A escasos dos meses de la muerte del fiscal Nisman la situación lejos de
esclarecerse cada vez se torna más confusa. No obstante, el manto de sospecha
que pretendió instalarse sobre la responsabilidad del gobierno en lo
concerniente a la “muerte dudosa” -tal cual se halla caratulada la causa
judicial- se ha desvanecido por completo y solo aquellos que manifiestan un odio visceral hacia la gestión
presidencial pueden seguir sembrando algún tipo de vacilación al respecto.
Por cierto, a excepción de los incautos consuetudinarios y
los abanderados del prejuicio, pocos pueden desconocer que esas “dudas” son el
resultado de una construcción mediática cuyo propósito genuino se orienta a mancillar la
reputación del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Claro que en el lento
proceso del desarrollo de las investigaciones judiciales van saliendo a la luz
una serie de cuestiones que sin tener relación directa con la causa, son de
suma utilidad para debilitar aquellas expresiones que, a través de los medios
de comunicación, se han vertido con la firme intención de “construir” una
imagen heroica del fallecido fiscal.
Evidentemente la línea fronteriza entre la vida privada y la
vida pública de un funcionario siempre es lo suficientemente delgada; de ahí
que en ocasiones se torne absolutamente imperceptible.
Es obvio que la vida particular de toda persona no debe ser
visibilizada bajo el prisma de la moral, como bien lo recordaba Alain: “la moral
nunca es para el prójimo”, ya que ser moral es ocuparse de su propio deber.
Y lejos de nuestro ánimo esta convertirnos en “moralistas”,
esto es, en ocuparnos del deber de los demás. Por el contrario, nos acogemos al
principio de reserva que sabiamente consagra nuestra propia Constitución: “las acciones privadas de los hombres que
de ningún modo ofendan al orden, ni a la
moral pública, ni perjudiquen a un tercero están solo reservadas a Dios y
exentas de la autoridad de los magistrados”.
Ahora bien, cuando esas acciones guardan, así fuere, un
mínimo de relación con la ética pública la cuestión es absolutamente
distinta. Y esto es lo que acaba de despuntar a raíz de la disputa que vienen
sosteniendo la parte querellante representada por la ex esposa del fiscal y el
representante legal del único imputado en la mencionada causa.
Para aquellos que oportunamente se sorprendieron con la
denuncia formulada por el fiscal -nos referimos al Memorando de Entendimiento
con Irán y la sospecha de “encubrimiento”- y que una vez conocido su contenido
demostró ser una “cáscara vacía” pero de
estridente ruido mediático (que no solo terminó ocasionando una convulsión
institucional injustificadamente; sino que dañó la imagen de nuestro país en el
exterior deteriorando, prima facie,
la gestión gubernamental y el reconocido prestigio internacional alcanzado legítimamente
en materia de derechos humanos); contemplar ahora, y retrospectivamente, las
notorias irregularidades en el proceder del extinto representante del
ministerio público resulta extremadamente repulsivo.
Ya que no solo impulsó una denuncia inconsistente, que por
otra parte se contradecía con otros de sus escritos, lo que determina cierto
recelo sobre su grado de escrupulosidad; sino que además no vaciló en utilizar
los fondos específicamente destinados a la investigación para beneficio
personal o para vacacionar en las playas del Caribe durante los días de
cumplimiento de su labor.
Es ostensible que el comportamiento del ex fiscal, luego de
salir a la luz estas cuestiones, además de evidenciar una irresponsabilidad
manifiesta; pone en evidencia una suerte de doble personalidad del fenecido
funcionario. Una especie de Jano bifronte que irremediablemente terminó
fagocitando su frágil y precaria “credibilidad”.
Sin embargo, más nauseabundo resulta observar de qué manera
el conglomerado mediático opositor intentó instalar en la población argentina
la idea de heroicidad del ex funcionario judicial. Contrastando la figura del
supuesto “héroe” benefactor (hasta
convertirlo, entre otras cosas, en el símbolo de la “Justicia” -en verdad de la
“ortodoxia judicial- en su enfrentamiento
contra el gobierno) que aparecía en escena para rescatar a la “República” de
las garras del “corrupto y nefasto” Poder Ejecutivo.
Si uno hiciere un ejercicio teórico e imaginase que la crisis
provocada por “semejante denuncia” hubiere surtido el efecto que algunos medios
motorizaban y anhelaban, no es disparatado suponer -al menos en otros tiempos, hubiese sido
factible- que el culto al “héroe” habría alcanzado su objetivo. Esto es:
deponer al gobierno.
Ahora bien no sucedió, pero eso es una prueba más que
suficiente para comprobar la magnitud del poder que concentran los medios de
comunicación y como una franja no menor de la población es propensa a “comprar
espejitos de colores” sin cuestionarse un instante respecto a la ausencia de
valor. Sería de mucha utilidad que aquellos asistentes de buena fe a la marcha
del 18 de febrero y que portaban carteles con la leyenda “Yo soy Nisman” reflexionaran al respecto para no caer en las
trampas de la manipulación mediática.
