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jueves, 25 de febrero de 2016

El retorno de la penuria existencial y el menosprecio del presente




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Es irritante observar como los cultores de la ideología neoliberal se empeñan cotidianamente en justificar la puesta en marcha de un programa económico y social cuyo propósito consiste en empobrecer a la gran mayoría de la población y, paralelamente, dinamitar todo lo que represente algún conato industrialista.
Sin duda, no son muy originales en su construcción discursiva, pues, por el contrario, la andanada de estólidos “argumentos” a los que recurren, forman parte de las tradicionales y arcaicas fábulas para incautos que, triste es reconocerlo, suele ser muy eficaz al momento de engañar a vastos sectores de la ciudadanía argentina.
Así por ejemplo, no es inusual escuchar en los medios de comunicación a los funcionarios oficiales o a sus agentes de propaganda privados (economistas de la City) hablar de que el principal objetivo del gobierno “es combatir la inflación” heredada, según ellos, del gobierno anterior.
Cualquiera que conozca un poco los principios que rigen la economía -y con más razón si ha vivido en la Argentina- no ignora que el mero hecho de devaluar el peso en las proporciones que el actual gobierno lo hizo, iba a provocar una escalada inflacionaria de una magnitud exorbitante. Además de generar, como es ostensible, una pérdida sustancial del poder adquisitivo de los trabajadores que ya alcanza el orden del 50%. Como vemos, en vez de atenuar el supuesto mal que aqueja a la sociedad argentina, conforme al diagnóstico que ellos mismos hacían, han optado por profundizarlo.
Como diría el célebre Don Arturo “Estos asesores no se proponen curar al enfermo sino matarlo”, y las medidas instrumentadas corroboran semejante afirmación.
Es llamativo que en esta época donde se habla tanto del “sinceramiento de precios”, nada se hable de la necesidad de sincerar las expresiones de algunos funcionarios, a los que todavía seguimos escuchando hacer referencia al concepto, vacío por cierto, de “Pobreza Cero”. Al parecer, para los nuevos gobernantes, la sinceridad ha dejado de ser un atributo humano para pasar a ser una cualificación de las mercancías. De lo contrario, no escucharíamos a muchos de estos señores decir que “la inflación nos perjudica a todos”; pues, sería más digno que se llamen a silencio antes de afirmar cosas que no son ciertas. Si nos hablasen con honestidad, reconocerían que detrás de todo proceso inflacionario se esconde la verdadera pugna por el reparto de la riqueza, y el sector más profundamente perjudicado a la hora de la repartija es, sin lugar a dudas, el sector asalariado.
Precisamente es esa ausencia de sinceridad la que les permite responsabilizar al gobierno anterior de la disparada inflacionaria de estos últimos meses; omitiendo que “el galope inflacionario” tuvo lugar, en principio, cuando anunciaron la devaluación de la moneda y, posteriormente, cuando se salió del denominado “cepo cambiario” para introducir la divisa en las turbulentas aguas del “libre mercado”.
Pero para comprender más lo que estamos diciendo, cotejemos el actual proceder del equipo económico en materia de devaluación, con el ejecutado por el gobierno anterior.
Es lógico reconocer que en enero del 2014 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se vio forzado a devaluar por una pluralidad de motivos (merma de reservas como consecuencia de la ejecución de políticas de desendeudamiento, fuertes presiones del “mercado” para depreciar el peso, constante fuga de capitales, etc.), la devaluación no fue para nada menor; sino que osciló entre el 30 y el 35% entre los meses de noviembre de 2013 a marzo de 2014. Sin embargo, el gobierno adoptó un conjunto de medidas que terminaron reduciendo a la mínima expresión el impacto devaluatorio sobre el grueso de la población. A saber: aumentó la Asignación Universal por Hijo (AUH), las jubilaciones y pensiones, posibilitó acuerdos salariales con paritarias sin techo alguno, ejecutó la política de precios cuidados, impulsó la compra en cuotas mediante el plan “Ahora 12”; preservando de ese modo el poder adquisitivo de la población sin menoscabar la demanda en el mercado interno y, de ese modo, procurar mantener incólume los índices de ocupación en la Argentina.
