“Dime de qué te jactas
y te diré tus defectos”
Sin duda el viejo proverbio árabe está más vigente que nunca
en la campaña política argentina. Basta observar lo que viene sucediendo en
estos últimos días con buena parte de los candidatos de “Cambiemos” para
corroborar que, a pesar de la longevidad de la mentada sentencia, su aplicación
sigue teniendo vigor.
Pues, cualquiera que haya observado medianamente la campaña
del “PRO” previo al descubrimiento del “affaire
Niembro” podrá recordar que en cada una de las apariciones televisivas o
radiales por parte de sus representantes, el argumento esbozado para “definir”
su propuesta consistía esencialmente en autoadjudicarse ser el partido de la
nueva política: desideologizado, de la transparencia, de la moral en el ejercicio de las funciones
y del respeto por la independencia de poderes; en fin, una suerte de
“republicanismo moral” que se ofrecía (Y aun se ofrece) a la ciudadanía para terminar con el
“infierno kirchnerista” que –según ellos- supo instalar a lo largo de la última
década el reinado de la corrupción y del relato. Expresión ésta (la del relato) que resulta un
poco incomprensible; es que imaginar que
la ciudadanía vota conforme a una suerte de “cuento de la realidad” y no
inspirada en la realidad misma es, cuando menos, una ingenuidad. Máxime si
tenemos en cuenta que el discurso oficial nunca contó con el apoyo de los
medios dominantes que, por el contrario, se han empeñado en fabricar toda clase
de “operaciones y artilugios mediáticos” para desprestigiar al gobierno. Y si
bien no alcanzaron su objetivo (concretamente reducir al mínimo el consenso
popular hacia la figura presidencial) ha sido precisamente porque del otro lado, había algo más que un “relato”. No obstante, es válido reconocer que, aun así,
han captado la voluntad de una significativa franja de la ciudadanía que se ha
dejado enrollar por la telaraña mediática.
Ahora bien, un vulgar ejercicio reflexivo sobre los últimos
acontecimientos políticos locales podrá ayudarnos a discernir hasta donde los
referentes de “Cambiemos” –y el periodismo que lo respalda- nos hablan con la
más absoluta honestidad y situados desde la tarima de la moral.
Por cierto, no vamos a discutir aquí hasta qué punto los
valores morales son fáciles de coronar en un sistema económico que consagra entre otras cosas el culto al
consumo y a la persecución del dinero como únicas fuentes de felicidad. Máxime
si entendemos que los valores morales no son necesariamente universales, ni son
susceptibles de aplicarse compulsivamente; sino que, en última instancia, no
dejan de ser una elección de conciencia. Pues, ajustarse a sus preceptos es una
decisión estrictamente personal. De ahí que como decía Alain “la moral nunca es para el prójimo”.
No obstante, y sin adentrarnos en discusiones metafísicas
que nos lleven a formularnos preguntas tales como: ¿Es el capitalismo un
sistema adecuado para promover valores morales?; es lógico demandar que nuestros
mandatarios desarrollen sus funciones atendiendo a los más elementales
criterios de honradez. Sin embargo, y aquí viene el interrogante: ¿Puede una
fuerza política que se dice “desideologizada” adecuar su conducta a determinados parámetros morales?
Si entendemos por ideología un conjunto de principios,
creencias o valores sobre los que se asienta nuestra manera de “ver el mundo” y
nuestro modo de actuar en consecuencia; pues, resulta difícil imaginar que
alguien que se jacte de carecer de ideología pueda tener en cuenta determinados
principios morales.
Un claro ejemplo de ello lo tuvimos en las PASO (Elecciones
primarias abiertas simultáneas y
obligatorias) desarrolladas en agosto del corriente año. Luego de salir
segundo en dichos comicios el líder del “PRO”, Mauricio Macri, pronunció un
discurso diamentralmente opuesto a lo que venía pregonando a lo largo de su
campaña electoral. Por cierto, en su intento por captar la simpatía de quienes no lo
votaron optó por abandonar -al menos públicamente- las propuestas que
impulsaba.
Esa actitud típicamente grouchiana de Macri (“Si no le gustan mis principios tengo otros”)
revela a las claras la ausencia de pruritos morales y, por ende, torna evidente
que, en el afán de la consecución de sus objetivos, no existen barreras de
ninguna índole, y no solo al momento de formular sus propuestas; sino también al
tiempo de ejecutar sus acciones. Convengamos que no es muy ético pregonar una cosa y a raíz de un resultado adverso, inmediatamente, proponer otra distinta.
