no hay monopolios  comunicacionales” y que la ley de servicios de comunicación audiovisual no puede sobrevivir con el actual gobierno. Añadiendo luego que “el marco regulatorio para los servicios de información va a estar dado por la libertad de mercado”, es lógico inferir que el declamado “apagón informativo ” está en pleno proceso de desarrollo. Lo que conduce inexorablemente a suprimir el derecho a la información veraz, para dejarlo definitivamente en manos de las grandes corporaciones. Menuda libertad de expresión la que se va modelando en los tiempos que recién se inician.
Claro que “la perlita” de estos primeros cuatro días de gobierno -si leyó bien primeros cuatro días- ha sido la reciente designación por decreto de necesidad y urgencia (DNU) de dos jueces en comisión para integrar la Corte Suprema de Justicia. Uno de los designados, casualmente, ha sido defensor del Grupo Clarín en la mentada ley de medios y denunciado oportunamente por hallarse involucrado en la creación de una ONG (supuestamente imparcial) para defender los intereses del grupo. Se trata del Dr. Carlos Rosenkrantz quien gustosamente  patrocina a grandes grupos corporativos, entre ellos: Cablevisión, Clarín, La Sociedad Rural, CARBAP, el grupo Pegasus (cuyo CEO es integrante del flamante gabinete presidencial), etc., etc.
Lo que nadie puede poner en duda es que hay un hilo de coherencia al momento de designar funcionarios públicos; todos, casi sin excepción, estrechamente vinculados a los grandes grupos corporativos. No obstante, y prescindiendo de los “conspicuos” clientes del juez designado, es menester reparar en el procedimiento adoptado para su designación.
Así podemos contemplar que el anteriormente “candidato de la institucionalidad”, ha decidido postergar sus convicciones republicanas, para convertirse en una suerte de presidente con marcada orientación -si bien por ahora es incipiente- hacia la concentración de la suma del poder público.
Lo cierto es que el respeto a los procedimientos establecidos por nuestra Carta Magna y el respeto a la legalidad no se muestran demasiado ostensibles por estos días. La presión que se ejerce sobre el Ministerio Público Fiscal, corporizado en la figura de la Dra. Gils Carbó, es una muestra más que evidente de la tentativa de uniformar los criterios y el accionar en el ámbito del poder judicial. 
Para peor a la Procuradora General se la descalifica -con la complicidad de los medios mayoritarios-  sobre la base de acusaciones falsas, como por ejemplo la de ser militante kirchnerista cuando en realidad no lo es. Y se evita de ese modo hablar de su impecable desempeño en la Procuraduría donde ha demostrado tanto a través de sus dictámenes, como a través del accionar de las fiscalías a su cargo una lucha incansable contra los delitos de toda índole. Pero aun si la Dra. Gils Carbó hubiere sido “K” en sus convicciones, cosa que no lo es, ¿donde es preciso poner la lupa para calificar su desempeño? En el ejercicio de sus funciones o en sus convicciones políticas. Sin duda un auténtico republicano nos diría en el ejercicio de sus funciones. Claro que la autenticidad no parece ser un atributo de los nuevos gobernantes, que bajo la fachada del republicanismo se encargan de pisotear reiteradamente la Constitución cuando nadie los mira.
Tal vez las sugerencias de su asesor estrella, Durán Barba, llevaron a desplegar, al Ing. Mauricio Macri, determinado comportamiento durante la campaña electoral que no se correspondía en los hechos con su verdadero “Ser”. Tal vez ahora estemos presencia de la verdadera personalidad del actual presidente.
Tal vez, y para no llevarnos sorpresas, al momento de escoger deberíamos ser un poco más meticulosos. Vaya uno a saber, no obstante, lo que sí no hay que olvidar es otro destacado párrafo de esa hermosa canción del poeta catalán; específicamente cuando sostiene: “Del derecho y del revés, uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Libre mercado + neorepublicanos= indicios de la Argentina que se viene.


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Sin duda el retorno de los personeros del libre mercado a la República Argentina no es una noticia más; por el contrario, es una pesada carga –invisible para los ojos de muchos- que, en corto período de tiempo, va a comenzar a hacer presión sobre las espaldas de la mayoría de los argentinos. Resulta interesante observar como bajo la vigencia del “libre mercado” se restringe, paradojalmente, la libertad de un considerable número de personas que, inesperadamente y como por arte de magia, verán recortado sus márgenes de autonomía.