En cambio, el actual gobierno de “Cambiemos” procedió de manera diametralmente opuesta: Devaluó la moneda en un 40%, permitiendo a su vez que el mercado continúe con el proceso devaluatorio (ya casi alcanza un 60% y nada asegura que se ha de detener), para peor eliminó las retenciones y los cupos de exportación lo que facilitó el proceso remarcatorio en materia de alimentos, decidió promover un aumento del combustible, no fue capaz de adoptar una sola medida para atenuar o compensar la desmesurada pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores; por el contrario, despidió un elevadísimo número de empleados públicos (alrededor de 50.000 por el momento), suprimió las barreras arancelarias para facilitar el acceso de productos importados lo que ya está determinando el por ahora incipiente, pero por demás preocupante, cese de las actividades de las industrias locales y, como añadido, paralizó todo emprendimiento en materia de obras públicas. No hablemos aun de los anunciados “tarifazos” y del nuevo aumento de la nafta que va a incidir en mayor medida en el índice inflacionario del mes de marzo.
En fin, como es sencillo de apreciar, las diferencias son notorias. Mientras que en el 2014 se adoptaron un conjunto de medidas tendientes a proteger a los asalariados y no provocar una fuerte transferencia de ingresos en perjuicio de la gran mayoría de la población; ahora, en cambio, se instrumentan una serie de medidas tendientes a beneficiar a un sector minoritario de la población en detrimento de la gran masa poblacional.
Es evidente que la  idea que nos ofrece el macrismo de combatir la inflación es a base de corroer el consumo popular. Ahora bien, si la política antiinflacionaria consiste esencialmente en reducir la demanda a límites estrechos, hasta llevarla a una suerte de “Consumo Cero”, el resultado ha de ser, indefectiblemente, un gigantesco cementerio.
No existen dudas que el fantasma de la inflación ha sido de suma utilidad para, en ocasiones, atemorizar a los pueblos y condenarlos a que acepten sumisamente la ejecución de políticas que atentan contra sus intereses. Cualquiera puede recordar como durante el gobierno del presidente Alfonsín los grandes grupos económicos estimularon el proceso inflacionario para provocar su finalización anticipada del mandato. Lo que luego derivo en los planes de ajuste del gobierno menemista. Con esto no estamos planteando ignorar todo proceso inflacionario, sino por el contrario, indagar en las verdaderas causas y observar las medidas adoptadas para combatirla. Pues allí sabremos si se nos habla con la verdad o solo se nos engaña.
El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz sostuvo: “Cuando nos dicen que la inflación es el impuesto más cruel, sospechemos, ya que solo cuando es muy alta puede afectar el crecimiento de un país. La preocupación principal del mercado financiero nunca han sido los pobres.” (1)
Bien lo señaló el destacado economista cuando adujo que la inflación no es un problema en sí misma, sino por las consecuencias que puede traer aparejada en torno al empleo, al crecimiento o a la distribución del ingreso. Después de todo, se puede sobrellevar una vida con cierto bienestar aun con un índice inflacionario razonable y, por otra parte, se puede vivir pesimamente mal en el marco de una economía sin inflación. Claro que la ortodoxia neoliberal es incapaz de reconocer estas posibilidades, pues de hacerlo, estaría quitando el único sustento del cual se sirve para justificar sus políticas de ajuste.      
Si hay un rasgo característico del discurso neoliberal en la argentina, ha sido el de demandar ingentes esfuerzos a la ciudadanía en aras de un “mejor futuro”, por cierto, siempre por venir. Lo real, es que la experiencia histórica nos ha demostrado que ese “mejor futuro” nunca se materializó con el correr del tiempo y que los sacrificios, cada vez que los neoliberales estuvieron en el poder, se fueron expandiendo en número hasta oscurecer nuestro presente.
Así generaciones de argentinos vieron al final de sus vidas que el sacrificio realizado en aras de un “futuro mejor” no solo no se cumplió; sino que malgastaron gran parte de sus vidas en soportar padecimientos que solo conducían a incrementar sus penurias.
Lo paradójico de estas fábulas neoliberales, es que siempre han sido muy convincentes para muchos conciudadanos. Desde “hay que pasar el invierno” de Alvaro Alsogaray, o “al final del túnel veremos la luz” de Martínez de Hoz, pasando por “estamos mal pero vamos bien” de Menem-Cavallo, al de “Pobreza Cero” de Mauricio Macri.
Tal vez, porque quizá no reparamos que la única dimensión real de la existencia: es el presente. Y eso nos lleva a ilusionarnos con un futuro que siempre es por demás incierto y que ni siquiera sabemos si hemos de alcanzar. De ahí que es hora de dudar de aquellos que nos prometen un mejor futuro a expensas de un padecimiento presente.