Pero no carguemos solo las tintas sobre el líder del Pro a
quien ya conocemos lo suficiente. Al fin y al cabo, sus acompañantes también
tienen lo suyo. Basta recordar la actuación mediática desplegada por la
diputada Laura Alonso ante el trágico hecho de la muerte de un fiscal, donde intentando sacar provecho de esa
trágica situación, y procurando responsabilizar a la presidenta de la República
de lo ocurrido, sostuvo, a través de los medios, que en un encuentro que
mantuvo con el funcionario judicial antes de su deceso: “el fiscal me miró a los ojos y me dijo
Cristina ordenó todo” en referencia a la infundada denuncia por encubrimiento
de la que resultó falsamente acusada la primer mandataria. Claro que no se
hallaba sola en esa cruzada desestabilizadora, pues, estaba –partidariamente hablando- muy bien acompañada,
en sus propósitos amorales, por la saltimbanqui Patricia Bullrich y el no menos
acomodaticio rabino Bergman. Finalmente, un juez puso las cosas en su lugar, se
desbarató entonces la descabellada demanda y la representación mediática llego
a su fin. Sin embargo, el mero hecho de querer sembrar sospechas por simple
oportunismo político, nos brinda sólidos indicios del "talante moral" de estos
personajes.
O como aconteció recientemente cuando, a través de los
medios, el ex candidato a diputado Fernando Niembro se ufanaba de que su
partido (el PRO) iba a terminar con la corrupción estatal, a sabiendas de que,
por entonces, él mismo –representando a la sociedad que presidía- había firmado
más de un centenar de contratos con el estado porteño de manera irregular.
Algo semejante acaba de suceder, con el otro candidato de
“Cambiemos”, Eduardo Amadeo, que hace una semana en un programa televisivo
alegaba, en su propósito por resguardar la imagen del PRO, que “jamás hubiere hecho lo de Niembro”;
afirmando luego enfáticamente: “nunca
hice un contrato con el Estado. No
tengo nada que ver con el gobierno”. Y resultó ser que el gobierno de la
Ciudad le concedió subsidios desde el año 2008 (en verdad, 44 convenios y
subsidios, de los cuales solo 4 fueron publicados en el Boletín Oficial)) por
más de $ 4.500.000- a su Asociación Civil Observatorio Social y a su Asociación
Argentina de Políticas Sociales. Estos mismos personajes, integrantes de la
nueva política, son los que veíamos en los medios cuestionar la asignación de
subsidios a los sectores más vulnerables y, simultáneamente, los mismos que
endilgaban al gobierno nacional la calificación de corrupto. Si bien irrita
observar cómo se desentienden de la responsabilidad que les corresponde por los
hechos enunciados; lo que más indigna, en realidad, es el ejercicio abusivo que
hicieron de su “discurso moralizador” y la negación sistemática de la
inmoralidad de sus actos. Así por ejemplo, el candidato a diputado Eduardo
Amadeo publico en Twitter “esta es una de
las tantas operaciones que van a ser el común denominador de acá a octubre”. Intentando
tomar por idiotas a los ciudadanos argentinos: Como si los 44 contratos y subsidios no existiesen.
Pero por más que le disguste al referido candidato, están
saliendo a la luz una pluralidad de ilícitos donde muchos de ellos ya no son
simples denuncias; sino procesos judiciales en curso con pruebas fehacientes
(no invenciones mediáticas) que involucran al Jefe de gobierno y algunos de sus
ministros (ver eldestapeweb.com). Es decir que se trata de denuncias fundadas,
susceptibles de ser demostradas y corroboradas en el ámbito de la justicia; a
diferencia de las que suelen formular los Lanata, Carrio u Ocaña que, como bien se pudo
apreciar, no suelen estar presentes cuando se trata de denunciar hechos reales
y concretos. ¿Será porque en este caso,
además de ser reales, afectan a sus aliados? Esto me trae a la memoria una
frase muy empleada en la década de los noventa; período signado por un sinnúmero de
“irregularidades”: “Negociados son los
que hacen los otros; en cambio, negocios son los nuestros” decían los
políticos neoliberales de aquél entonces. En verdad, tamaños procederes no deberían
sorprendernos, pues, muchos de los devotos del menemismo y de la UCD -fuerza
política de los históricos alzogaray- han recalado en la nave del Pro. Esa gigantesca
embarcación que alberga a los despojados de principios y a los nostálgicos del
pensamiento único que pugnan por apropiarse nuevamente de las arcas del estado.
Pero más allá del recuerdo, aquí vemos a las claras que
alguna utilidad tiene la ideología; no para ser dogmáticos; pero sí para tener
parámetros de referencia al momento de desarrollar conductas y adoptar
decisiones. No es lo mismo un funcionario que en su escala de valores tenga por
principio el bienestar de las personas que no lo tenga. No es igual tener un
ministro de economía que priorice por sobre todo la mejora de la condición
humana a tener uno que solo tenga en cuenta el “riesgo país” o la libertad de
los mercados. Sin dudas, los principios, aunque en apariencia no existan,
también juegan un papel importante en la configuración de las sociedades. No por casualidad en la década de los noventa, se nos "vendía" la muerte de las ideologías.
Bien lo expresaba un pensador alemán del siglo XIX, “los
valores no son, sino que valen”; y por cierto, valen en tanto le asignemos
valor. Y si en alguna medida como
destaca un profesor argentino “entendemos por valor aquello que en una sociedad
determinada se valora”, es tiempo entonces de desvalorar a los pro-motores de la nueva política. Para
dar lugar a los verdaderos principios que deben orientar todo accionar
político.
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