Así por ejemplo, la puesta en práctica de las concepciones “libremercadistas o neoliberales” cercena gradualmente la capacidad de decisión de amplias franjas de la población (principalmente, de aquellos que dependen de un salario), reduciendo, con ello, notoriamente sus márgenes de libertad. La conocida frase del “zorro libre en el gallinero”, que define de algún modo la esencia del neoliberalismo, es lo suficientemente ilustrativa para comprender de qué estamos hablando; pues, en ese caso la situación en que se encuentran las aves (gallinas o gallos) es “la libertad de morir indefensos”.
Algo similar, en otros términos, acontece en las economías de “libre mercado”. En principio, es menester reconocer que la libertad de mercado requiere ineludiblemente de la supresión de aquellas normas regulatorias que atenten, de alguna manera, contra las decisiones empresariales; y dentro de estas normas se encuentran, como es de prever, las que regulan la actividad laboral.   Pues, el trabajador  al quedar lo suficientemente indefenso en la relación laboral debe terminar aceptando todas y cada una de las condiciones que su, actual o potencial, empleador exija. De ese modo, ante la evidente disparidad de fuerzas y con un Estado ausente (o peor aún, funcional a los intereses de determinados grupos empresariales), su espacio de “libertad” termina circunscribiéndose a aceptar la oferta del empleador o directamente rechazarla. Esta última opción encierra, como es obvio, la posibilidad de quedarse sin salario, con todo lo que ello significa tanto en el ámbito personal, familiar como el social.
Por suerte existen las asociaciones gremiales, entidades éstas encargadas de velar por los intereses de los trabajadores; si bien, es necesario reconocerlo, no siempre lo hacen. No obstante, y aun suponiendo que las mentadas organizaciones no claudiquen en sus principios fundacionales (cosa que sí ocurrió con la mayoría de ellas en la década del 90 en Argentina), es fácil colegir que, uno de los objetivos inherentes a la dogmática “libremercadista” es la constitución de un ejército de desocupados que sirva no solamente para contraer los ingresos de los trabajadores; sino también para instalar “el miedo al desempleo” y con ello disciplinar a la masa de los trabajadores ahogando, de esa forma, sus eventuales reclamos. De ahí, que no resulta descabellado afirmar que el neoliberalismo requiere inexorablemente de altos índices de desocupación. Ahora bien,  cuando los niveles de desocupación alcanzan, como consecuencia de la instrumentación de políticas neoliberales, a rondar en torno al 15 % de la población económicamente activa, los lazos de solidaridad en el sector asalariado empiezan a resquebrajarse, construyéndose de ese modo una división artificial: trabajadores por un lado y desocupados por el otro. Donde los primeros, condicionados por el temor a la pérdida de su relación laboral se distancian, paulatinamente, de los reclamos de aquellos que han caído en desgracia; sin reparar que ese distanciamiento los convierte aun en mucho más vulnerables en su condición de trabajador.
Sin duda que no se trata aquí de anatematizar a todos los empleadores que, por otra parte, deben ajustarse a las reglas de juego que el propio sistema impone. Además, siempre es necesario establecer niveles de diferenciación; obviamente, no es lo mismo un empleador mediano o pequeño cuya suerte está atada al desarrollo del mercado interno y donde una parte de sus ganancias se destina a la inversión local o al ahorro nacional, que una corporación multinacional cuya mira esta puesta en extraer la mayor rentabilidad posible y luego remesar esas utilidades a su casa matriz.
Lo cierto es que en los hechos, la “libertad de mercado” es incompatible con el pleno empleo y el crecimiento del mercado local; ya que en el fondo -y esto es empíricamente verificable- oculta una gigantesca transferencia de recursos en favor de los grupos concentrados de toda estructura económica.
Similitudes con la Argentina que se avecina
Pero continuando con el hipotético ejercicio (extraído ineludiblemente de la experiencia histórica) para llegar a esos índices de desocupación, es menester previamente reducir la capacidad adquisitiva de la gran mayoría de la población. De ese modo se obtiene una considerable caída de la demanda, una contracción muy fuerte del mercado interno, conjuntamente con un crecimiento sostenido de los niveles de desempleo; lo que genera, a su vez, en economías como la nuestra, un excedente de bienes primarios -derivados de la retracción del consumo interno- que se traducirá en ingentes beneficios para el sector agro-exportador.  
Así vemos cómo, no solo se reduce la capacidad de consumo, sino también, paralelamente, la capacidad decisoria del trabajador lo que trae aparejado un amplio recorte de su autonomía.  
