Si la oposición política argentina no fuese tan “mediocre y
deplorable”, el presente de nuestro país sería mucho más gratificante. Y de ser
así, esto es contar con una oposición “cauta y reflexiva”, los grupos de poder
verían reducida su capacidad de condicionar las políticas públicas en función
de sus intereses. La discusión política sería mucho más enriquecedora y los
errores o “desaciertos” impulsados por el gobierno serían muchos más fáciles de
rectificar mediante un debate serio y racional.
Lamentablemente esto no es así, y por el contrario, el
accionar opositor se ciñe exclusivamente a ser cómplices de aquellos grupos
concentrados en su propósito de desnaturalizar el verdadero sentido de la
política para terminar subordinándola a sus mezquinos deseos.
De esa forma el establishment vernáculo, lejos de procurar
compatibilizar sus beneficios con las necesidades del país, se empeña en
“construir” un modelo de nación que le garantice la perpetuidad de sus
ganancias a expensas del padecimiento generalizado recurriendo, entre otras
cosas, al más deleznable servilismo opositor. El propósito es muy simple,
reinstalar en la Argentina el modelo
neoliberal; único modelo que puede dar rienda suelta a su depredadora
voracidad.
Nadie en su sano juicio puede suponer que los grandes grupos
corporativos tan predispuestos a “abreviar”, sea como fuere, el mandato de
Cristina Fernández, no han acumulado millones durante esta década. Entonces, ¿por
qué insisten con su cometido de querer interrumpir el mandato de la presidenta?
Porque a decir verdad, su intencionalidad no se agota en
acumular ganancias; sino que es mucho más abarcativa. Pues, lo que pretenden,
por sobre todas las cosas, es “reconquistar” todas las aristas del “poder” para
luego manipularlo a piacere bajo la
impunidad de las sombras. Y para que ello suceda, solo les resta la apropiación plena del poder
político.
Sin duda, si uno observa la marcada relación de
subordinación -sería más adecuado decir de “vasallaje”- de parte de los “dirigentes
políticos opositores” hacia los grandes grupos corporativos es razonable
inferir que una parte de ese poder ya lo detentan; pues, ahora solo resta
adueñarse de la porción que hoy descansa en manos del oficialismo.
De ahí, su insistencia en atacar persistentemente a un
gobierno que ha demostrado, sin lugar a dudas, que con una firme voluntad
política se puede ofrecer resistencia a la desmesurada avidez de estos
sectores. Y cuando hablamos de “voluntad política” no estamos suponiendo que el
mero ejercicio del voluntarismo es de
por sí suficiente para cambiar la realidad. Dejemos esa pueril creencia para
“los partidarios del infantilismo”, los mismos que profesan la teoría que nos
enseña que “la distancia más corta entre
dos puntos es una línea recta”; sin reparar que cuando salimos a la calle “la
realidad” nos demuestra que esa línea es imposible de transitar.
Evidentemente la realidad es mucho más compleja de lo que
algunos “simplificadores” imaginan. Sin embargo, sí es pasible de ser
modificada pero eso en el marco de un proceso histórico, no en la “ilusión
inmediatista” como algunos suponen ingenuamente. Por eso adoptar una postura de
crítica sistemática ante un gobierno que ha batallado solo y con un sinnúmero
de limitaciones frente a los grandes “dueños del poder”, es un síntoma de
idiotez o de connivencia solapada con los sectores dominantes. Claro que si uno
observa fríamente el comportamiento del denominado “bloque opositor” puede
arribar, sin demasiado margen de error, a la conclusión de que se trata de un
mix de ambas condiciones.
Y no es cuestión de encolumnarse acríticamente detrás de las
políticas gubernamentales; sino acompañar al gobierno cuando adopta medidas que
impliquen una mejora de las condiciones sociales y una profundización de la
democracia ciudadana y cuestionar dando el debate en el ámbito correspondiente
cuando las medidas impulsadas no redunden, en un todo o parcialmente, en
beneficio de la población.
El acompañamiento -que reiteramos no debe ser incondicional-
no tiene por propósito consolidar el prestigio de un gobierno que atienda
simplemente las necesidades populares, eso sería visualizar la política desde
un prisma temporal y mezquino que no se condice con una visión estratégica de
país. El acompañamiento debe servir esencialmente para que los sectores
populares avancen en el proceso histórico y vayan conquistando espacios que le
permitan en el futuro alcanzar la consolidación del bienestar general.
En cambio, la mediocre oposición supone que su función es
decir a todo que no. Así se opone, paradójicamente, a cumplir con la
legislación vigente y obstaculizar la designación de un nuevo miembro en la
Corte Suprema. Algo que es insólito, los miembros de la legislatura se empeñan
en no observar la ley; tal vez porque “el poder” al que ellos se someten no
quiere sugerir por ahora su candidato a la Corte.
El súmmum de la
irrespetuosidad hacia las normas lo expresó perfectamente el mediocre senador
Morales cuando sostuvo: “aun si propusieran a Gil Lavedra (dirigente de la UCR)
nos opondríamos”.