(1)    Economía a contramano (Alfredo Zaiat)

lunes, 15 de febrero de 2016

El nuevo parámetro de racionalidad macrista.



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Uno de los argumentos más utilizados en estos últimos días, por parte de los críticos del período Kirchnerista, es el hacernos creer que el país ha retornado a “la normalidad”. Pues, la idea de que el país se ha encauzado en el plano institucional y en el “racionalismo económico”, abandonando el “despilfarro irresponsable” del gobierno populista, conduce a suponer que la notoria mejora en materia de derechos y en relación a una distribución más equitativa del ingreso promovida por el gobierno anterior fue consecuencia de la instrumentación de políticas irracionales que atentaban contra “lo normal”.
Por cierto, imponer semejante creencia tiene el deliberado propósito de lograr el necesario consentimiento social para que la ciudadanía acepte, resignadamente, la ejecución del actual plan neoliberal. De esa manera -esto es, apropiándose de “la racionalidad”- nos explican, a través de los distintos medios de comunicación, que “lo normal” es: eliminar las retenciones a las grandes corporaciones agrícolas, suprimir las aranceles a las compañías mineras, aumentar en cifras siderales el costo de los servicios públicos, devaluar drásticamente el peso, reducir los salarios, multiplicar los despidos en la administración pública, acordar en condiciones extremadamente desventajosas con los “fondos buitres”, permanecer impasibles ante los remarcadores de precios, restringir -represión mediante- la protesta colectiva, e indudablemente gobernar por decreto y, en lo posible, sin oposición alguna.
Es obvio que dentro de estos parámetros de “normalidad” (no olvidemos que la imagen juega un papel preponderante en el ideario de “Cambiemos”) se encuentra también la faceta simpática del modelo; de ahí la necesidad de difundir los pasitos de baile del actual presidente que, ante la grave situación por la que comienzan a atravesar muchos de nuestros compatriotas, representan un “verdadero estímulo” para la conservación del optimismo.   
Claro que si uno procura entender las medidas adoptadas en este breve tiempo de ejercicio de gobierno, resulta harto difícil encontrar visos de racionalidad que fundamenten la instrumentación de las mismas. Por ejemplo, uno de los constantes relatos en que se cobijan los economistas -y periodistas- neoliberales para justificar el actual proceder del equipo económico es el “déficit fiscal”. El supuesto “agujero” que CFK le ha dejado a la economía nacional durante su “desastrosa gestión”, según sostienen los valentonados macristas.
Obviamente, la lógica indica que para “tapar el agujero” es preciso rellenarlo; lo que en términos económicos implica mejorar la recaudación fiscal. Sin embargo, lejos de aventar el mentado problema optan por agravarlo reduciendo los ingresos del Estado a través de la supresión de las retenciones al campo y al sector minero (solo la eliminación de los derechos de exportación a la minería representa la pérdida de 3.300 millones de pesos al año) lo que equivale a debilitar aún más las insuficientes arcas del Estado.
Claro que para los detentadores de la racionalidad, “lo normal” para contrarrestar el déficit en cuestión (que por otra parte, dista mucho de ser de la magnitud que expresan los voceros oficiales) es recurrir al endeudamiento externo; receta, por cierto, archiconocida por quienes hemos atravesado la perniciosa experiencia de la década del 90. De la cual al parecer, los funcionarios actuales, no han aprendido mucho a pesar de que algunos de ellos fueron partícipes directos (por no decir corresponsables) de aquella nefasta situación.