Por otro lado, es preciso reparar que la visión libremercadista es propia de las grandes  corporaciones. Que conciben al salario sencillamente como un costo y no como una retribución que se le asigna al trabajador por su aporte al proceso productivo y, por ende, a las ganancias empresariales. De ahí que no sea una casualidad, que el nuevo presidente haya sostenido, mucho antes de ser electo, esa misma visión en una entrevista televisiva en la que afirmó: “es preciso bajar los costos, y el salario es un costo más”.  
Sintetizando, el libre mercado atenta contra los márgenes de libertad de los sectores asalariados; aumentando paralelamente los márgenes de discrecionalidad del sector empresarial más fuerte. Ésto que al parecer consiste en una mera elucubración teórica, es lo que se delínea en el horizonte económico argentino. Si uno observa atentamente los acontecimientos que se vienen desarrollando en el ámbito nacional, previo a la asunción del nuevo presidente, podrá discernir que la orientación económica que se avecina no difiere mucho de la hipótesis formulada. 
Por un lado un equipo económico que vociferando sus intenciones devaluacionistas y de eliminación de las retenciones, antes de hacerse cargo de la cartera ministerial, genera un cúmulo de expectativas que redundan en un alza desmesurada de los precios en estas últimas semanas; lo que implica un recorte significativo en los salarios de los trabajadores y una merma considerable en los haberes jubilatorios. Por el otro, una serie de anuncios, entre ellos la supresión de los subsidios en el terreno energético y en el transporte público, sumados a una devaluación oficial a realizarse ya en ejercicio de las funciones  que reducirán aún más la capacidad de compra de los sectores populares.
Mientras tanto el mandatario entrante, al igual que la mayoría de los medios hegemónicos, muestra una excesiva preocupación por el lugar donde se realizará la entrega de los atributos presidenciales (esto es, la banda presidencial y el bastón de mando), asignándole muy poca entidad a las desmesuradas remarcaciones de precios que se vienen efectuando cotidianamente por parte de las grandes corporaciones. Claro que preocupación semejante, pone de relieve cuales son las prioridades del flamante presidente.
Lo cierto es que, nadie que razone un poco podría dudar respecto a que el nuevo gobierno (cuyo staff ministerial está conformado, en su totalidad, por hombres y mujeres provenientes de las más grandes corporaciones) no solo  consintió, sino que impulsó “disimuladamente” el proceso remarcatorio. A esta altura de los acontecimientos es fácil percibir la intencionalidad de lo que se avecina.
Si hasta en el  campo de la simbología resulta sencillo advertir que el hecho de no querer recibir los mentados atributos presidenciales en el ámbito parlamentario, encierra un evidente menosprecio por la legislatura. Su pública amenaza de recibir los mismos de manos de la Corte Suprema de Justicia (a la vieja usanza de las dictaduras) es todo un signo no muy complejo de descifrar.
Lo cierto es que el nuevo presidente cuenta con una ventaja nada despreciable para el ejercicio de sus funciones; concretamente una protección mediática sin precedentes en la historia de nuestro país. Que ya se corroboró en los hechos (al menos por parte de los medios hegemónicos) durante toda su gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad.  Hecho éste que puede configurar no solo un alto grado de desinformación ciudadana respecto de las políticas perniciosas que se puedan instrumentar en perjuicio de las mayorías; sino también en un elevado grado de concentración de poder que puede tornarse exorbitante merced a esa extraordinaria protección. Alarma sinceramente la reducida posibilidad de escuchar voces críticas en la estructura comunicacional argentina. Es tal el grado de concentración mediática que, aun mediante la sanción de una nueva ley de medios audiovisuales, no se ha podido romper (y en esto el sector más retrogrado del poder judicial aportó lo suyo) con el esquema dominante que impusieron las grandes corporaciones comunicacionales. El temor a que, a partir del 10 de diciembre, se produzca lo que algún periodista local denominó “el apagón informativo” es toda una realidad; máxime si tenemos en cuenta que las emisoras oficiales pasaran, desde entonces, a desarrollar la misma melodía comunicacional que la vienen ejecutando los medios corporativos.
Por otro parte, el ininterrumpido ataque cibernético que por estos días se le viene realizando a la página web del diario Pagina 12 y respecto del cual los medios de comunicación dominantes ni siquiera efectuaron el más mínimo repudio por los hechos; como tampoco lo hizo el flamante presidente, tal vez porque lo considere un diario opositor, preanuncia de algún modo que la libertad de expresión en nuestro país no está plenamente garantizada.        
