Indudablemente en los tiempos que corren las operaciones
mediáticas se han transformado en moneda corriente, y no pensemos
exclusivamente en la Argentina; pues, semejante proceder, reñido con los más
elementales principios morales, es susceptible de observarse en cualquier
rincón de la geografía del planeta. El armado es extremadamente simple, primero
se determina el objetivo a alcanzar que, en esencia, consiste en la
construcción de una realidad para “consumo” de una franja cuantitativamente
importante de inexpertos televidentes (a los que se le suma también un número
considerable de confiados oyentes o desprevenidos lectores) que, como es obvio,
jamás han desarrollado la práctica de poner en dudas las afirmaciones
mediáticas.
Luego se monta la escenografía en cuestión, se difunde “la
falaz construcción” (a la que se le atribuye el carácter de noticia) en la tapa
de los diarios, se reproduce en los distintos programas de TV y se
sobredimensiona, a su vez, en buena parte de los programas radiales.
El concierto tripartito -gráfico, televisivo y radial- tiene
lugar, obviamente, merced al nivel de concentración mediática alcanzado, no
solo en cuanto a pluralidad de medios en manos de un mismo propietario (cosa
particularmente común en buena parte de los países sudamericanos); sino también
en orden a la concentración hegemónica de una ideología (neoliberalismo) a la que la mayoría
de los medios responden. De este modo,
medios que en los hechos pertenecen a distintos propietarios, no dejan de expresar
un pensamiento (otrora conocido como “pensamiento único”) qué, como es de esperar,
es funcional a las necesidades de los sectores dominantes.
Ahora bien, una vez instalado el ficticio tema, se machaca
persistentemente con su difusión a los efectos de ampliar la base de los
“potenciales creyentes” quienes, ingenuamente, y desprovistos de información
auténtica, no advierten que se trata de una operación camuflada. Posteriormente,
una vez desplegada la mentada “operación”, se va configurando entre los
“creyentes” el consenso necesario para dar por sentado que el hecho en cuestión tiene visos
de veracidad. De este modo, podemos contemplar cómo - y no en pocas ocasiones- hechos inexistentes en el mundo real, creados
artificiosamente por los inescrupulosos medios, terminan desplegando efectos
sobre la realidad concreta y, muy especialmente, sobre el comportamiento humano
y la visión que adoptan de lo que acontece en el mundo.
Así los medios en su gran mayoría, otrora vehículos de
información, se han tornado actualmente no solo en herramientas de desinformación
y ocultamiento de la verdad; sino lo que es peor aún, en instrumentos de
manipulación de conductas colectivas.
Algún incauto podrá preguntarse para que quieran los medios
“manipular conductas”; y la respuesta es muy sencilla, pues, para configurar
una sociedad al servicio de unos pocos, garantizando, a su vez, la
perdurabilidad de la concentración económica y evitando que un pueblo (o una
diversidad de comunidades) tome conciencia de la realidad y, consecuentemente,
decida cuestionar el estado de cosas dado (Status Quo). No es producto del azar qué, a escala
universal, las grandes corporaciones mediáticas se encuentren, exclusivamente,
en manos de los representantes del establishment. No solo es cuestión de hacer
grandes negocios; también es preciso evitar que el pueblo los desapruebe. Y
para que esto último no suceda, bien vale engañar al conjunto de la población
mediante el uso de los medios.
Ahora bien, si el vínculo de los “medios dominantes” con los
grandes grupos de poder económico es
tan estrecho, ¿quién puede imaginar que la información que proporcionen pueda
calificarse de absolutamente desinteresada?
Por cierto, internacionalmente tenemos sobrados ejemplos de
“operaciones mediáticas” montadas a los efectos de invisibilizar oscuros
propósitos. Basta recordar las falaces causales que determinaron la conocida
invasión a Irak, o lo que acaeció y
acaece (Siria, por ejemplo) en Medio Oriente; o por citar un hecho reciente, la
notoria tergiversación que buena parte de la prensa occidental (dominada por
las corporaciones) nos ofrece de lo que hoy en día sucede en Ucrania.
¿Acaso no hemos observado cómo con el propósito de legitimar
ciertos procederes, las agencias de noticias internacionales, se encargan de
difundir noticias falaces que posibiliten crear la aquiescencia necesaria para
emprender, ya sea, una operación militar, enviar supuestas “fuerzas
pacificadoras” o desprestigiar un gobierno que obstaculice los negociados de
las grandes corporaciones?
Lo concreto es que detrás de las operaciones mediáticas se esconden ingentes intereses que nada
tienen que ver con “las apariencias” que nos muestran; sino que responden al
firme propósito de engañar a los “consumidores de noticias” para, de esa forma,
legitimar ciertos y determinados actos que de otro modo no serían tolerados. Así, de ese modo, se evita que el grueso de la humanidad tome
contacto con la verdad y reaccione ante los mismos.
En nuestro país la situación no es muy distinta, por el
contrario, la falsificación de la realidad elaborada a través de los medios ha
llegado a extremos inimaginables.
Hay un conjunto de
periodistas -si se nos permite llamarlos de ese modo- que de la manera más
indigna se prestan a configurar una suerte de orquesta que armónicamente
procura ejecutar la sinfonía de lo falso
presentándola como verdadera.