No obstante, la normalidad que pregonan los poseedores de la racionalidad se encuentra con un obstáculo temporal para emprender el tan pretendido proceso de endeudamiento externo. Dicho obstáculo consiste en que previamente deben “acordar” -aunque a juzgar por la posición adoptada por el actual gobierno el verbo aplicable sería “someterse”- con los “fondos buitres”; no solo en condiciones absolutamente desventajosas (paradojalmente propuestas por las actuales autoridades argentinas); sino que a riesgo de dejar sin efecto, y esto ya en el terreno jurídico internacional, la exitosa reestructuración lograda oportunamente por Néstor Kirchner. Puesto que cualquiera de los acreedores que, en su momento, se avino a la mencionada reestructuración podría exigir, tribunales mediante, el mismo trato beneficioso que reciben hoy “los buitres” por parte del gobierno nacional. Lo concreto es que Argentina, otrora impulsora en los foros internacionales de una “ley de reestructuración de deudas soberanas”, hoy le ofrece a los representantes de “la rapiña financiera mundial” beneficios superiores al 1000%.  
Y aquí también encontramos una notoria ausencia de racionalidad en el discurso oficial. Por un lado, nos hablan de un futuro promisorio en el mediano plazo; y por el otro aspiran a contraer una pluralidad de deudas que, en ese mismo período de tiempo, traerá drásticas consecuencias para el futuro del país. Que, como es lógico inferir, se verá agravado no solo por la caída gradual del PBI, a raíz de la paulatina destrucción del mercado interno que están impulsando; sino por el deterioro constante al que están sometiendo al erario público.
Menuda “racionalidad” la del oficialismo, el grado de incongruencia que yace en el discurso oficial es de tal magnitud que no deja de sorprender; de ahí que podamos observar cómo, en un reportaje reciente, el actual ministro del interior, sin espasmos en su rostro, nos siga mencionando que el objetivo del gobierno es alcanzar “la Pobreza Cero”.
Pues, se reducen los salarios, se incrementan vertiginosamente los índices de desocupación, se tornan inaccesibles los servicios públicos esenciales como consecuencia del “tarifazo” oficial, se permite la remarcación indiscriminada de precios, se suprime la entrega gratuita de medicamentos a los jubilados y a los sectores más vulnerables y pese a ello: Todavía se nos dice que “marchamos en dirección a la eliminación de la pobreza”. Como vemos, se trata de una versión remixada de aquella triste y difundida frase de los noventa: “estamos mal pero vamos bien”; época en que, al igual que ahora, el parámetro de racionalidad estaba divorciado de la razón.   
Es por demás sabido que “el poder” siempre procura imponer una visión de la realidad que le resulte funcional a sus inconfesables propósitos. No obstante, sorprende contemplar la absoluta ausencia de relación entre los enunciados de los funcionarios de gobierno y los hechos que acontecen cotidianamente.
Nadie ignora que “la realidad virtual” (esa que se ufanan de construir los medios) suele desplazar, al menos temporariamente, “la realidad real”. Pero pretender construir, exclusivamente, el edificio de “lo real” sobre la base de discursos y artilugios mediáticos es poco menos que una quimera que, más temprano que tarde, se derrumbará irremediablemente ante los ojos de la sociedad.