Si a todo esto le adicionamos, el desmesurado énfasis con el que se intenta avanzar sobre la figura de la Procuradora General de la Nación, Dra. Gils Carbó,  o contra el titular del Afca, Martín Sabbatella, al igual que contra el presidente de RTA (Radio Televisión Argentina), Tristán Bauer,  es lógico presumir que la concepción “republicana” tan alardeada por la alianza triunfante, es muy particular. Tan particular que deberíamos hablar ya de “neo-republicanos”.

Si bien es cierto que por ahora son solo indicios; no es menos cierto que aun así despiertan ráfagas de escalofríos.

martes, 1 de diciembre de 2015

Coincidencias de la historia y el retorno de viejas recetas.


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A solo nueve días de la próxima asunción del nuevo presidente el panorama económico de los argentinos comienza a tornarse turbio, claro que la falta de transparencia no es producto de la casualidad; sino que es la consecuencia ineludible de un programa económico que se supo ocultar sistemáticamente a lo largo de toda la campaña electoral. El, hasta el 22 de noviembre, candidato de “las buenas ondas”, Mauricio Macri, fue incapaz de musitar una propuesta política concreta; no obstante, desde que resultó electo presidente comenzó a expresar que no podía dar definiciones de la política a desarrollar a raíz de que carecía de información respecto al estado de cosas existente.
Es razonable preguntarse entonces, porqué efectuaba críticas a las políticas oficiales u arrojaba cifras que no se correspondían con la realidad (como por ejemplo: “existen 15 millones de pobres en la Argentina”) si no poseía en su haber información al respecto.
Obviamente resulta estéril formularse ese interrogante una vez consumado los hechos. Sin embargo, tamaña actitud no deja de ser un buen indicio para poner en duda la veracidad del mensaje que por estos días viene cobrando difusión en los distintos medios hegemónicos (por otra parte, aliados históricos del nuevo mandatario) que reproducen las expresiones del ya consagrado presidente y de sus futuros ministros cuando nos hablan de que se viene un proceso de “sinceramiento” de la economía argentina.
Es menester hacer un breve recorrido por la historia económica de nuestro país para corroborar que la metodología que comienza a aplicarse en los tiempos que corren no es para nada original. Ha sido el pretexto recurrentemente utilizado por los economistas liberales y neoliberales cada vez que se adueñaron de la conducción económica en la Argentina.
Es notable contemplar, y más allá de las diferencias, las similitudes que se reproducen cada vez que los gobiernos ultraconservadores acceden a la conducción política del país. Su táctica habitual -al parecer imperecedera a pesar del transcurso del tiempo- es criticar desmesuradamente la “herencia económica” recibida y a partir de allí impulsar un conjunto de medidas que, según su enfoque ortodoxo, se “les vende” a la ciudadanía como  de “inevitable aplicación”.
Sucedió, variantes más, variantes menos, con la mal llamada “revolución Libertadora” (período reivindicado, a través de sus tuits, por el futuro Ministro de Cultura, Pablo Avelluto) con Raúl Prebisch como ministro de economía, con Álvaro Alzogaray (ministro de Frondizi), ( con Adalbert Krieger Vasena (ministro de Onganía), con Alfredo Martínez de Hoz (de Videla) y con Domingo Felipe Cavallo (de Menem y De la Rúa). Y todo indica que con Alfonso Prat Gay, ministro del presidente Macri, el camino a seguir ha de ser el mismo. Esto es realizar una descripción extremadamente pesimista de la situación actual, tergiversando la realidad económica, para justificar, de ese modo, la implementación de políticas antipopulares.
Es sorprendente observar cómo, en el período de “la revolución libertadora” -año 1955- caracterizado, entre otras cosas, por un profundo antiperonismo (equivalente hoy día al “antipopulismo” o “antikirchnerismo”), uno de los informes presentados al asumir el liberal ministro de economía de aquel entonces, se tituló “moneda sana o inflación incontenible”; dos de las expresiones que suelen frecuentar asiduamente en los labios de los más ardientes neoliberales del presente. Así se nos habla hoy de que Sturzenegger debe presidir el Banco Central para “sanear la moneda” y que la batalla que vienen a dar es, fundamentalmente, contra “la inflación”. El mismo discurso que platicaban los Martínez de Hoz y los Cavallo. El principal enemigo es “la inflación” como si se tratase de una divinidad que cobrase vida por sí sola. Y la mejor manera que encontraron siempre para reducirla ha sido cercenando la capacidad de compra de la población. Al fin y al cabo si nadie compra, no hay demanda y si no hay demanda no hay inflación.  
