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jueves, 31 de octubre de 2013

Hamlet, Kirchner y la ley de medios







 







En pleno inicio del presente siglo la Argentina se enfrentaba al conocido enigma hamletiano: “Ser o no ser”. En ese momento, ni el más optimista de los observadores podía imaginarse que nuestro país se iba a apartar de la senda de dejar de ser.
Era tal el pesimismo, que buena parte de sus habitantes optaban por “la fuga colectiva” peregrinando uno tras otro a lo largo de las distintas sedes diplomáticas de los  denominados “países desarrollados” con la mera ilusión de ser aceptados para instalarse en suelo foráneo.
Eran los tiempos del “que se vayan todos”, expresión que hacía referencia a los dirigentes políticos de nuestro país, y que se tornó en la oración coreada por casi la totalidad de los habitantes de un país que parecía sumirse en el apocalipsis.
Estamos hablando quizá, de la mayor crisis de la historia argentina desencadenada, directamente, por el modelo neoliberal que arrastró al país al borde de la disolución.
Empresarios quebrados, obreros y empleados desocupados, científicos cuyo único futuro pasaba por conducir un taxi, niños famélicos que derramaban lágrimas por inanición, ancianos sin más cobertura que la de encomendarse a “Dios” para su curación, hombres y mujeres revolviendo basurales para poder  llevar algo a su cada vez más reducido estómago, hospitales arrasados, incapaces de contar siquiera con los más elementales servicios de infraestructura, escuelas que solo servían para que el niño asista a la que tal vez fuere su única alimentación diaria: la copa de leche. 
Ese era el destino al que habían arribado los miembros de una sociedad  que, en su gran mayoría, optó por comprar, y con sonrisa mediante, su imaginario pasaje a la modernidad. Una modernidad que en lo económico reivindicaba los vetustos principios del liberalismo de principio de siglo XX, pero anteponiendo el prefijo “neo” para darle un toque de renovación y que se asentaba, en el terreno de las ideas, en algo que curiosamente se dio en llamar “pos-modernismo”.
Lo cierto es que, lo que para algunos era el ingreso a “la modernidad”; para muchos resulto ser atravesar las puertas del infierno. Pues, para estos últimos “la modernidad” paso a ser sinónimo de “crisis” y, para colmo de males, de las peores.
Claro que, como bien enseñaba Camus, “el uomo cualumque identifica el mal de la época por sus efectos y no pos sus causas”. Y una franja importante de nuestra sociedad no reparó que las causas que determinaron el acceso a la Gran Crisis obedecieron, entre otras cosas: a la paridad cambiaria (1 peso=1 dólar), a las “metas antiinflacionarias” (que significa reducir la inflación a cualquier costo, y muy especialmente, reduciendo el consumo) sin prever -como bien lo explica el diputado Eric Calcagno- que terminan convirtiendo una herramienta de política económica (medidas antiinflacionarias) en un fin en sí mismo, con el descalabro social que ello acarrea; al endeudamiento irrestricto que permitía financiar, y compensar, no solo el déficit fiscal, sino también la abundancia de dólares para que el mercado opere libremente y los argentinos viajen por el mundo reforzando, paralelamente con su consumo, la economía del resto de los países, primordialmente europeos.
Obviamente, eran las épocas de ausencia de cacerolazos, pues nada impedía adquirir dólares, aun a sabiendas (en este caso de una minoría, por cierto) que semejante situación nos llevaba al precipicio. Las auténticas cacerolas vinieron después, cuando los efectos comenzaron a salir a la superficie y con ello el “que se vayan todos” que exteriorizaba el repudio a la clase dirigente.
La responsabilidad de esa crisis recayó, como es obvio, en buena parte de los representantes políticos locales que, en muchos casos, merecidamente fueron los destinatarios directos de las críticas. Sin embargo, y más allá de los beneficios que pudieran obtener algunos de ellos en términos patrimoniales, “el Gran Beneficiado” (que, por otro lado, sin ser visible impulsó el modelo) fue el establishment vernáculo que, compatibilizando intereses con el “inversor externo”, se encargó de fomentar “negocios” y acaparar riquezas.
Uno de los sectores más favorecidos (sin mencionar al sector financiero, a los “capitanes de la industria”, a los importadores, etc., etc.) fue el de los medios hegemónicos de comunicación quienes, a su vez, se encargaron de otorgar la cobertura mediática necesaria para que la propuesta neoliberal se reprodujera en el vasto terreno de “la conciencia ciudadana”.
 No por casualidad, las críticas hacia menemismo (no hablemos de la dictadura que fue el origen del neoliberalismo y que no recibió cuestionamiento mediático alguno por parte de los grandes medios) fueron reducidísimas (inexistentes durante la primer etapa privatizadora) en comparación a las efectuadas al kirchnerismo con el agravante de que, en este último caso, muchas carecen de fundamento real.
