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lunes, 17 de febrero de 2014

Borges y el ser argentino




   







Borges alguna vez se pregunto qué significa ser argentino y arribo a la conclusión de que “es esa cosa que no se puede definir”.  Y por cierto que, si nos observamos a la lejanía y con detenimiento, terminamos dándole la razón a Don Jorge Luis.
No porque coincidiésemos con  él en materia de pensamiento político; sino porque aquellos lazos que, en ocasiones, nos unen con nuestro país son tan endebles que es difícil encontrar una definición precisa de eso que podríamos denominar el ser argentino. Resulta por lo menos enigmático definir al argentino fuera de su pasión por el fútbol, por el asado y el mate. Y ante la pregunta que es ser argentino, me encuentro como San Agustín cuando se le preguntaba que es el tiempo: “Lo sé perfectamente mientras no me lo pregunten, lo ignoro absolutamente cuando lo hacen”.
Se podrá decir que un argentino es alguien que llora de emoción cuando ve la celeste y blanca flameando en un estadio de fútbol; pero al mismo tiempo es alguien que puede lucir sobre su pecho una remera con la bandera estadounidense o, más grave aún, británica.
Un argentino es alguien que se conmueve hasta el tuétano cuando recuerda la gesta de Malvinas y, paralelamente, no tiene reparo en abastecerse de combustible en una estación de servicio perteneciente a una empresa que no solo respondió históricamente a la corona británica; sino que a su vez durante el conflicto del Atlántico Sur abastecía a la flota inglesa con las existencias que poseía en nuestro país.
Un argentino es alguien que a principios del presente siglo salía a las calles a gritar “que se vayan todos” en referencia a los políticos y economistas que, directa o indirectamente, gobernaban en aquel entonces, y hoy los reivindica para que regresen y/o aplauden las profecías que realizan como si fuesen verdades incontrastables.
Un argentino es alguien que está más pendiente del dólar estadounidense que del peso moneda nacional, con todas las implicancias que encierra el poseer ipso facto un sistema bimonetario que esta fuera del control local. Es alguien que se admira al contemplar el desarrollo de los países industriales, pero después reclama la libre disponibilidad de divisas en detrimento de objetivos claros de industrialización nacional.   
Un argentino es alguien que reacciona (muchas veces engañado) frente a un supuesto intento de limitar “la libertad de expresión”, y no repara que “las estrellas de la información” no solo son las mismas que hace más de 30 años acompañaron la mayoría de los procesos políticos que existieron en la Argentina; sino que no brindan lugar a la aparición de nuevas voces.  
Un argentino es quien parte de la creencia que el poder político “todo lo puede” y no repara en que el verdadero poder es invisible a los ojos de la ciudadanía. Es alguien que supone que las reiteradas corridas cambiarias, la disparada de los índices inflacionarios, el desabastecimiento, son fruto exclusivo de los desaciertos de los distintos gobiernos en materia de política económica y no resultado de una acción deliberada de los sectores dominantes en la estructura económica.
Un argentino es quien pretende gozar del status de vida que poseían (hasta no hace mucho) los países desarrollados pero pretende abonar impuestos equivalentes al de los países infradesarrollados.
Un argentino es alguien que no le interesa la historia de su país porque es cosa del pasado, sin reparar en que el resultado de lo que somos es fruto de nuestra historia.
Un argentino es alguien que cree ciegamente en lo que dicen los medios sin detenerse a pensar que “los medios” no persiguen la verdad, sino intereses. Que, curiosamente, no son los intereses de la mayoría de la población; sin embargo, aún mantienen una alta dosis de credibilidad.
Un argentino es alguien que supone que cuando le va mal en su vida personal la culpa es irremediablemente del “otro”; ahora cuando le va bien, es consecuencia exclusiva de su infatigable esfuerzo. Las circunstancias existentes que posibilitaron su éxito no cuentan, sí, en cambio, las que lo condujeron al fracaso.  
Se podrá argüir que existen muchos argentinos que no comparten estas posturas y, por cierto, sin lugar a dudas que es así. Lo que torna mucho más difícil encontrar una definición al respecto. Alguien podrá decir que los argentinos somos impredecibles o quizá “incorregibles” como el propio Borges calificó, en su momento, a un determinado sector político local.
Otros podrán decir que estas características son más propias de los porteños y de los habitantes del Gran Buenos Aires que del resto de los habitantes del país, y no deja de ser un argumento válido. Lo cierto es que se hace muy difícil encontrar denominadores comunes entre nosotros y bienvenido si esa diversidad fuese un campo fértil para el desarrollo intelectual de nuestro pueblo.
El problema es que aquí las ideas se transforman en “dogmas”; esto es, no requieren de análisis, ni de fundamentación alguna. Son verdades porque sí, y las verdades porque sí tienen corta duración pero graves consecuencias para nuestro futuro.
Mucho se ha avanzado en estos últimos diez años para encontrar una definición de los argentinos más acorde con las necesidades de nuestra nación; sin embargo, semejante avance es extremadamente insuficiente para conceptualizarla en el corto plazo.
Ojalá con el tiempo la encontremos y no tengamos que seguir dándole la razón a Don Jorge Luis.

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