No vayan ustedes a creer que son los formadores de precios quienes mediante su insaciable avidez se encargan de incentivar el proceso inflacionario; no, en absoluto, es simplemente la emisión monetaria segun nos dicen estos economistas. Claro que si así fuere la economía estadounidense hace rato que tendría niveles hiperinflacionarios pero no los tiene; no obstante sus elevadísimos volúmenes de emisión.   
Lo concreto es que, a pesar de las distancias, podemos apreciar un hilo conductor en todas estas experiencias que culminaron siempre reduciendo la capacidad de compra de las mayorías, empobreciendo a los trabajadores, incrementando el ejército de desocupados, licuando los haberes de los jubilados y endeudando al país bajo la promesa de un futuro mejor que jamás llegó y nunca llegará. Pero ahí están, los ortodoxos neoliberales nuevamente a bordo de la nave del estado; pero eso sí, legítimamente elegidos por poco más de la mitad de la población.
Nadie puede poner en duda su legitimidad de origen; si bien es cierto que no todos los votantes conocían las verdaderas intenciones (y muchos de ellos todavía las desconocen) del flamante gobierno. Sin duda que los medios de comunicación dominantes jugaron un papel protagónico en la construcción del triunfo de la más cruda “derecha” de nuestro país. De tal manera que fabricaron un consenso virtual en beneficio del candidato conservador; evitando como es obvio, que saliera a la luz su auténtica propuesta. Sin embargo, las expresiones vertidas por el candidato Macri en los “círculos cerrados” ya preanunciaban el futuro por venir. El ocultamiento estuvo muy bien planificado; no obstante, a estas alturas no se puede seguir siendo víctima del engaño. Pues, nadie puede “comprar” el falaz argumento de que deseaban una transición ordenada; si así fuese, no hubieran anunciado sus propósitos devaluacionistas y la eliminación de parte de las retenciones antes del traspaso del mando presidencial.
El anuncio, formulado adrede, es fácil de interpretar y tiene por objeto dos firmes designios: pues, por un lado obstaculizar la liquidación inmediata de las divisas por parte del sector agro-exportador -lo que acentúa de ese modo una merma en las reservas del Banco Central- y por el otro, promover las remarcaciones, es decir el aumento de los precios, para que el recorte salarial que eso implica se le asigne al gobierno saliente y no al entrante. Que sumado a la devaluación que piensan aplicar, ya en ejercicio de sus funciones, y al ajuste de las tarifas de los servicios públicos; terminaría redundando en un recorte significativo de los salarios. Esto es lo que en economía se llama redistribución regresiva de la riqueza. Y lo que la ciudadanía ha votado por desgracia.
Pero volviendo a la “gesta comunicadora” que realizaron eficazmente los afamados periodistas independientes; es lógico concluir que hicieron un excelente trabajo. Pues, solo comparable con aquel que realizaron Neustadt y Grondona en su cruzada privatizadora de los años 90. Esta vez el mérito fue colectivo; si bien una buena parte de esos logros le correspondió a Jorge Lanata; que con sus invenciones mediáticas logro captar la atención de los incautos, que ingenuamente sucumbieron a sus “cantos de sirena”. Falaces, la gran mayoría de sus ellos; pero agradable a los oídos de los incautos que terminaron creyéndole y apoyando con su voto un gobierno neoliberal.
Ahora bien, una vez cumplida su misión, ha anunciado su retiro de PPT (periodismo para todos); pues sostiene que su ciclo ha concluido. Como aquellas antiguas “espadas a sueldo” que una vez alcanzado el objetivo por el que habían sido contratados, se retiraban con su oferta hacia otro sitio. Sería recomendable, no para la sociedad sino para el futuro gobierno, seguir contratando sus servicios; ya que en lo inmediato van a tener que construir el consenso artificial para las políticas de “sinceramiento”. Eufemismo utilizado para la ejecución de políticas de ajuste. Sincerar entonces, no  va a ser otra cosa que presentar un panorama económico espeluznante. Tan caótico que “no van a tener más remedio” que aplicar políticas de shock; pero eso sí, nos señalarán que en el mediano plazo van a dar el resultado esperado. El mismo resultado que obtuvieron los economistas anteriormente mencionados en el camino de la historia.
Que fácil resulta a veces engañar a los incautos cuando se ignora la historia. Si hasta algunos creyeron “la fábula del viento de cola”; sin reparar que arribar al buen puerto depende del conductor del velero y no de la voluntad del viento. Por ello de nada sirve esperar buenos vientos cuando el conductor no tiene intenciones de arrojar el ancla en los buenos puertos.