Una de las “secuelas culturales” más perniciosas que nos ha
legado el neoliberalismo, con la complicidad de los medios hegemónicos de
comunicación, ha sido la concepción bimonetaria en cuestiones económicas. A diferencia de
otras poblaciones del mundo, una buena parte de los argentinos, sostiene la mira,
no precisamente en la moneda local u oficial de nuestro país, sino en la divisa
estadounidense. Lo tragicómico es que no solo se la utiliza en cuestiones
comerciales de poca monta; sino inclusive al momento de efectuar
interpretaciones o análisis de orden interno que se encuentran fuera del ámbito
comercial.
Lo cierto es que, éste enfoque bimonetario, tuvo su origen a
partir del golpe del 76 con el entonces ministro de economía, José A. Martínez
de Hoz, y su inefable “tablita cambiaria” que dio lugar al surgimiento de la
denominada “patria financiera” y, posteriormente, su consolidación en la década
del 90 con la intervención de uno de sus discípulos más renombrados: Domingo F.
Cavallo.
Claro que la tarea de que los argentinos observen
diariamente “las fluctuaciones del tipo de cambio” no fue obra exclusiva de los
ministros mencionados; si bien éstos, con las medidas adoptadas estimulaban el
instinto de supervivencia de la población que veía en la divisa norteamericana
la única posibilidad de preservar sus ahorros. También, es preciso reconocer
que, un conjunto de “hombres notables”
efectuaron su aporte, a lo largo de los años, para "desvalorizar" la moneda local. No solo con el propósito de referenciar la divisa
internacional posibilitando, de ese modo, la realización de sus negocios; sino
porque además, la existencia de una doble referencia monetaria es una forma de
restarle poder al gobierno de turno al momento de ejecutar un programa distinto
al que el neoliberalismo propone.
Así vimos en el curso de esos años -y lo continuamos viendo
hoy en día- como los programas políticos, tanto de la televisión como radiales,
se encargaron de reproducir hasta el cansancio las opiniones de economistas
como Cavallo, Redrado, Prat Gay, Melconian, Sturzenegger, O. Ferreres y tantos
otros que, al amparo de su concepción ideológica, acentuaban el enfoque
bimonetarista. Actualmente, esos mismos
exponentes, siguen fracasando en sus pronósticos y proponiendo las mismas
recetas que condujeron (y que promovieron desde la función pública) a la
Argentina del 2001.
Todos ellos abogan por la devaluación, la reducción del
gasto público, el endeudamiento para financiar aquellos gastos del Estado que
no se puedan achicar y reducir los índices de precios (inflación). Sin lugar a
dudas, una devaluación implica una transferencia de recursos en beneficio del
sector exportador y en detrimento del sector de ingresos fijos (asalariados)
que verían reducido sustancialmente su poder de compra. Si a ello le añadimos
una reducción del gasto público, nos encontraríamos con una fuerte contracción
de la demanda interna que provocaría una merma en el índice de precios.
No hace falta señalar que adoptar medidas de este tenor,
sería promover el suicidio de nuestro crecimiento económico. La pregunta que
surge indefectiblemente es: ¿Pues, entonces, porqué lo promueven? Y la
respuesta, que ellos ocultan, es: por el simple hecho de querer apropiarse de
la tasa de ganancia. Aquí lo que se plantea, en forma subrepticia, es “distribuir
el ingreso nacional” en beneficio de un sector minoritario de la población.
Lo problemático es
que la lógica instalada en la Argentina, en definitiva, es la lógica que logró imponer el neoliberalismo y debemos
reconocer, mal que nos pese, que una importante franja de la población analiza
la realidad desde esa óptica. Sin percatarse, si quiera, que dicha lógica esta
puesta al servicio de intereses que no son los suyos.
Se podrá argüir que
es difícil enfrentar “prejuicios arraigados” en la población; y nadie desconoce
que no es tarea fácil. Pero, no obstante, es menester que alguna medida se
adopte al respecto. Pues, el gobierno actual debe realizar (si bien es cierto
que la Presidenta se encarga de hacerlo en oportunidad de sus discursos) una
suerte de docencia para romper con ese “ruinoso legado cultural” que tanto daño
despliega sobre nuestra economía. Pues, debería contrastar las medidas que
estos señores proponen con los resultados obtenidos a lo largo de la historia;
para que de una vez por todas queden al desnudo estos profetas de la decadencia.
Es paradójico escucharlos, por un lado, plantean la
necesidad de combatir a la inflación y, por el otro, sugieren –entre líneas
algunos, otros directamente- que el dólar está retrasado; por ende, habría que
devaluar. El remanido discurso “antiinflacionario” les dio resultado luego de
la traumática experiencia nacional de los años 80 y abonó el terreno para la
consagración del libre mercado en los 90. Lo que no explicaron nunca estos
señores, ni van a explicar, es quienes fueron los responsables directos de la hiperinflación padecida por la sociedad
argentina en aquel entonces.
Pero volviendo al presente, es dable señalar que la
inflación no es mala per se. En un
contexto de crisis internacional, tener
una “inflación controlada” y que se sostiene sobre la base de la demanda es una
manera de atenuar los efectos externos garantizando, paralelamente, la estabilidad
del consumo en el orden interno. Sin
embargo, los profetas continúan su prédica sin reparar en los antecedentes
históricos; tal vez porque si echamos una mirada sobre la historia
descubriríamos cuánto daño han causado sus predicciones.
Las políticas que estos señores sugieren (sin dejar de
reconocer el retraso en la adopción de medidas al efecto por parte de la actual
administración) posibilitaron que en el
exterior existan 190 mil millones de dólares en cuentas bancarias de unos pocos argentinos. Cifra
que apalanca la recuperación económica de otros países, en vez de favorecer el
desarrollo de nuestra economía.
Los números son elocuentes,
solo cuando Argentina se despoje de la concepción bimonetaria, y muy pocos sigan
las profecías manipuladoras, podremos estar seguros que el neoliberalismo
perderá la batalla.
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