Es curioso contemplar, especialmente para aquellos que no
adscribimos a credos religiosos, la reacción de la mayor parte de la feligresía
ante la consagración de sus máximas autoridades. Uno no podía dejar de
preguntarse, mientras observaba atentamente el comportamiento de los
concurrentes a la Plaza San Pedro, cuál
era el fundamento sobre el que se asentaban tantas emociones, sonrisas, lágrimas
y festejos en el instante mismo en que el “humo blanco” anunciaba, a través de
sus chimeneas, la coronación de la nueva figura papal.
La alegría que desbordaba el ánimo de los fieles era, en
principio, contagiosa y ese contagio operaba aun a través de las imágenes
televisivas. ¡Estoy Feliz! Expresaba una señora que cuando se le preguntó el
porqué, añadió: ¡Porque tenemos nuevo Papa!
Desde la perspectiva de “un falto de fe” -o si se quiere, de
alguien que opta por la razón al momento de formular sus juicios- me
preguntaba: ¿Acaso el “viejo Papa”, Benedicto XVI, era alguien incapaz de
despertar la felicidad entre los que se dicen cristianos?
Es menester recordar que, los mismos integrantes del Consejo
Cardenalicio que eligieron, en su momento, a Joseph Ratzinger como la máxima autoridad
eclesiástica; son los que hoy han consagrado la figura de, el argentino, Jorge
Bergoglio. En consecuencia: ¿Qué nos hace suponer que las líneas sobre las que
se asienta férreamente la política del Vaticano, han de sufrir un nuevo trazo
de ahora en más?
¿Acaso una vez esparcido el flamante “humo bianco” se podrá
auscultar los motivos reales que
impulsaron al renunciamiento temprano de Benedicto XVI? ¿O la carismática
figura de Francisco I será capaz de echar un manto de olvido al respecto,
evitando de ese manera que la luz ilumine un pasado reciente que podría dejar “mal
parados” a muchos de los representantes del culto cristiano?
Éstos, y muchísimos otros interrogantes, serán develados (¿O
no?) con el transcurso del tiempo; sin embargo, asombra el fervor que genera la
esperanza infundada.
¡¡Maldita sea la
razón!! Que nos hace ver el lado “oscuro de las cosas”. Como por ejemplo,
el comportamiento nefasto, y reñido con la defensa de las garantías y
libertades individuales, que ha tenido en nuestro país la Iglesia Católica durante
el período dictatorial y donde el hoy ungido Papa no dejaba de ser un actor
relevante.
Tampoco podemos verter elogios sobre la publicidad de las “impurezas”
en materia religiosa ya que la práctica del ocultamiento ha sido un hábito de
nuestra Iglesia.
Sin embargo, llama poderosamente la atención la postura
crítica que ha observado Jorge Bergoglio en su carácter de arzobispo de Buenos
Aires sobre el gobierno de Kirchner y de Cristina Fernández.
Como no recordar entre otras cosas, la actitud de respaldo
al seminario denominado Consenso para el
Desarrollo realizado en la Universidad del Salvador por el año 2010 y donde
se concentró lo más granado del neoliberalismo argentino (Roque Fernández,
Roberto Dromi, Caro Figueroa, por citar algunos funcionarios menemistas, y
también otros como López Murphy, Manuel de la Sota, Francisco de Narváez, el
rabino Bergman) a los efectos de propiciar las mismas “recetas económicas” que
condujeron a la crisis más grande que asoló a nuestro país a lo largo de su
historia.
Es cierto que desde la cúpula del Vaticano se alentó y hasta
se promovió la concepción neoliberal como postura globalizadora, y el más claro
exponente en ese período fue sin lugar a dudas Juan Pablo II (sin ignorar que
Benedicto XVI continuó en la senda); pero eso no era obstáculo como para no
reparar en que las políticas que hubieran beneficiado a los más pobres consistían, precisamente, en aquellas que se
oponían al libre mercado.
Los argentinos, al menos la mayoría, sabemos muy bien que
una sociedad esculpida con el cincel del libre mercado está lejos de
convertirse en una obra de arte; excepto que estemos hablando del “arte del
terror”. Sin embargo el, entonces,
Cardenal Bergoglio lejos de desalentar
esa concepción terminó aglutinando y bendiciendo a la denominada “oposición” neoliberal
en la Argentina. A tal punto que, no pocas veces, en distintos medios se lo
llego a denominar el “jefe de la oposición”.
Como vemos, no es sencillo predecir el comportamiento futuro
de Francisco I, y mucho menos
desconociendo los condicionamientos que preexisten a su novel función.
Solo nos queda el anhelo de que bajo su égida no se promueva
una cruzada sobre los “Estados intervencionistas” o “populistas”, como gustan
llamarlos los “demócratas” que no respetan la decisión soberana de la voluntad
mayoritaria de los pueblos.
Quizá Francisco I abandone las sombras del pasado y se aboque
a la tarea de predicar la construcción de una iglesia mejor y, en virtud de
ello, de un mundo mejor.
Sinceramente anhelamos que así sea; pero, por el
momento, la razón nos impide embriagarnos de alegría antes de que ello suceda.
No obstante, si ocurre, una alegría fundada en la razón nos hará más felices; máxime
teniendo en cuenta que además el nuevo Papa es argentino.
Muy buena nota !!! Adrian de ciudadmelmac
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