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lunes, 17 de junio de 2013

Una cobertura sin escrúpulos





 






La semana pasada la población de nuestro país se vio conmocionada por dos trágicos hechos de amplia cobertura televisiva. El primero de ellos, fue la desaparición y el asesinato de una adolescente acaecido en el ámbito de la Capital Federal. Y, el segundo, un “inexplicable” accidente ferroviario (con un saldo de tres muertes y centenares de heridos de distinta consideración) que aun continúa en la “nebulosa”, si bien se espera qué el proceso investigativo en curso determine fehacientemente lo sucedido.
La casi simultaneidad de ambos acontecimientos en el tiempo, determinó que los medios informativos se abocaran de lleno a la cobertura de ambos sucesos dolorosos.
Sin embargo, fuere por lo macabro del homicidio o por la sensación de angustia que genera el tomar conocimiento de la muerte de alguien que estaba dando sus primeros pasos existenciales; los medios de comunicación concentraron la mayor parte de sus emisiones en “informar” respecto de éste último caso.
Obviamente, nada de malo hay en que ello sea así; por el contrario, si la información que se brinda se fundamenta en la mesura, la racionalidad, la facilitación de la investigación judicial para el esclarecimiento del hecho y para mantener en conocimiento a la población de lo verdaderamente acaecido, sería una actitud más que ponderable. Ahora bien, cuando la postura adoptada se endereza a acentuar los aspectos mórbidos de lo sucedido, a desplegar teorías descabelladas fruto de la “imaginación irresponsable” de algunos periodistas; a emitir juicios categóricos sin el más mínimo asidero o sin reparar en el daño que ocasionan a terceros y al normal desarrollo de la investigación, estamos en presencia de un pseudo-periodismo que solo tiene por propósito las mediciones del rating.
En verdad, no sorprende este proceder mediático, pues, la misma actitud se observó en otros hechos delictivos o accidentes trágicos (v. gr. caso Candela o Pomar) donde se formulaban hipótesis extravagantes, reñidas con la racionalidad para concentrar la atención de los televidentes. Hecho éste que pone de manifiesto que no importa la veracidad de los hechos, lo importante es captar audiencia, es entretener al espectador suministrándole, si es preciso, “desinformación” para que no se mueva de la pantalla.
Así vemos como en el proceder del todo vale se entrevista a un vecino que mora a dos cuadras del domicilio de la víctima, y que solo la conocía ocasionalmente, para preguntarle: ¿Cómo era la adolescente? O se interroga  a sus compañeros del secundario para que aporten alguna historia a los efectos de ser vertida en la correspondiente programación. Lo importante no consiste en descifrar el hecho en sí; sino en acentuar la sensibilidad de los televidentes con historias experimentadas por la  joven víctima.
Y siguiendo con la lógica del todo vale, un párrafo aparte merece la intencionalidad primigenia de los medios dominantes que, al conocerse la noticia de la desaparición de la joven; comenzaron a responsabilizar al gobierno nacional (jamás se atreverían a responsabilizar a la jurisdicción local, esto es capitalina) por su “nula” respuesta a los reclamos de inseguridad. Dando lugar a que aparezcan “los predicadores de la mano dura” para cuestionar los beneficios del “garantismo” y, poco más, reclamar la supresión de las libertades y garantías que establece nuestra Constitución. Curiosamente son los mismos que apelan a la no reforma de la Constitución cuando alguno de sus intereses es afectado; pero se muestran complacientes cuando se quieren suprimir derechos que protegen a la mayoría de las personas.  
Pero volviendo al trágico suceso, también se dijo en una primera etapa que la adolescente había sido violada, hecho éste que no estaba corroborado pero se vertió públicamente -a través de los medios- como para acongojar más a quienes seguían con atención los desgraciados hechos. Sembrando, a su vez, el miedo y la indignación en la opinión pública.
Por cierto, tampoco faltaron aquellos que reprodujeron con gráficos, imágines y hasta con una “suerte de representación” lo supuestamente sucedido. Y aquí es necesario preguntarnos: si el límite para informar está determinado por el rating, ¿hasta dónde son capaces de llegar “los periodistas” para maximizar sus resultados?
El problema que aquí surge, no se focaliza en la persona del “informante” (que podrá poseer o carecer de valores éticos); sino en el “conocimiento” que está aportando a la población.
Si éste es falso, infundado o distorsionado, estará dejando en las sombras al televidente; quien ingenuamente, terminará reproduciendo los comentarios que escuchó a través de la pantalla. Lo que en definitiva, no es informar sino confundir, con las secuelas que esto trae aparejado tanto para los involucrados directos o indirectos, como para la búsqueda de justicia.
Un claro ejemplo de esto fue la tentativa de convocar a una marcha contra “la inseguridad” impulsada por la difusión de los informativos que machacaban con esa muletilla. Conducta por otra parte reiterativa; lo mismo habían sugerido en el denominado “Caso Candela”.O cuando condenan por anticipado a un supuesto "sospechoso" sin que la justicia se haya expedido al respecto, violentando el principio de inocencia y fomentando, de ese modo, el no respeto a la ley vigente.
Es habitual que, en ciertos casos, algunos periodistas procuren “desinformar” deliberadamente para enrarecer el clima social; también están aquellos periodistas que por necesidad, por ingenuidad o por ausencia de formación, terminan aportando lo suyo en la tarea desinformativa.
En el mundo mediático nadie desconoce que, cuando no hay predisposición por “el saber” (esto es, por indagar) es muy común confundir percepción con conocimiento.  
El individuo supone conocer la realidad con solo percibirla; ignorando que la aprehensión de la misma es un proceso extremadamente complejo. Esto ningún periodista debería soslayarlo, ya que de hacerlo estaría degradando su profesión;  o lo que es peor aún, estaría atentando contra la construcción de un mundo mejor. No obstante, si a sabiendas insisten con un comportamiento semejante, deberíamos preguntarnos: ¿Para quién trabajan ciertos periodistas?

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