Sin embargo, y volviendo a los políticos de entonces, su característica central fue la de subordinar su accionar a las necesidades del “Gran Beneficiado” y reivindicar a rajatabla el modelo neoliberal.
Es menester recordar que al estallar la crisis la mayoría de esos dirigentes políticos, hoy encolumnados mayoritariamente en eso que suele denominarse “la oposición”, se veían compelidos a permanecer ocultos ya que no podían cruzarse con ningún ciudadano argentino sin ser repudiada su presencia casi al instante.
Fue recién a partir del 2003 con la llegada de Néstor Kirchner al poder cuando comenzó el proceso de reversión de ese rechazo visceral. Fue tal la reversión de ese proceso que muchos de los que debían ocultarse para no ser agredidos o cuestionados por la ciudadanía, hoy pueden transitar alegremente por las calles sin ser molestados y lo que es sorprendente aun: se han postulado nuevamente para  ocupar cargos legislativos.
Lo concreto es que, a partir de allí la política dejo de ser un concepto injurioso para tornarse, kirchnerismo mediante, en una actividad necesaria para transformar la realidad con sentido de justicia.
Ahora bien, alcanzada esa instancia los “detestados de ayer” comenzaron a desplegar “un odio radical” hacia el gobierno que posibilitó el reencuentro de la actividad política con la ciudadanía. Obviamente, nadie pretende que la “oposición”, en virtud de una suerte de agradecimiento, se encolumne detrás de la propuesta oficial; pero sin lugar a dudas debería, cuando menos, actuar con responsabilidad, seriedad y respeto hacia un gobierno que permitió el reencuentro de la política con su pueblo.
No es cuestión de detenernos a reproducir  las deleznables calificaciones que, sin prurito alguno, realizaron muchos de los dirigentes políticos opositores, con el sponsoreo  y acompañamiento  de los grandes medios hegemónicos, en aras de corroer la imagen del gobierno. A saber: “dictadura”, “tiranía”, “arrasadores de la institucionalidad”, “insania presidencial”, “ejercicio ilegítimo de poder”, “gobierno del miedo”, “gobierno fraudulento”, “irrespetuoso de la división de poderes”, “conculcador de la libertad de expresión”, etc., etc.
Y nadie puede ignorar que” los propios detractores presidenciales” son conscientes de la falacia de esas expresiones; sin embargo, no cesan de utilizarla en sus propósitos desestabilizadores.
Su propósito es muy simple,  intentar quebrar la perdurabilidad del gobierno. Primero se ensañaron contra Néstor Kirchner, luego contra Cristina Fernández, recientemente retornaron las críticas contra el vicepresidente Boudou cuando tuvo que ejercer (hasta que asuma sus funciones la presidenta Cristina Fernández) interinamente la Presidencia de la República, y ahora se van a ensañar contra Martín Sabatella, titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, que a raíz del fallo sancionado por la Corte deberá adecuar de oficio, a la normativa vigente, los medios de comunicación que se exceden en el número de licencias establecidas.
Un claro ejemplo de ello es la actitud asumida por la abanderada de los republicanos (la pitonisa Carrió) que conjuntamente con los dirigentes del Pro (Pinedo, Michetti),  salieron a cuestionar el ejemplar fallo de la Corte Suprema de Justicia que declara la constitucionalidad de la ley de medios; y, de paso, a desacreditar casi injuriosamente la persona del titular del Afsca.
Es paradójico observar como los propios legisladores denigrando su propia competencia, cuestionan una ley sancionada bajo todos los procedimientos formales por el mismo Congreso de la Nación e intentan descalificar a otro de los poderes, para el caso el Poder Judicial, desoyendo los más elementales principios republicanos.  Pero eso sí, asumiendo la representación a ultranza de la más grande corporación comunicacional (Grupo Clarín) y prestándose a proferir falacias que permitan la confusión de los principales beneficiados, esto es: la ciudadanía argentina.
Como vemos todavía perdura en una buena franja de la dirigencia política argentina el sometimiento voluntario a los poderes corporativos. Tal vez, cuando reparen que el “poder comunicacional”, con la entrada en vigor de la nueva ley de medios, ya no manejará a piacere “la información” y,  en consecuencia, no podrá incidir sobre vastos sectores de la opinión pública como lo venía haciendo; quizá, en ese preciso instante, esos legisladores decidirán abandonar la representación corporativa para representar a la ciudadanía. Claro que cuando ello suceda, la situación será otra, pues, la ciudadanía estará lo suficientemente informada. Lo que nos permitirá reafirmar nuestro "Ser".

2 comentarios:

  1. Realmente quiero felicitarlo y agradecerle por sus excelentes publicaciones, no recuerdo como llegué a este blog, pero desde que lo encontré no me pierdo ninguna de sus publicaciones.
    Lilian Morales - Pinamar

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