Uno de los rasgos que definen la figura del militante
político es la de adherir a una causa o
proyecto que enarbola el partido o el movimiento político al que pertenece. Pues,
la adhesión a ese cuerpo doctrinario o conjunto de principios es, en su origen,
el factor determinante de su incorporación a la militancia.
Por ende, si a posteriori la institución a la que
pertenece "desdibuja" o desnaturaliza el proyecto en cuestión, es muy probable
que el militante abjure de pertenecer a dicha organización.
Este proceder que en una primera instancia parece solo una
hipótesis es, como diría un positivista -en términos filosóficos-,
empíricamente verificable. Ha sucedido
en la Argentina de finales de los años 80 y profundamente más acentuado en la
década de los 90.
Por aquél entonces, el “desánimo” se adueño de una vasta
franja de jóvenes y no tan jóvenes que habiendo recibido exultantes la
recuperación de la democracia vieron declinar ese entusiasmo con el correr de los
años. Hecho éste que, por suerte, no hizo mella en la profesión de fe democrática de la
ciudadanía que supo valorizar la importancia del sistema constitucional; pero
que sí comenzó a cuestionar seriamente el funcionamiento de los partidos políticos
despojándolos, en consecuencia, de “legitimidad representativa”. Nadie olvida que, a principios
del presente siglo, la voz de la ciudadanía en las calles se hacía escuchar
bajo el lema. “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
Paradojas de la historia, más de uno de los que fueron
repudiados por el conjunto de la población, en aquel momento, hoy integran las
filas de la oposición y, menester es reconocerlo, uno de los aspirantes a la presidencia del
propio Frente para la Victoria se encontraba perfectamente ubicado en el conglomerado de los “no
queridos”.
Lo cierto es que la militancia de entonces, sufrió un
proceso de deserción que, entre otras cuestiones -y más allá de la inidoneidad
y de la propuesta de ciertos personajes que llegaron a la presidencia de la
república-, terminaron incinerando a uno de los partidos tradicionales de
nuestro país, dejando sus ruinas en poder de un reducido número de opacos “dirigentes”
que, al parecer, solo se proponen declarar “museo histórico nacional” al edificio
de la calle Alsina, sede del Comité Nacional de la UCR.
Obviamente, el partido justicialista de la mano de Carlos
Menem sintonizaba la misma frecuencia, si bien de forma más astuta, supo "embaucar"
a gran parte de la población durante un determinado período de tiempo merced a la ayuda
mediática e incorporando un componente adicional que por desgracia aún persiste en el
escenario político local. Nos referimos a la farandulización de la política;
hecho éste que provocó y, al parecer, sigue provocando una degradación del quehacer político nacional.
Y no es porque estemos en contra de que cualquier ciudadano
aspire a ocupar un cargo público, en absoluto. Lo que sí es digno de rechazo es que el único
fundamento que se esgrima para ocupar ese cargo descanse exclusivamente en ser una “ilustre figurita
mediática”.
Y aquí es preciso hacer una diferenciación, no es lo mismo entrar en la política a través de la “ventana televisiva” que llegar a
través del ejercicio de la militancia. Cualquiera puede argüir que la
militancia también sufrió un proceso de descomposición durante el reinado de la
concepción neoliberal y sería de necios negarlo. Ahora una cosa es reconocerlo y otra equipararlo; pero aun así la diferencia es
abismal.
Quien abraza una causa por ideales, y no por ambiciones de
reconocimiento (aunque posteriormente los tenga) o personales con el afán de
sacar provecho, no arranca ab initio pensando
en primera persona; sino por el contrario, lo hace por vocación de servicio,
esto es pensando en “el otro”. Puede resultar que a futuro se corrompa, pero
eso no quita que su accionar primigenio este imbuido de honestidad. En cambio,
quien desde el vamos acepta un cargo político sin haber abrazado previamente un
proyecto, sin tener idea de la militancia, sin haberse interiorizado, ni haber realizado actividad alguna al respecto,
está actuando “deshonestamente” para con la ciudadanía porque se ofrece a
ejercer una función sobre la que ni siquiera conoce no ya el manejo ejecutivo,
sino las necesidades de la población. Lo que encierra de por sí un alto grado
de irresponsabilidad. ¿O acaso es lo mismo que la representación la ejerza un militante que durante años ha estado tomando contacto con la comunidad y preparandose para ello que, por ejemplo, "Chiquita Legrand" que nos habla de "la gente" como un concepto abstracto imposible de asociar con el ciudadano "de carne y hueso"?
Fue, precisamente, con la llegada de Néstor Kirchner quien -además
de salvar de las ruinas al Partido Justicialista, la otra fuerza política mayoritaria- imprimió un
nuevo sesgo que despertó el interés político comunitario. Reverdeció así la
militancia y los jóvenes comenzaron a sacudirse el hastío de la política para
involucrarse de lleno con el país. Obviamente, cuando hablamos de Néstor no estamos
disociando la figura de Cristina, al fin de cuentas estamos hablando de una misma “alma”
que habitaba en dos cuerpos simultáneamente. Para nuestra desgracia, Néstor no se encuentra entre nosotros y Cristina no puede ser candidata por un impedimento constitucional.
Lo que nos empuja a navegar por las aguas de la incertidumbre; potencializando nuestra intranquilidad
con vistas al porvenir.
Para peor, uno de los aspirantes a hacerse del timón no garantiza en lo más mínimo mantener intacta la nave del Estado.
Para peor, uno de los aspirantes a hacerse del timón no garantiza en lo más mínimo mantener intacta la nave del Estado.
De ahi que nos preocupa enormemente la “lógica” que viene desarrollando uno de los principales aspirantes a reemplazar a la Presidenta de la República. Nos referimos al actual gobernador de la Provincia de Buenos Aires, quien es uno de esos personajes que irrumpió en el escenario político a través de “la ventana mediática” y que al parecer no solo le gusta en demasía moverse en esas "aguas"; sino que además, disfruta tomar contacto con ellas cuando los propietarios de las mismas le sugieren su presencia.
Por lo que podemos apreciar sigue manteniedo una "natural" inclinación a la
recurrencia mediática (actitud preocupante hacia el futuro, puesto que fruto de esa
ponderación puede terminar pactando con “los medios”; la hipótesis no resulta desatinada
si tenemos en cuenta que ayer participó de la inauguración del Espacio Clarín
en la Ciudad de Mar del Plata) y, en virtud de esa recurrencia, optó por impulsar las candidaturas a intendente de Sergio Goycochea
y el “Chino” Tapia, ex jugadores de River y Boca respectivamente.
Lo que pone en evidencia que su “proyecto” goza de ciertos
denominadores comunes -en ocasiones se empieza por las formas y se prolonga en los contenidos- con el que expresa Mauricio Macri quien tambien optó por llevar entre sus
candidatos a Julio Cruz y al “colorado Mac Allister, uno de River y otro de
Boca precisamente.Es notable que "pájaros del mismo plumaje gocen de las mismas inclinaciones".
Sin embargo, Daniel Scioli es un enigma para el
ciudadano común, no tanto para algunos militantes que ya en sus gestos
advierten cierta señal intranquilizadora para la continuidad del proyecto.
Quizá la diferencia más notoria con
los otros candidatos de la derecha, como lo son Massa o Macri, es que el
gobernador bonaerense prefiere no hablar mucho de su propuesta, lo que ya de por sí exacerba la desconfianza.
Tal vez la militancia debería recurrir, antes que sea demasiado tarde, a aquella vieja
expresión socrática para evitar sobresaltos en el futuro y exclamarle: “Habla
para que yo te vea”.
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