Sin embargo, y pese a estar absolutamente distorsionado, “el paradigma de normalidad” que nos ofrece el macrismo, con el apoyo incondicional de la mayor empresa local de “construcciones virtuales” (Grupo Clarín), no tiene límites y contrasta con la realidad cotidiana de millones de almas que están padeciendo los incipientes y crueles efectos de semejante distorsión. 

martes, 9 de febrero de 2016

La instalación de los miedos: un viejo recurso antipopular



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Tan solo han transcurrido sesenta días de un nuevo gobierno y el rostro de nuestra república ha comenzado a desfigurarse y  no solo en el aspecto institucional, hecho de por sí sumamente grave, sino en el plano en que se nos ocurra fijar nuestra visión.
Así por ejemplo, si nuestra mira se ciñe exclusivamente al terreno económico hemos de observar que el camino elegido por el gobierno de turno conduce inevitablemente a la destrucción masiva del empleo y al empobrecimiento paulatino de nuestra población. El “proceso”, como curiosamente lo denominó el actual jefe de gabinete, es secuencial, pues, se comenzó con los empleados de la administración pública y se continuó inmediatamente con los trabajadores de la actividad privada.
Claro que, paradójicamente, estamos en los inicios de la rimbombante propuesta conocida como “pobreza cero”, lo que no requiere de demasiada imaginación para formularnos una idea de cuál será el resultado de la misma al cabo de los próximos meses. Lo cierto es que ya son decenas de miles los desocupados en la argentina y las propias autoridades de gobierno están preanunciando la continuidad de esta política de despidos. Si a esto le añadimos la estrepitosa caída del salario que se viene produciendo, como consecuencia de las medidas impulsadas, es lógico colegir que aquellas empresas cuyos productos dependan de la demanda interna se verán en serios problemas de subsistencia. Claro que no faltaran productos, al fin y al cabo, estos van a ser sustituidos a través de las importaciones; lo que faltarán serán fábricas abiertas lo que al parecer es una buena señal para los economistas neoliberales ya que la ausencia de consumidores (por carecer de dinero) es un factor favorable para reducir el alza de precios.  
Ironías a parte, es fácil comprender que la política que se viene ejecutando tiene por objetivo central configurar un elevado número de desocupados que posibilite, por un lado, constituir lo que en otros tiempos se denominaba el “ejército de reserva” (mano de obra desocupada dispuesta a trabajar por salarios de hambre); y, por el otro, conminar a los trabajadores que conservan su fuente laboral a aceptar una reducción salarial a cambio de no verse obligado a alistarse, involuntariamente, en el mentado “ejercito”.
Bien lo acaba de manifestar el ministro de hacienda, Prat Gay, cuando en relación al tema sostuvo: “cada gremio sabe hasta qué punto puede arriesgar salarios a cambio de empleos”.
Se dirá, y no sin razón, que la ejecución de este modelo ya estaba diseñada desde hace muchísimo tiempo y no cabe dudas que eso es así; pues, basta recordar la ya olvidada frase del periodista estrella (Jorge Lanata) del grupo monopólico en materia comunicacional, cuando ya en el año 2014 nos decía: “si viniera un tipo que fuera verdaderamente un líder y le dice a la gente que va a ganar un 10 por ciento menos, la gente lo aceptaría”. Obviamente, el actual presidente está lejos de ser un líder; sin embargo, fue capaz de reducir los salarios mucho más allá del 10 por ciento y sin necesidad de esperar la aceptación de la gente.
