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jueves, 4 de julio de 2013

Las enseñanzas de Groucho y el rápido aprendizaje opositor.







     

 




Es una verdad de perogrullo afirmar que, en los tiempos que corren, las relaciones humanas se encuentran cada vez más profundamente mercantilizadas. Sin lugar a dudas, el factor determinante para que ello suceda ha sido el exagerado desarrollo del capitalismo consumista que, a medida que se expande, va estrechando los márgenes de las acciones no mercantiles.
 Y no porque el capitalismo “en sí mismo” sea inmoral; al fin y al cabo, la moral tiene su razón de ser exclusivamente en el proceder humano. Sin embargo, eso no impide reconocer que un sistema de estas características (donde todo gira alrededor de la acumulación de dinero) promueve, en los hechos, comportamientos amorales e incluso inmorales.
Sabemos, desde Kant en adelante, que una acción moral es aquella que se rige por el desinterés. Es decir, aquél proceder  que se realiza sin segundas intenciones; esto es, sin esperar recompensa o beneficio alguno, tanto material como de cualquier otra índole.  Por ejemplo, si una persona desarrolla una acción para obtener algo a cambio (a pesar de que en los hechos no lo manifieste) no está ejecutando una acción moral; tampoco si ofrece una limosna a un mendigo sí supone que, con ello, se ganara “el acceso al reino de los cielos”.
Ambas acciones están recubiertas de un interés latente; en el primero, la obtención de una contraprestación o recompensa  y, en el segundo, “la adquisición” -imaginaria, por cierto- de una “visa de acceso” al tan ansiado “paraíso”. Lo concreto es que ante semejantes ejemplos se estaría, y según el enfoque del filósofo prusiano, reduciendo “al otro” a la categoría de “medio” para la consecución de un fin. Hecho éste que despojaría a esa clase de acciones del más mínimo contenido moral. “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio”, solía sugerir Kant.
Es obvio que semejante premisa moral es incompatible con el sistema económico imperante, en consecuencia, sugerencias de esta naturaleza resultan prácticamente de una inaplicabilidad absoluta. ¿Porqué? Por la simple y sencilla razón de que lo económico-comercial, esta signado por el interés, mientras que lo moral está determinado por las acciones buenas y, absolutamente, desinteresadas.
Lo mismo acontece en el terreno político, pues, confundir la política con la moral distorsiona, muchas veces, nuestra visión de los hechos y, como consecuencia de ello, nos condena  a extraer conclusiones extremadamente erróneas. ¿Porqué? Porque la política es por esencia conflictiva, puesto que en ella se disputa el poder. Y solo hay disputa de poder cuando están en juego los intereses. Llámese intereses de la mayoría o de una minoría, de los exportadores o de los importadores, de los industriales o de los ruralistas, de los especuladores o de los asalariados, nacionales o antinacionales, pero intereses al fin.
Esto no significa que el hombre político deba ser un “ser amoral”; por el contrario, es precisamente en el terreno de las convicciones donde mejor se visualiza la calidad moral del individuo; pues, no olvidemos que “las normas éticas” -a diferencia de las legales-  brotan del interior mismo de nuestra conciencia. Hecho éste que suele traer aparejado más de un inconveniente al momento de adoptar decisiones políticas.  
Porque si bien, uno no puede despojarse de sus convicciones morales, tampoco puede ignorar que, como ya lo hemos mencionado, la política no es una actividad desinteresada. Un claro ejemplo de lo que estamos expresando se dio con la sanción de la denominada “ley de matrimonio igualitario”, donde un conjunto de legisladores (y hasta la propia Presidenta de la República, para el caso una de las impulsoras) que se decían identificados con la “moral cristiana”, y se siguen reconociendo como católicos, aprobaron y apoyaron la consagración de la norma. ¿Porqué? Porque se trato de adoptar una decisión política, despojada de “condicionamientos morales”, y como tal enderezada a tener en cuenta el interés de una franja importante de la población.
Claro que para un agnóstico, como el que suscribe, está ponderable decisión puede ser concebida como una actitud moral, pero lo cierto es que se trato, específicamente, de una firme determinación política, fundada en criterios de equidad y razonabilidad. Porque como bien suele destacar un filósofo contemporáneo, apelando a una frase de Alain, “la moral nunca es para el prójimo”. ¿Se imaginan si cada uno intentase instalar compulsivamente su concepción moral por sobre la del prójimo? Sería, lisa y llanamente, un mundo de fanáticos; donde los componentes de racionalidad brillarían por su ausencia.
Por suerte no es así, la adopción de criterios morales siempre es una decisión personal, no impuesta de manera compulsiva. No obstante, el hombre que se digne llamar político debe abrazar, inexorablemente, un conjunto de principios éticos que si bien no deben condicionarlo al punto de convertirlo en un “autómata principista”; sí deben orientarlo en el desarrollo de su accionar político.
