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sábado, 7 de julio de 2012

El sindrome de la lateralidad política





 









Bien lo señalaba un destacado dirigente, en uno de sus discursos, a principios del siglo pasado cuando hacía referencia a los posicionamientos políticos “Derecha e izquierda son posiciones antropocéntricas. No se esta a la derecha sino no se tiene alguien a la izquierda y viceversa”.
El problema surge en que, en los tiempos que corren, la ubicación adoptada por los referentes políticos no siempre es la misma y, en consecuencia, podemos contemplar como, quienes se dicen ubicados en un sector, terminan  ocupando el mismo terreno de quienes “supuestamente” son sus antagonistas. Sin embargo, en esto de posicionarse en función de sus intereses hay que reconocer que la denominada “derecha” local -pese a la mediocridad de sus dirigentes- ha sabido pararse siempre en la vereda que representa la negación de los reclamos populares. Claro que camuflándose, para que esos mismos sectores (populares) no se percaten de sus inconfesables intenciones.
Distinto es el caso de la denominada “izquierda clasista” que al parecer históricamente (al menos en la Argentina) padece de profundos trastornos de lateralidad; pues, supone que transita por la sinistra, cuando fácticamente lo hace por la destra. A esta altura de las circunstancias cabría preguntarse si semejante trastorno es propio de sus longevos dirigentes o, simplemente, obedece al “patrimonio genético” heredado de la estructura partidaria.
Lo cierto es que, y ya entrando en el quehacer diario de nuestra nación, tenemos dos enfoques en el plano político que son dignos de ser destacados.
Por un lado, una derecha que invoca las banderas de un “republicanismo” que, en su verdadera concepción, consiste en convertir al país en una insignificante republiqueta, donde los grupos dominantes (entre ellos, los detentadores de los medios de comunicación), conjuntamente con los organismos financieros locales, e internacionales, diseñen a su gusto las políticas públicas.
Por el otro, una “izquierda” que acompaña denodadamente cuanta crítica, con fundamento o sin el, se realice al gobierno nacional prescindiendo, como es su costumbre, de contemplar la compleja configuración de la estructura de poder real, y que no vacila, a su vez, en acompañar todo intento desestabilizante por parte de los cultores del neoliberalismo.
Dicho acompañamiento, lo pudimos observar en el denominado “conflicto con el campo” donde apoyó a lo más granado de la oligarquía; y en la reciente movilización realizada por el gremio de camioneros reclamando la eliminación del impuesto a las ganancias, donde buena parte de los que se congratulaban con el acto eran fervorosos defensores del liberalismo económico.
Mucho más llamativo resulta observar que ante determinadas medidas que el oficialismo adopta y que tienen un claro perfil popular “la izquierda local” suele estar ausente y, peor aun, siempre encuentra un “pero” para descalificarlas.
Por eso no resulta extraño que, determinados referentes de ese sector, suelan recibir asiduas invitaciones para concurrir a los programas televisivos del multimedio más grande del país a los efectos de despachar sus críticas hacia el gobierno.
Si bien es cierto que, esta pretendida “izquierda” no tiene incidencia alguna en los comicios nacionales por su escasa representatividad ; no es menos cierto, que su discurso siempre es funcional para obstaculizar todo intento de avanzar en la consecución de logros que redunden en beneficio de los sectores populares.
Descalifican toda reforma con el apelativo de “burguesa” como si la toma de decisiones políticas en el país fuesen adoptadas en un escenario sin ninguna clase de presiones. Actitud ésta que no solo  posibilita ocultar la existencia de los grupos de poder; sino que alienta la confusión ciudadana facilitando, de ese modo, la tarea de quienes pretenden desdibujar la imagen del gobierno en razón de sus políticas populares.
Ni siquiera consideran los intentos desestabilizantes o destituyentes desplegados en la región (como el caso del Paraguay; o los frustrados propósitos desplegados en Bolivia, Ecuador y Venezuela) como una reacción destinada a evitar la profundización de modelos que se oponen al neoliberalismo y que tienen fuertes componentes de inclusión social.
Al parecer, y conforme a sus enigmáticos criterios, son simples actos aislados que no deben ser considerados al momento de analizar las circunstancias políticas locales; argumento éste que coincide plenamente con los más enfervorizados voceros de la derecha. 
No obstante, es dable reconocer que semejante actitud posee cierto grado de coherencia; después de todo, en el intento destituyente de la elite agraria-mediática donde algunos ya descorchaban champagne ante una posible asunción del ex vicepresidente Cobos (algo así como el Federico Franco argentino), estos representantes autodenominados de izquierda estaban acompañando la movida.
El interrogante es: ¿Ignoran estos señores la complejidad de la trama o simplemente la simplifican a los efectos de satisfacer la vieja y absurda premisa de “cuanto peor mejor”? Sin dudas un empeoramiento de la situación político institucional en la Argentina tendría sus perniciosos efectos sobre la gran mayoría de la población; pero eso no crearía condiciones “objetivas” para el desarrollo de un programa revolucionario como confían ciertos lunáticos ( o quizá auténticos contrarrevolucionarios) que se dicen de izquierda.
Sino fuese porque la historia nos brinda sobrados ejemplos de los “recurrentes errores” que se han cometido a lo largo de los tiempos; sería imposible encontrar un hilo de racionalidad en algunos procederes que se vienen desarrollando en nuestro país.
Tal vez, la concepción neoliberal dominante en los años noventa, ha dejado más secuelas de lo que imaginamos y terminamos “interpretando” la realidad desde la perspectiva de lo particular sin contemplar las necesidades del conjunto.
Por eso, resulta habitual observar los contaminantes efectos que dicha "ideología" esparció sobre el comportamiento particular de los distintos actores políticos.
Uno de ellos, ha sido la irresistible tentación de adoptar conductas modeladas en función de la utilidad personal. No es para menos, después de todo es precisamente “el vil metal” quien ejerce su señorío sobre ese ilimitado -y por ende, casi indefinido y abstracto- territorio que se conoce bajo el rótulo de Mercado.
Así podemos observar como, otrora, periodistas que se hacían eco de los reclamos populares hoy adoptan un comportamiento venal al mejor estilo de los corsarios; o como sindicalistas que se forjaron al calor de la lucha contra quienes reivindicaban políticas de ajuste, hoy comulgan con éstos para desestabilizar al gobierno que más beneficios le proporcionó a los trabajadores. O como quienes se dicen enarbolar banderas de “Justicia”, terminan marchando, codo a codo, con los abanderados del “Orden”; simplemente para satisfacer intereses mezquinos que presumen de "utilidad" para su sector.
Menuda confusión la que reina en estos tiempos. Sin embargo, y por más que algunos imaginen lo contrario, los trabajadores saben que éste gobierno, con sus errores, sigue siendo la única posibilidad concreta para evitar el reestablecimiento del neoliberalismo al poder. Y eso, no es poco cosa, en un país que está empezando a encontrar el rumbo para recuperar su dignidad. 

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