Esta simple referencia, pone de manifiesto que quienes apoyaban la llegada de “los conservadores” al poder, en este caso “Cambiemos”, sabían de antemano lo que se vendría en la Argentina. Tal vez no se imaginaron que su llegada iba a darse en el marco de la democracia (no olvidemos los diversos intentos desestabilizadores que tuvo que sortear el gobierno de Cristina Fernández), no obstante, lo concreto es que el conservadurismo llego al poder y recién estamos padeciendo las primeras  consecuencias de su modelo de país.
Adam Smith, un liberal honesto y preocupado por los hombres de su tiempo, gustaba decir que en muchas tumbas debería figurar la inscripción “estaba bien, quise estar mejor; ahora estoy aquí”. Semejante expresión puede describir la situación en que se encuentran -y por desgracia, se encontraran- muchos de nuestros compatriotas que sin estar mal, optaron por lo peor. Tal vez los argentinos no fueron capaces de apreciar lo que tenían con anterioridad a los comicios nacionales; que seguramente no era lo ideal, pero no existen dudas que aun con sus falencias era lo mejor para la gran mayoría de la población.
Lo que se avecina ahora para nuestro país es, ni más ni menos, que “la sociedad del miedo”.
El miedo es una poderosa arma de dominación política y social, no por casualidad las grandes dictaduras se han valido del temor para alcanzar sus deleznables objetivos. Hoy, a escasos días de gobierno, hay sobrados indicios del retorno de los miedos. A saber: el miedo a perder el empleo, el miedo a transitar libremente por las calles (la exigencia de portar documentos nos retrotrae a viejas épocas represivas), el miedo a perder, como ya acontece, la cobertura de los medicamentos en el caso de los jubilados, el miedo a manifestarse en los espacios públicos, el miedo a ser observado en el Facebook ya que puede acarrear serias dificultades laborales que den motivo a ser objeto de persecución o despido. En fin, esta pluralidad de miedos seguirá en ascenso porque es la única posibilidad que el gobierno neoliberal tiene de consumar su propuesta.
Evidentemente los actuales funcionarios  no ignoran cuan efectivo resulta el miedo para mantener bajo control a toda una sociedad. Y, muy especialmente, para condicionar el accionar de la clase trabajadora.  No desconocen que “el miedo” además de paralizar, es decir suspendiendo los potenciales reclamos, suele romper con los lazos de solidaridad entre los trabajadores. Puesto que, una vez instalado, muchos en su afán de preservar el empleo, desisten de comprometerse –áerróneamente, por cierto- con los reclamos colectivos. No es casualidad que en las últimas movilizaciones en reclamo de la preservación de las fuentes laborales, el método aplicado para “disuadir” a los manifestantes, haya sido la brutal represión de esas pacíficas marchas.
Claro que instrumentar este tipo de medidas tiene un costo que no se circunscribe a los damnificados directos; de ahí que para ello sea necesario “persuadir” (obviamente con la colaboración insoslayable de las grandes corporaciones mediáticas) al resto de la sociedad que las medidas en cuestión tienen un fundamento “racional” y si no los tuvieren, como en la mayoría de los casos, por lo menos hay que revestirlos con cierta “apariencia de racionalidad”. No sea cosa que el resto de la población se sensibilice ante la desgracia ajena y comience a alzar su voz en defensa de los desamparados.
Así se pretende hacer creer que todos los despedidos son “ñoquis” o que el déficit del estado es inconmensurable o que las políticas aplicadas son consecuencia de la catastrófica “herencia recibida” y hasta que el inminente acuerdo con los “Buitres” es perjudicial por la postura adoptada por el gobierno de CFK durante su gestión. Sin duda este panorama es extremadamente perturbador para la convivencia social y notablemente perjudicial para la gran mayoría del pueblo argentino; pero al parecer el gobierno no se inmuta, por el contrario, se contenta con los desmesurados elogios provistos por el FMI que ya sabemos siempre pondera la ejecución de políticas antinacionales.

