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miércoles, 26 de febrero de 2014

El Carnaval del peronismo renovador impulsado por los medios




      







Todos sabemos que en época de carnavales no es sorprendente encontrar algún disfrazado portando una máscara con miras a asistir a alguna fiesta o, eventualmente, a un corsódromo para deleitarse durante el efímero reinado del Rey Momo.  Sin embargo, lo que sí resulta sorprendente es que aquellos dirigentes políticos y/o mediáticos de Argentina que, curiosamente, durante el resto del año apelan al uso cotidiano de la máscara para ocultar sus verdaderas intenciones; se desenmascaren durante el período carnavalesco.  
Y esto lo decimos  por las recientes declaraciones de los denominados “hombres del massismo” que durante el presente mes han salido a manifestar, sin pelos en la lengua, que “los trabajadores argentinos estarían dispuestos a que se le rebajen de sus salarios hasta un 10% de lo que perciben”. Curiosa afirmación en principio; no obstante, si indagamos un poco más en esta clase de expresiones, y de los personajes que las vertieron, podremos percatarnos de que no son fruto del azar; sino el resultado del modelo de país que propugnan estos sectores.
 Así observamos como Felipe Solá, destacado representante del peronismo “renovador”, se lanzó mediáticamente al ruedo con esta propuesta, seguido por Javier González Fraga (otro conspicuo menemista, ahora simpatizante de la “renovación” massista) quien habló de las bondades de la reducción salarial y por José Ignacio de Mendiguren, ex titular de la UIA y flamante diputado que engrosa las filas del futuro candidato presidencial Sergio Massa, que vino a sugerir la interrupción de las paritarias; despojando, en consecuencia, a los trabajadores de un instrumento legítimo para defender sus salarios.
Sin duda, para aquellos que intentamos observar detrás del telón del escenario teatral de la política argentina semejante proceder no nos toma desprevenido. Por el contrario, basta rememorar el mensaje que Sergio Massa destinó a los empresarios en agosto del 2013 para recordar, cuan agradable sonó a los oídos de estos, “la melodía neoliberal” que el mentado dirigente supo desarrollar en los salones del Hotel Alvear.
Sin embargo, y más allá del eventual proceder que tendrán estos señores en caso de llegar al gobierno, lo cierto es que hay toda una estrategia montada por el establishment económico-financiero y mediático a los efectos de ir “convenciendo” a la gente de las necesidades del retorno paulatino al viejo modelo neoliberal.
Una estrategia que se viene ejecutando “sin prisa pero sin pausa” como diría Napoleón y motorizada por las grandes corporaciones económicas y mediáticas.
Ya lo decíamos en octubre del año pasado y no por saberlo a ciencia cierta, sino por ser simples observadores del devenir político del país. Luego del resultado de los comicios legislativos de octubre, los medios hegemónicos se encargaron de librar el certificado de defunción del “ciclo kirchnerista” y anunciaron, con bombos y platillos, los futuros presidenciables: Massa, Macrí y Scioli todos congraciados (en mayor o menor grado) con el sistema de poder dominante en Argentina.
La nota publicada, a fines de octubre del 2013, en nuestro blog se titulaba "el Gran Ganador" y allí decíamos lo siguiente:

Así, poco se habla en estos medios de la gran elección realizada -por solo citar dos ejemplos- de los gobernadores de Chaco o Entre Ríos (Capitanich y Uribarri respectivamente) que, eventualmente, los colocaría en carrera para las presidenciales del 2015. Sin embargo, los analistas del denominado “periodismo independiente” ya preanuncian de antemano, como futuros presidenciables, los nombres de Massa, Macri y hasta del derrotado Scioli; todos ellos funcionales, obviamente, a los intereses del establishment económico-mediático.
Es, precisamente, en función de esta hipótesis que podemos afirmar que el gran ganador en estos comicios legislativos ha sido, por el momento, nada menos que: el poder mediático. Ahora bien, que repercusiones puede traer este “triunfo” de los medios en el escenario político local. No se trata de hacer futurología pero, experiencia mediante, no sería descabellado suponer que a partir de ahora recrudecerán los intentos desestabilizadores nuevamente: las corridas del dólar, la amplificación de la sensación de inseguridad virtual amalgamada con la real, la mentira revestida de información para dinamitar al gobierno, los “tradicionales saqueos” que surgen en las fechas navideñas, etc., etc.
Todo sería válido y necesario para acelerar la retirada de un gobierno que osó poner en jaque el predominio de los sectores dominantes; en consecuencia, sería bueno darle una lección para sentar precedentes”.
 No por casualidad los portavoces de sugerir una hipotética reducción de los salarios aparecieron al unísono en los programas televisivos de los grandes medios; si hasta el periodista estrella del Grupo Clarín, Jorge Lanata, se encargó de decir que “de haber un fuerte liderazgo la gente aceptaría la posibilidad de una reducción del salario del orden del 10%”. Como vemos se ponen de acuerdo hasta en las cifras a sugerir.
Curiosamente, nunca hablan de los excesivos márgenes de rentabilidad de la que gozan las grandes empresas; por ej. las gigantescas cadenas de supermercados.
Al contrario, cuando el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, mencionó la posibilidad de enviar al Congreso de la Nación un proyecto de ley para evitar el abuso de posición dominante, todos “los periodistas independientes” salieron a cuestionar la iniciativa.
¡¡Como se le va a poner un freno a la rentabilidad de los grandes supermercados!! Vociferaron los “periodistas” de TN, esos excelsos “mensajeros de la verdad”, los mismos que nos decían que ese canal iba a desaparecer con la puesta en vigencia de la ley de medios.  
 Aquí, como es su costumbre, omitieron hacer referencia a la existencia de esta clase de leyes en los países desarrollados; pero eso sí, cuando el gobierno decide no ajustarse, por ejemplo, a las sugerencias del FMI, se trata de un país que no sintoniza la frecuencia de las grandes naciones, ni saca provecho de esas experiencias.
Lo cierto es que, en el curso de estos días, escuchamos  que para combatir la inflación hay que reducir los salarios, sin tocar los desorbitantes márgenes de ganancias de las grandes corporaciones que, según el periodismo independiente, en nada afecta al desarrollo de la espiral inflacionaria. El hecho comprobado que en una gran variedad de artículos remarquen con márgenes de ganancias superior a los tres dígitos o motorizar el desabastecimiento para provocar una suba de los mismos es, a juzgar por estos señores, simplemente las reglas que “sabiamente” nos impone la economía de mercado.
La historia nos demuestra exactamente lo contrario; sin embargo, debemos reconocer que la nuestra no es una sociedad con manifiesta vocación historicista. Pues, de serlo no habrían “sobrevivido” los gurúes mediáticos, ni el menemismo reciclado (hoy peronismo renovador), ni los dinosaurios de "los periodistas independientes" que tanto mal le han hecho al país y aun mantienen cierta ascendencia sobre los televidentes. La importancia de orientarnos por la historia, nos permite cuando menos avizorar los pasos ocultos que ciertos sectores van desarrollando.  
Así hoy, podemos apreciar cómo el establishment económico-mediático ha decidido profundizar sus embates contra el gobierno y para ello cuenta con un ejército de soldados títeres que están dispuestos a ofrecer sus servicios voluntariamente. Al parecer, buena parte del peronismo renovador y del resto de la oposición se han ofrecido incondicionalmente. Lo bueno es que, misteriosamente, en carnaval han decidido despojarse de la careta. 

lunes, 17 de febrero de 2014

Borges y el ser argentino




   







