Tal vez una de las notas más características del perverso es
la recurrente utilización de la mentira; en su afán de alcanzar sus propósitos
no desiste de apelar a ella cada vez que lo necesite. De ahí que el perverso se
encuentre siempre navegando a gusto sobre el inmenso mar de la falacia y, por
el contrario, comience a percibir cierto grado de perturbabilidad cuando los
vientos de la verdad empiezan a agitar las aguas.
Ahora bien, el perverso nunca incorpora en su “mirada” un
cierto grado de respeto por el prójimo; pues, jamás visualiza al “otro” como un
fin en sí mismo; sino que siempre reduce a los demás a la condición de medios.
Es decir, no los trata como sujetos, su función es precisamente “cosificarlos”.
Esto es, convertirlos en cosas susceptibles de ser utilizadas para alcanzar su
objetivo.
Es evidente que pretender erradicar la perversidad en el
género humano no deja de ser una utopía; en cambio, sí es factible establecer
-al menos en el terreno cultural- como un disvalor las acciones perversas que,
eventualmente, puedan desarrollarse en el seno de una sociedad. Hecho que, por
cierto, redundará en beneficio de todos los miembros de la comunidad en
cuestión.
Alguien podría aducir que el capitalismo moderno es, de alguna forma, portador del “virus de
la perversión” ya que al premiar el éxito
-indisolublemente asociado a los logros materiales- por sobre todas las cosas, no
solo condena al ostracismo el accionar absolutamente desinteresado; sino que en
su afán exitista estimula la supresión de todo tipo de barreras morales
colocando, de ese modo, en un mismo plano de igualdad a la verdad y la mentira.
Ya no se trata de alcanzar el éxito transitando el camino de
la honestidad. Pues para que hacerlo, diría el malicioso, si al fin de cuentas el atajo de la mentira nos conduce más
rápidamente a la meta, y una vez consumado ese propósito (esto es, “el éxito”)
nadie va a reparar en el camino elegido.
Ahora bien, la actitud del perverso individual es por demás
dañina (y no solo en el orden material, sino en todos los órdenes) para
aquellos que, de una forma u otra, mantengan o establezcan cierto grado de
relación con su persona. Máxime si tenemos en cuenta que el perverso, a través
de la mentira, es un verdadero especialista en el arte de ocultar e
invisibilizar su perversidad.
Lo trágico es que esta característica, en principio,
aplicable a determinados comportamientos humanos ha dado lugar, con el
desarrollo de las sociedades modernas, a un nuevo tipo de perversión que ya no se configura en cabeza de una persona
individual; sino que responde a la “voluntad” de grandes conglomerados
mediáticos que utilizan la perversidad
para condicionar la forma de “ver el mundo” de significativas franjas de la
población ocultando sus maliciosos propósitos.
Por cierto, el daño que ocasionan es infinitamente mayor porque
los efectos de su perversidad se expanden sobre una enorme red comunicacional
(televisiva, radial y gráfica) cuyo objeto consiste en hacer creer a la
población que la información brindada descansa sobre la “más pura” realidad.
Esta nueva modalidad de perversión
comunicacional en los hechos no es
novedosa; sino que, por el contrario, hace décadas que se viene desarrollando.
La diferencia esencial radica en que, en otros tiempos, ese proceder malicioso
permanecía oculto a los ojos de la ciudadanía en general; mientras que en la actualidad
para un número no menor ciudadanos se ha tornado notoriamente visible.
El reciente artículo publicado en el diario “Clarín” donde
se sostiene que el hijo de la Presidente, Máximo Kirchner, “sería” titular de
una cuenta en el exterior donde se hallaban depositados unos 41 millones de
dólares es una muestra más de la perversidad periodística.
No solo por la falsedad de la información que lleva a
suponer fehacientemente que se trata de un “deleznable invento comunicacional”;
sino porque aun imaginando que se trate de un artículo redactado de “buena fe”
la ausencia de verificación previa de los datos publicados revela un desapego
absoluto por los más elementales principios de la ética periodística.
Claro que la perversidad y la ética transitan por senderos
distintos y al parecer no son pocos los periodistas de los grandes grupos
comunicacionales que tienen una manifiesta aversión por atravesar el último de
los caminos.