Perlitas de mi Cia.:  Los libros

Días pasados hurgando en mi biblioteca me topé con un libro impreso en el año 1971, su título “Los Ministros de Economía”, su autor el economista y periodista económico, Enrique Silverstein. Son esos libros que uno adquiere en esas librerías de textos usados pero que tienen un valor histórico porque desnudan en cierto modo los “mitos” de otras épocas. No obstante y por desgracia no han sido lo suficientemente difundidos, de lo contrario no hubiesen sido creíbles los discursos de la mayoría de los economistas neoliberales que sobrevinieron a posteriori de la impresión del libro. Lo concreto es que en su libro Silverstein va desmenuzando los discursos de los distintos ministros de economía que se sucedieron en distintos momentos históricos de nuestro país. Su estudio se desarrolla entre los años 1958 y 1970. Pues, en esos doce años tuvimos 15 ministros de economía, de los cuales 12 estaban enmarcados en el pensamiento neoliberal (recordemos que esta teoría económica tuvo lugar a partir de 1930, si bien su auge universal data de finales de los 70 y comienzos de los 80). Algunos de esos “notables” ministros son lo suficientemente conocidos para quienes gustan indagar en los pormenores de la historia. Entre ellos: Donato del Carril, Álvaro Alsogaray, Roberto Aleman, Coll Benegas, Jorge Wehbe, Federico Pinedo, Méndez Delfino, Alfredo Martínez de Hoz, Krieger Vasena, Dagnino Pastore, etc., etc. No es nuestra intención reproducir los discursos del siglo pasado pero sí vale la pena destacar los argumentos que utilizaban para justificar sus políticas, todas, sin solución de continuidad, destinadas a reducir la capacidad adquisitiva de la población y fomentar el endeudamiento externo de nuestro país.
Todos sin excepción aludían a “la pesada herencia recibida”, todos manifestaban que “sus esfuerzos estaban encaminados a reducir la inflación”, que “los males que aquejan al país radicaban esencialmente  en el déficit fiscal”, que “la inflación era resultado de la emisión monetaria”, que “la llegada de capitales iba a poner en marcha la actividad productiva del país”. En fin como uno puede apreciar, las mismas frases que en la actualidad repiten, indefectiblemente, los funcionarios de “Cambiemos”. Es obvio que ninguno de ellos mejoró las condiciones de vida de la población y mucho menos mejoraron los indicadores económicos del país que se vió sumido en el subdesarrollo; sin embargo, siguieron esparciendo su nefasta influencia sobre el quehacer económico argentino. Y en algunos casos, como el de Martínez de Hoz y Roberto Aleman volvieron a ocupar la cartera ministerial durante el mal llamado “Proceso de Reorganización Nacional” (eufemismo de dictadura)  y en otros, como es el caso del Ing. Álvaro Alsogaray, acompañó y asesoró toda la gestión menemista de la década del 90. Por cierto, estos economistas han dejado de existir; pero sus discípulos integrantes, en su momento, del equipo cavallista continúan esparciendo esas ideas cual si fuesen saludables, ya sea en el ejercicio de sus funciones o en los medios de comunicación. La experiencia los refuta categóricamente; sin embargo, ellos no se inmutan ante las cámaras. Por eso resulta verdaderamente sorprendente observar cómo, a pesar del transcurso del tiempo, el pensamiento conservador sigue apelando a los mismos argumentos para justificar la instrumentación de políticas antipopulares. El problema no es su falta de creatividad, sino la injustificable tendencia a creerles por parte de un determinado sector de la población.
Lo cierto es que la política conservadora siempre nos demanda sacrificios para alcanzar en un futuro, un presunto bienestar que, en los hechos, no solo nunca llega; sino que empeora día tras día.

Lo real, es que durante la campaña electoral fueron, con la ayuda mediática, aceptables “vendedores de humo” en lo inmediato; ahora ya instalados en el gobierno son auténticos “vendedores de Humo” a largo plazo. Claro que en esta ocasión deberíamos recordar la ilustrativa frase de John Maynard Keynes “A largo plazo, estamos todos muertos”