Borges alguna vez se pregunto qué significa ser argentino y arribo a la conclusión de que “es esa cosa que no se puede definir”.  Y por cierto que, si nos observamos a la lejanía y con detenimiento, terminamos dándole la razón a Don Jorge Luis.
No porque coincidiésemos con  él en materia de pensamiento político; sino porque aquellos lazos que, en ocasiones, nos unen con nuestro país son tan endebles que es difícil encontrar una definición precisa de eso que podríamos denominar el ser argentino. Resulta por lo menos enigmático definir al argentino fuera de su pasión por el fútbol, por el asado y el mate. Y ante la pregunta que es ser argentino, me encuentro como San Agustín cuando se le preguntaba que es el tiempo: “Lo sé perfectamente mientras no me lo pregunten, lo ignoro absolutamente cuando lo hacen”.
Se podrá decir que un argentino es alguien que llora de emoción cuando ve la celeste y blanca flameando en un estadio de fútbol; pero al mismo tiempo es alguien que puede lucir sobre su pecho una remera con la bandera estadounidense o, más grave aún, británica.
Un argentino es alguien que se conmueve hasta el tuétano cuando recuerda la gesta de Malvinas y, paralelamente, no tiene reparo en abastecerse de combustible en una estación de servicio perteneciente a una empresa que no solo respondió históricamente a la corona británica; sino que a su vez durante el conflicto del Atlántico Sur abastecía a la flota inglesa con las existencias que poseía en nuestro país.
Un argentino es alguien que a principios del presente siglo salía a las calles a gritar “que se vayan todos” en referencia a los políticos y economistas que, directa o indirectamente, gobernaban en aquel entonces, y hoy los reivindica para que regresen y/o aplauden las profecías que realizan como si fuesen verdades incontrastables.
Un argentino es alguien que está más pendiente del dólar estadounidense que del peso moneda nacional, con todas las implicancias que encierra el poseer ipso facto un sistema bimonetario que esta fuera del control local. Es alguien que se admira al contemplar el desarrollo de los países industriales, pero después reclama la libre disponibilidad de divisas en detrimento de objetivos claros de industrialización nacional.   
Un argentino es alguien que reacciona (muchas veces engañado) frente a un supuesto intento de limitar “la libertad de expresión”, y no repara que “las estrellas de la información” no solo son las mismas que hace más de 30 años acompañaron la mayoría de los procesos políticos que existieron en la Argentina; sino que no brindan lugar a la aparición de nuevas voces.  
Un argentino es quien parte de la creencia que el poder político “todo lo puede” y no repara en que el verdadero poder es invisible a los ojos de la ciudadanía. Es alguien que supone que las reiteradas corridas cambiarias, la disparada de los índices inflacionarios, el desabastecimiento, son fruto exclusivo de los desaciertos de los distintos gobiernos en materia de política económica y no resultado de una acción deliberada de los sectores dominantes en la estructura económica.
Un argentino es quien pretende gozar del status de vida que poseían (hasta no hace mucho) los países desarrollados pero pretende abonar impuestos equivalentes al de los países infradesarrollados.
Un argentino es alguien que no le interesa la historia de su país porque es cosa del pasado, sin reparar en que el resultado de lo que somos es fruto de nuestra historia.
Un argentino es alguien que cree ciegamente en lo que dicen los medios sin detenerse a pensar que “los medios” no persiguen la verdad, sino intereses. Que, curiosamente, no son los intereses de la mayoría de la población; sin embargo, aún mantienen una alta dosis de credibilidad.
Un argentino es alguien que supone que cuando le va mal en su vida personal la culpa es irremediablemente del “otro”; ahora cuando le va bien, es consecuencia exclusiva de su infatigable esfuerzo. Las circunstancias existentes que posibilitaron su éxito no cuentan, sí, en cambio, las que lo condujeron al fracaso.  
Se podrá argüir que existen muchos argentinos que no comparten estas posturas y, por cierto, sin lugar a dudas que es así. Lo que torna mucho más difícil encontrar una definición al respecto. Alguien podrá decir que los argentinos somos impredecibles o quizá “incorregibles” como el propio Borges calificó, en su momento, a un determinado sector político local.
Otros podrán decir que estas características son más propias de los porteños y de los habitantes del Gran Buenos Aires que del resto de los habitantes del país, y no deja de ser un argumento válido. Lo cierto es que se hace muy difícil encontrar denominadores comunes entre nosotros y bienvenido si esa diversidad fuese un campo fértil para el desarrollo intelectual de nuestro pueblo.
El problema es que aquí las ideas se transforman en “dogmas”; esto es, no requieren de análisis, ni de fundamentación alguna. Son verdades porque sí, y las verdades porque sí tienen corta duración pero graves consecuencias para nuestro futuro.
Mucho se ha avanzado en estos últimos diez años para encontrar una definición de los argentinos más acorde con las necesidades de nuestra nación; sin embargo, semejante avance es extremadamente insuficiente para conceptualizarla en el corto plazo.
Ojalá con el tiempo la encontremos y no tengamos que seguir dándole la razón a Don Jorge Luis.