Acaso el antagonismo total entre nuestras “convicciones” y nuestro proceder diario, ¿no sería todo un síntoma de inmoralidad? Si esto es así, cómo puede un “dirigente político” expresar un día una cosa y luego, al poco tiempo, sostener un enunciado diametralmente opuesto a lo que predicaba. ¿Cómo deberíamos llamar a eso? ¿Inmoralidad, amoralidad, ausencia de convicciones, oportunismo, arraigada mendacidad?
Actitudes semejantes, solo serían susceptibles de despertar nuestra hilaridad si se tratase de comedias televisivas que pretendieran emular a ese genial comediante, del siglo pasado, popularizado bajo el nombre de Groucho Marx. Cuando, en uno de sus tradicionales films,  extraía del interior de su chaqueta una especie de manuscrito aduciendo aquello de: “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”.
Sin embargo, y pese a su frondosa imaginación, Groucho  jamás habría supuesto que su conocida frase iba a tener connotaciones pedagógicas sobre una vasta franja de la dirigencia política argentina. Lo podemos verificar en la reciente campaña en algunos de los aspirantes a la legislatura nacional, como por ejemplo: Francisco De Narváez. Que hasta el año pasado se refería al ex secretario general de la CGT, Hugo Moyano, diciendo “que se comporta como un matón y no como un dirigente sindical”, para añadir luego, “la gente está harta de patoterismo”. Lo mismo sostuvo el 20/8/2011 cuando en el cronista.com expresó sus sentimientos hacia Moyano diciendo “Ojalá la CGT esté pronto en manos de otro dirigente sindical”. Sin olvidar que en junio de ese mismo año, el por entonces aliado de Ricardo Alfonsín, expresaba -ver Los Andes On line 23/6/2011- “Moyano va a ir en cana porque está metido hasta las manos”, en referencia a la denominada causa de los medicamentos.
Claro que el ex titular de la CGT no se amedrentó y arrojó sus dardos verbales sobre “Ese señor colombiano, que no supo administrar un supermercado y quiere administrar una provincia”.
Lo sorprendente es que hoy marchan todos juntos en la misma lista, integrada además por otros popes sindicales (Piumato, Plaini), que, por entonces, para congraciarse con su reverenciado jefe salían a efectuar declaraciones furibundas contra el empresario devenido en político.
Sin embargo, sería injusto, de nuestra parte, sostener que solo estos señores se amoldaron a “las enseñanzas grouchianas”; por el contrario, casi todo el arco opositor (incluido casi la totalidad de los denominados “periodistas independientes”, quienes alientan la unidad opositora sobre la más absoluta ausencia de criterios) trabaja en consolidar esta clase de alianzas reñidas con los más elementales principios.
 Así Solanas, que se asumía como un hombre de “izquierda”, cuestionaba a Elisa Carrio diciendo hace escasos dos años que “la señora Carrio, se corrió muy a la derecha en todos estos años”. Por su parte la mentada dirigente intentaba, hace un tiempo, descalificar a “Pino” afirmando: “No vayan a creer que nació en Fuerte Apache, sino que nació en San Isidro y filmó en París”, agregando que “los únicos que pueden defender a la Nación no son los simpáticos, son los que saben”. Y con ello aludía al presunto” saber” que, a su antiguo parecer, representaba el economista “neoliberal”, Alfonso Prat Gay; quien ahora -alejado de “Elisa”- integra el “Frente Progresista” de “centro izquierda” donde conviven quienes elogian la situación político-social de la República de Ghana como un ejemplo a imitar, los que públicamente (Binner) sostienen que de ser venezolanos hubieran votado a Capriles  (en su elección contra el extinto líder Hugo Chavéz), los que acusan de “mafioso” (Barletta) el proceder de la Afip por enviar una carta al presidente de la Corte Suprema de Justicia a los efectos de regularizar sus deudas con el organismo, etc. etc., etc.  
No menos práctico ha sido el massismo  (en referencia a Sergio Massa) que configuró su lista desprovista de toda consideración ideológica; lo que le permite una extremada flexibilidad, a cada uno de sus miembros, para adoptar cualquier tipo de posturas. Incluso las más contradictorias -aunque como pudimos observar también sucede con el resto- si bien se espera de ellas cierta afinidad con las necesidades del establishment.
Todos ellos se sienten convocados por  lo que podríamos denominar: “La configuración de la  nada política”. Se comportan como aquellos matrimonios de la antigüedad, en donde ambos contrayentes se unían para satisfacer simplemente las exigencias paternas (en este caso, sustituidos por los poseedores de los medios hegemónicos), sin fundarse en lazos comunes,  proyectos colectivos, ni predisposición “amorosa” alguna.
Lo único que los une es evitar el progreso o la consolidación “del otro” -para el caso, el kirchnerismo- rechazando y criticando, en consecuencia, toda propuesta o iniciativa oficial. No importa que la iniciativa en cuestión sea buena o beneficie al mayor número de nuestros compatriotas.
Lo importante, para ellos, es acogerse a otro de los postulados pedagógicos de nuestro querido Groucho cuando decía: “Estuve tan ocupado escribiendo la crítica que nunca pude a sentarme a leer el libro”.

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