Ahora resulta que se “habría” descubierto una cuenta de la
ex ministra de Seguridad, “Nilda Garré que manejaría esa
cuenta en el Felton y dos en el banco Tejarat de Irán y ayer
informó que en la cuenta del banco de EE.UU. figurarían también “un ex diputado provincial de Santa Cruz y un
importante kirchnerista (Máximo)”.
La "lógica" del artículo es extremadamente burda, se pretende
asociar de alguna manera -con el solo objeto de reflotar la injustificable y
fabuladora denuncia de Nisman- cierto vínculo financiero con un banco iraní
además del Banco Felton de Delaware (EEUU) y, paralelamente, “ensuciar” la figura del
hijo de la presidente portador de una supuesta cuenta con varios millones de
dólares de proveniencia desconocida.
Para luego, exigir que el denunciado por los fondos secretos
“le pida a los EEUU que levante el secreto bancario” para demostrar que no
tiene cuenta.
Esto que en derecho
se denomina la inversión de la carga de la prueba. Pues, ya no es el
denunciante el que debe fundamentar la denuncia; al parecer desde ahora el
denunciado debe mostrar “ser inocente” ante meras presunciones o imputaciones
sin sustento o directamente ante falsas denuncias como aconteció con la
presentada por Nisman, fruto de hipótesis hilvanadas en el telar de la
subjetividad.
Lo cierto es que lo relevante ya no es el contenido de la
denuncia, esta podrá ser -y hay varios ejemplos al respecto- absolutamente
falaz; lo significativo es que le resulte funcional a la “prensa
independiente” de forma tal que puedan mancillar el buen nombre del denunciado
(generalmente aquellos que no comulgan con los intereses corporativos) y en lo
posible degradar su figura para tornarla inviable en el terreno político local.
Atendiendo a estos deleznables procedimientos, es lógico
preguntarse por ejemplo y en referencia al mencionado artículo: ¿Puede alguien que carezca de una cuenta bancaria (es decir no ser
cliente de la mentada entidad) exigir a un banco que levante el secreto
bancario?
Y aun siendo cliente, ¿Puede un banco apartarse de su
reglamentación en virtud de un pedido personal
y configurar de ese modo un precedente que puede ocasionarle más de un
problema a futuro?
Evidentemente no, pues, lo que se pretende es que alguien (como al
parecer ya están impulsando algunos de los miembros de la “oposición”) es
iniciar una demanda judicial -otra vez acudir al “impoluto” poder republicano- basada en una "nota periodística"
para que la cuestión se dilucide en un futuro lejano y de ese modo aprovechar
el corto período preelectoral para descalificar a los candidatos del
oficialismo al amparo de una denuncia falaz que pueda repetirse
insistentemente a través de los grandes
monopolios comunicacionales.
Sin duda, si una franja significativa de la ciudadanía
reparase en estos detalles la perversidad
periodística vería acotado su margen
de maniobra. Sin embargo, y por desgracia, no son pocos los que no practican el ejercicio de análisis mental y en consecuencia terminan siendo víctimas del
engaño, lo que de por sí no es una cuestión menor. Y para peor, terminan
convirtiéndose involuntariamente en agentes propagadores de la información
falaz al repetirla cual si fuese certera.
Lo cierto es que esos lectores, radioescuchas o televidentes
no se percatan que los grandes “monstruos” comunicacionales los utilizan como
un medio para alcanzar sus ocultos propósitos. Ya no los conciben como sujetos
de derecho a una información veraz; sino que se los cosifica a los efectos de
ser utilizados mediante la manipulación de la información. En concreto, se los
subestima. Y, paradójicamente, todavía siguen consumiendo noticias reñidas con la
verdad. Cualquier observador foráneo podría considerarlos como devotos del masoquismo, adherentes al lema "mentime que me gusta". Sin embargo, no es tan así. Pues, a excepción del lector gorila -entendiendo por tal la
perfecta definición brindada por Horacio Gonzalez: “Gorila es todo aquel que en
nombre de un prejuicio se niega a pensar”- , el resto de los asiduos seguidores
de los monopolios informativos suelen
ser engañados no ya en virtud de un “prejuicio”, sino como consecuencia de no desmenuzar
lógicamente la información.
Romper con la ausencia de lógica es una tarea
pendiente, si bien ya mucho se ha logrado. Cuando ello suceda, las prácticas
perversas desaparecerán del terreno mediático y con ello “el coro de fariseos”
que a diario observamos en los tradicionales medios de comunicación.
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