Nadie pretende que se “conviertan” en kirchneristas o que se
identifiquen con “los cabecitas negras”, pero tampoco es cuestión de que se
conviertan en “ciudadanos sin cabeza” manipulables desde la denominada “caja
boba”; puesto que la salud de la república de la que tanto hablan “los medios
opositores” -y poco aporte realizan al efecto- se garantiza en el pensar, en el
discutir con fundamento, en no aferrarse
a consignas prefabricadas deliberadamente por algunos medios de comunicación.
Causa auténtico estupor leer en Página 12 del domingo pasado
(22/03/2015) la nota de Horacio Verbitsky cuando transcribe algunas de las
dolorosas expresiones de Diana Wassner de Malamud; en una de ellas sostiene lo
siguiente:
“Siempre dije que la
causa AMIA sólo sirvió para enriquecer a muchos, que han vivido de esta causa a
través de estos 21 años. Hemos visto, como en un desfile de modas, personajes
que pasaron a vestirse con trajes de seda. Hemos visto a Nisman, junto a [la abogada
de la DAIA Marta] Nercellas y a [su director general Alfredo] Neuburger, en
reuniones de gente acomodada, juntar dinero para ‘la causa’. Demasiados se
llenaron los bolsillos y salieron de fiesta. Nisman fue uno más, y pese a que
denunciamos su incapacidad para llevar adelante esta causa, nadie hizo nada.
Uno se viene a enterar ahora que entregar la mitad del sueldo es una práctica
‘usual’. Es más que lamentable, es abuso de poder y un delito. Lástima que ya
no pueda ocupar un lugar en el banquillo de los acusados del encubrimiento”.
Mientras tanto, Diana como muchos otros siguen a la espera
del esclarecimiento de la causa AMIA; por cierto, cada vez con menos esperanzas
y para peor con el agravante de ver utilizada la misma con intencionalidades
ajenas a sus propósitos de obtener justicia.
Por cierto, los
devotos del Dios Jano guardan silencio respecto de las irregularidades
cometidas por el ex fiscal. Algunos hasta continúan convocando a “movilizaciones
públicas” en homenaje al extinto funcionario judicial y pronunciando discursos
en su homenaje en plazas públicas cada vez más despobladas. Es curioso no haber
escuchado a Nelson Castro, uno de los reivindicadores del fiscal y promotor de
los homenajes a su persona, decir palabra alguna sobre el proceder de Nisman en
su manejo discrecional de los fondos públicos; al parecer esos detalles son
irrelevantes a su criterio.
El doctor especializado en el “síndrome de Hubris”, la “enfermedad
de los que creen saberlo todo” según se sostiene, padece para su suerte -sino
estaría afectado por el síndrome- de un “saber fragmentario” destinado a
criticar (la mayoría de las veces distorsionando los hechos) solo los actos de gobierno. Aunque quizá sería
bueno que repare en el origen del término que proviene del griego “hybris” y
significa “desmesura”; tal vez entonces se disponga a reflexionar sobre su
constante apología del ex fiscal y observe las extralimitaciones en el manejo
de los fondos públicos.
Ni hablar de las “marionetas opositoras” -entre otras: Patricia
Bullrich, Laura Alonso- que durante días nos hablaban de la “integridad moral” del
fiscal; excepto “lilita” Carrió que salió a comparar a Nisman con Churchill
diciendo “yo me acuerdo de Churchill que era borracho, salía con mujeres y era
aventurero (claro que no menciona que lo hizo con fondos propios) pero salvo a
Europa del nazismo”. Siguiendo con el mendaz, inverosímil y sutil argumento de
comparar un gobierno democrático (el de Cristina Fernández) con el régimen nazi;
“lógica” que solo puede tener lugar en una cabeza desprovista de neuronas o, en
su defecto, de un odio entrañable.
No obstante, la hoy principal aliada de Macri ya nos tiene
acostumbrados a comparar “peras con melones” en su propósito de confundir las
cosas.
De todas maneras, debemos confesar que nos cuesta imaginarnos
a un Churchill visitar la embajada estadounidense para subordinar los intereses
británicos a las necesidades geopolíticas americanas; tal vez es más sencillo
imaginarlo discutir en un plano de igualdad.
Pero en fin, los tiempos cambian y al parecer “los
salvadores” del futuro (entre ellos buena parte de los opositores locales)
comprenden que podrán beber, salir con mujeres y ser aventureros pero eso sí, “para
salvar a la patria” es menester concurrir a “la Embajada”.
Pues, por eso nunca ha sido tan apropiado recordar aquella
vieja y saludable expresión que reza: “Dios nos libre de los salvadores”.
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