Bien lo señalaba un destacado dirigente, en uno de sus
discursos, a principios del siglo pasado cuando hacía referencia a los
posicionamientos políticos “Derecha e izquierda son posiciones
antropocéntricas. No se esta a la derecha sino no se tiene alguien a la
izquierda y viceversa”.
El problema surge en que, en los tiempos que corren, la
ubicación adoptada por los referentes políticos no siempre es la misma y, en
consecuencia, podemos contemplar como, quienes se dicen ubicados en un sector,
terminan ocupando el mismo terreno de
quienes “supuestamente” son sus antagonistas. Sin embargo, en esto de
posicionarse en función de sus intereses hay que reconocer que la denominada
“derecha” local -pese a la mediocridad de sus dirigentes- ha sabido pararse
siempre en la vereda que representa la negación de los reclamos populares.
Claro que camuflándose, para que esos mismos sectores (populares) no se percaten de sus
inconfesables intenciones.
Distinto es el caso de la denominada “izquierda clasista”
que al parecer históricamente (al menos en la Argentina) padece de profundos
trastornos de lateralidad; pues, supone que transita por la sinistra,
cuando fácticamente lo hace por la destra. A esta altura de las
circunstancias cabría preguntarse si semejante trastorno es propio de sus
longevos dirigentes o, simplemente, obedece al “patrimonio genético” heredado
de la estructura partidaria.
Lo cierto es que, y ya entrando en el quehacer diario de
nuestra nación, tenemos dos enfoques en el plano político que son dignos de ser destacados.
Por un lado, una derecha que invoca las banderas de un
“republicanismo” que, en su verdadera concepción, consiste en convertir al país
en una insignificante republiqueta, donde los grupos dominantes (entre ellos,
los detentadores de los medios de comunicación), conjuntamente con los
organismos financieros locales, e internacionales, diseñen a su gusto las políticas
públicas.
Por el otro, una “izquierda” que acompaña denodadamente
cuanta crítica, con fundamento o sin el, se realice al gobierno nacional
prescindiendo, como es su costumbre, de contemplar la compleja configuración de la estructura de poder real, y que
no vacila, a su vez, en acompañar todo intento desestabilizante por parte de los cultores
del neoliberalismo.
Dicho acompañamiento, lo pudimos observar en el denominado
“conflicto con el campo” donde apoyó a lo más granado de la oligarquía; y en
la reciente movilización realizada por el gremio de camioneros reclamando la
eliminación del impuesto a las ganancias, donde buena parte de los que se
congratulaban con el acto eran fervorosos defensores del liberalismo económico.
Mucho más llamativo resulta observar que ante determinadas
medidas que el oficialismo adopta y que tienen un claro perfil popular “la
izquierda local” suele estar ausente y, peor aun, siempre encuentra un “pero”
para descalificarlas.
Por eso no resulta extraño que, determinados referentes de
ese sector, suelan recibir asiduas invitaciones para concurrir a los programas
televisivos del multimedio más grande del país a los efectos de despachar sus
críticas hacia el gobierno.
Si bien es cierto que, esta pretendida “izquierda” no tiene
incidencia alguna en los comicios nacionales por su escasa representatividad ;
no es menos cierto, que su discurso siempre es funcional para obstaculizar todo
intento de avanzar en la consecución de logros que redunden en beneficio de los
sectores populares.
Descalifican toda reforma con el apelativo de “burguesa”
como si la toma de decisiones políticas en el país fuesen adoptadas en un
escenario sin ninguna clase de presiones. Actitud ésta que no solo posibilita ocultar la
existencia de los grupos de poder; sino que alienta la confusión ciudadana facilitando, de ese modo, la tarea de quienes pretenden desdibujar la imagen del gobierno en razón de sus políticas populares.
Ni siquiera consideran los intentos desestabilizantes o
destituyentes desplegados en la región (como el caso del Paraguay; o los
frustrados propósitos desplegados en Bolivia, Ecuador y Venezuela) como una
reacción destinada a evitar la profundización de modelos que se oponen al
neoliberalismo y que tienen fuertes componentes de inclusión social.
Al parecer, y conforme a sus enigmáticos criterios, son
simples actos aislados que no deben ser considerados al momento de analizar las
circunstancias políticas locales; argumento éste que coincide plenamente con
los más enfervorizados voceros de la derecha.
No obstante, es dable reconocer que
semejante actitud posee cierto grado de coherencia; después de todo, en el
intento destituyente de la elite agraria-mediática donde algunos ya
descorchaban champagne ante una posible asunción del ex vicepresidente Cobos
(algo así como el Federico Franco argentino), estos representantes autodenominados de
izquierda estaban acompañando la movida.
El interrogante es: ¿Ignoran estos señores la complejidad de
la trama o simplemente la simplifican a los efectos de satisfacer la vieja y absurda premisa de “cuanto peor mejor”? Sin dudas un empeoramiento de la
situación político institucional en la Argentina tendría sus perniciosos
efectos sobre la gran mayoría de la población; pero eso no crearía condiciones
“objetivas” para el desarrollo de un programa revolucionario como confían
ciertos lunáticos ( o quizá auténticos contrarrevolucionarios) que se dicen de izquierda.
Sino fuese porque la historia nos brinda sobrados ejemplos
de los “recurrentes errores” que se han cometido a lo largo de los tiempos;
sería imposible encontrar un hilo de racionalidad en algunos procederes que se
vienen desarrollando en nuestro país.
Tal vez, la concepción neoliberal dominante en los años
noventa, ha dejado más secuelas de lo que imaginamos y terminamos
“interpretando” la realidad desde la perspectiva de lo particular sin contemplar las necesidades del conjunto.
Por eso, resulta habitual observar los contaminantes efectos que dicha "ideología" esparció sobre el comportamiento particular de los distintos actores políticos.
Por eso, resulta habitual observar los contaminantes efectos que dicha "ideología" esparció sobre el comportamiento particular de los distintos actores políticos.
Uno de ellos, ha sido la irresistible tentación de adoptar
conductas modeladas en función de la utilidad personal. No es para menos, después de todo es
precisamente “el vil metal” quien ejerce su señorío sobre ese ilimitado -y por
ende, casi indefinido y abstracto- territorio que se conoce bajo el rótulo de
Mercado.
Así podemos observar como, otrora, periodistas que se hacían
eco de los reclamos populares hoy adoptan un comportamiento venal al mejor
estilo de los corsarios; o como sindicalistas que se forjaron al calor de la
lucha contra quienes reivindicaban políticas de ajuste, hoy comulgan con éstos
para desestabilizar al gobierno que más beneficios le proporcionó a los trabajadores.
O como quienes se dicen enarbolar banderas de “Justicia”, terminan marchando,
codo a codo, con los abanderados del “Orden”; simplemente para satisfacer intereses mezquinos que presumen de "utilidad" para su sector.
Menuda confusión la que reina en estos tiempos. Sin embargo, y por más que algunos imaginen lo contrario,
los trabajadores saben que éste gobierno, con sus errores, sigue siendo la
única posibilidad concreta para evitar el reestablecimiento del neoliberalismo
al poder. Y eso, no es poco cosa, en un país que está empezando a encontrar el rumbo para recuperar su dignidad.
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