También rehuyeron discutir la creación de la Agencia Federal
de Inteligencia, que por cierto tiene algunos puntos oscuros como bien lo
señalo el representante del CELS, Horacio Verbitsky , y que deben ser pasibles
de modificación. Modificaciones que al parecer, y esperemos que así sea, van a
ser consideradas por los legisladores del oficialismo.
Lo cierto es que los
miembros de la oposición actúan como esos personajes mediáticos que pululan por
los programas de chismes a los efectos de enlodar a cualquier persona a cambio
de garantizar su presencia en el espacio televisivo. Sin reparar que una vez
cumplida esa función -que por cierto, puede despertar el interés de una determinada
fracción de televidentes- los propios detentadores de los medios los arrojarán
como residuos fuera de su pantalla. Lo mismo están haciendo los miembros opositores
con relación al “caso Nisman”, intentando mancillar al gobierno con el vil
propósito de “conquistar” votos y sembrando con sus opiniones un clima de
sospecha injustificado que solo sirve para enturbiar la labor de la justicia y
confundir a la opinión pública.
Mucho más “razonable”, aunque también ostensiblemente
deshonesta, es la actitud de los denominados “periodistas independientes” que
adoptan una posición servil hacia los propietarios de los medios. Desde luego
se podrá decir que lo hacen degradando la profesión hasta convertirla en una
suerte de “cloaca”, pero venerando en última instancia, y como diría Sabina, “a
su único Dios verdadero: el dinero”.
O acaso no hemos comprobado a lo largo de esta última década
cuan sensibles a las “transformaciones” son los representantes del periodismo independiente. Basta poner la
mirada sobre la poco gratificante figura de Jorge Lanata -el abanderado de los “independientes”, con su larga fila de escoltas: Castro, Longobardi, Morales Solá, Leuco, etc., etc.-
para comprender que “no hay más acérrimo custodio de los intereses de la
Corporación Mediática (léase grupo Clarín) que un anti-clarinista converso”.
Pero no solo el servilismo opositor afincado,
principalmente, en la legislatura y el vasallaje periodístico trabajan para
reinstalar los deseos de establishment.
Ha quedado al desnudo que una fracción
significativa del Poder Judicial también adopta una posición semejante; de hecho es por demás manifiesto que una franja de la corporación judicial se empeña sistemáticamente en confrontar con el Poder Ejecutivo.Lo que
revela a las claras que el término “independencia” ha perdido hace tiempo su
auténtica definición.
No es propósito de este artículo, ni nos consideramos aptos
para hacerlo, indagar respecto de la pluralidad de factores que condujeron a la
pérdida de los auténticos significados de las palabras; pero estamos
convencidos que uno de esos factores ha obedecido a la degradación de los “conceptos”
que tuvo lugar en la Argentina de los años 90.
Período en el cual -y en esto la “clase dirigente”
(políticos, economistas, periodistas, representantes del poder judicial, etc.)
de aquel entonces tuvo mucho que ver- las palabras se vaciaron de contenido;
pues, daba lo mismo proferir cualquier cosa porque al fin de cuentas no se veían
obligados a ajustar su comportamiento con lo que decían.
Pero lógico, la “desnaturalización” de los conceptos no es
fruto de un acuerdo previo sellado entre los distintos exponentes de la clase
dirigente; por el contrario, es la resultante ineludible del sistema
neoliberal. Pues la experiencia universal demuestra a las claras los fracasos a
los que dicho sistema conduce; por lo tanto, para que una sociedad no reaccione
ante la implementación de un modelo que ha de condenar a la mayoría de sus
miembros, es inevitable apelar al vaciamiento de los significados. De lo
contrario, la población no permanecería impávida observando cómo se la conduce
al abismo.
Como es factible de apreciar, hay un renacer de frases vacías,
de propuestas inconducentes, de imputaciones falaces y de alianzas cada vez más
ostensibles que solo aspiran a preparar el abordaje del modelo neoliberal a
finales del 2015, esperando iniciar con ello un período de retroceso de los
sectores populares.
La cuestión no es menor, como tampoco lo es que se haya minimizado
los acuerdos firmados recientemente con “el gigante asiático”. La importancia
que esto trae aparejado para el bienestar futuro de la economía argentina (acuerdos
energéticos, de cooperación aeroespacial, minería, en materia de
comunicaciones, por citar solo algunos) es por demás significativa; sin embargo
un hecho tan trascendente para el país se vio prácticamente “invisibilizado”
por los medios hegemónicos, desvalorizado por la sombría oposición y muy poco
interiorizado por la ciudadanía.
Como es lógico esperar, la perdurabilidad de estos acuerdos
dependerá de quienes asuman, a futuro, la conducción de este país. El problema
no es irrelevante, máxime si tenemos en cuenta que uno de los aspirantes a esa conducción es nada menos que: la
mediocre oposición.
Excelente!!!!!!!!
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