A lo largo de esta última década las operaciones mediáticas
han sido una constante para debilitar al actual gobierno. Entre ellas se
encuentran, y solo por citar algunas: el caso Skanska donde quedo demostrado en
sede judicial la inexistencia de delito alguno, el caso Sadous que ya no se
menciona porque quién terminó procesado fue, precisamente, el ex embajador en
Venezuela por falso testimonio. La conocida fábula de la Bóveda kirchnerista
donde, supuestamente, se guardaba el dinero obtenido de manera ilegal.
La irrisoria denuncia que se vertió sobre lo que dio en
llamarse: “Cristina en Seychelles”. Aprovechando el hecho de que el avión que
transportaba a la presidenta hizo escala para descanso de la tripulación y
cargar combustible por unas horas en ese país, se sentó la deliberada sospecha
de una visita intencional con propósitos “non sanctos” a un paraíso fiscal. Cuando
en el propio decreto presidencial emitido
con antelación (es decir, emitido desde Buenos Aires, esto es, antes de
iniciada la gira internacional de la presidenta) ya constaba que en el regreso
se haría una escala momentánea en ese lugar. Es inimaginable que si se quiere
transportar dinero no declarado, se opte por trasladarlo durante toda la gira y,
recién al final de la misma, visitar un paraíso fiscal habiéndolo, previamente,
anunciado por decreto.
El famoso “Síndrome de Hubris” popularizado por un mediocre
médico devenido a periodista con la intención de hacer creer a la población de
que la presidenta se hallaba incapacitada para ejercer sus funciones. Y como no
recordar la operación montada y contemplada durante largos días por todos los
argentinos; donde, ininterrumpidamente, determinados
canales de televisión anunciaban que con la nueva “ley de medios” se
censurarían definitivamente las voces de la prensa opositora. Como no recordar,
por ejemplo, la actuación del patético “Showman”, Jorge Lanata, expresando en
uno de sus programas que “es muy probable que la semana que viene este programa
no salga más al aire” ante la supuesta entrada en vigor de la ley. Todas estas
falaces denuncias -y muchas más que sería excesivo mencionar- fueron resultado
de “operaciones mediáticas” destinadas a horadar la imagen del “deleznable” (a
juicio de los grandes medios) gobierno populista.
Otra que cada tanto aparece, es la que tiene por destino “ensuciar”
la imagen de Boudou. Claro, Amado Boudou, ha sido el autor intelectual de la desaparición
de aquella “estafa institucionalizada” y que se conocía como las AFJP
(Administradoras de fondos de Jubilación y Pensión) y que permitió que buena
parte de la estructura del sistema financiero y que muchas sociedades que
cotizaban en bolsa (entre ellas el grupo Clarín) se apropiasen de grandes volúmenes de dinero a
expensas del deterioro de los aportes jubilatorios (léase: empobrecimiento de
jubilados y pensionados) y de una merma significativa en el patrimonio líquido
del Estado que -sin recibir, ni administrar esos aportes- debía subsidiar el
60% de los montos de todas y cada una de las jubilaciones y pensiones otorgadas.
Teniendo en cuenta esta estrechísima historia (que sería extensa de comentar)
es fácil inferir porque al Vicepresidente de la República se lo “ensucia”
recurrentemente.
En primer lugar, el propósito era convertirlo en un “cadáver
político”, cosa de sentar un precedente con miras al porvenir. Al mejor estilo
mafioso, el mensaje fue: “quien se meta con nosotros tendrá sus días contados”.
No es menos cierto que, en cierta forma, lo lograron a través de las distintas “operaciones
mediáticas”. Las aspiraciones de Boudou, si en algún momento las tenía, han
quedado guardadas en el cementerio de los recuerdos.
Y, en segundo lugar, es un buen pretexto para seguir “apedreando”
a un gobierno que no accede a sus demandas y, que a pesar de todo, todavía
conserva fuerte consenso en una importante franja poblacional.
Ahora bien, lo cierto es que Boudou (a diferencia de Macri
que acumula varios procesamientos) ni siquiera estaba procesado en una causa
donde supuestamente se le imputa una suerte de “tráfico de influencia” para
favorecer el levantamiento de una quiebra de una empresa. No obstante, los
medios hegemónicos (a la mejor manera inquisitorial) lo estigmatizaron de “hereje”
y lo condenaron a “la hoguera” -con el “beneplácito” de los engañados
televidentes y los vítores de los políticos opositores que, a sabiendas, se
prestan a la difamación mediática- sin el más mínimo elemento probatorio que
justifique la condena.
Seguramente, y nos estamos
limitando a hablar sobre éste hecho puntual, si los jueces se abocan a
administrar justicia sin someterse a la presión mediática, pues, a futuro, esta
falsa imputación quedará en evidencia. Pero aun así, en el mejor de los casos, queda
suficientemente cristalizado el abominable mensaje: “Atentos futuros
funcionarios, que la llama mediática puede -cuando lo juzgue conveniente-
encender la hoguera”.
Por suerte, una buena parte de nuestro pueblo, y merced a gobiernos como el de Cristina y de Néstor, ya sabe como combatir el incendio.
Por suerte, una buena parte de nuestro pueblo, y merced a gobiernos como el de Cristina y de Néstor, ya sabe como combatir el incendio.
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