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lunes, 23 de marzo de 2015

Los devotos del dios Jano no hablan de ciertas cosas.






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A escasos dos meses de la muerte  del fiscal Nisman la situación lejos de esclarecerse cada vez se torna más confusa. No obstante, el manto de sospecha que pretendió instalarse sobre la responsabilidad del gobierno en lo concerniente a la “muerte dudosa” -tal cual se halla caratulada la causa judicial- se ha desvanecido por completo y solo aquellos que manifiestan un odio visceral hacia la gestión presidencial pueden seguir sembrando algún tipo de vacilación al respecto.
Por cierto, a excepción de los incautos consuetudinarios y los abanderados del prejuicio, pocos pueden desconocer que esas “dudas” son el resultado de una construcción mediática cuyo  propósito genuino se orienta a mancillar la reputación del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
 Claro que en el lento proceso del desarrollo de las investigaciones judiciales van saliendo a la luz una serie de cuestiones que sin tener relación directa con la causa, son de suma utilidad para debilitar aquellas expresiones que, a través de los medios de comunicación, se han vertido con la firme intención de “construir” una imagen heroica del fallecido fiscal.
Evidentemente la línea fronteriza entre la vida privada y la vida pública de un funcionario siempre es lo suficientemente delgada; de ahí que en ocasiones se torne absolutamente imperceptible.
Es obvio que la vida particular de toda persona no debe ser visibilizada bajo el prisma de la moral, como bien lo recordaba Alain: “la moral nunca es para el prójimo”, ya que ser moral es ocuparse de su propio deber.
Y lejos de nuestro ánimo esta convertirnos en “moralistas”, esto es, en ocuparnos del deber de los demás. Por el contrario, nos acogemos al principio de reserva que sabiamente consagra nuestra propia Constitución: “las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden, ni a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero están solo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados”.
Ahora bien, cuando esas acciones guardan, así fuere, un mínimo de relación con la ética pública la cuestión es absolutamente distinta. Y esto es lo que acaba de despuntar a raíz de la disputa que vienen sosteniendo la parte querellante representada por la ex esposa del fiscal y el representante legal del único imputado en la mencionada causa.
Para aquellos que oportunamente se sorprendieron con la denuncia formulada por el fiscal -nos referimos al Memorando de Entendimiento con Irán y la sospecha de “encubrimiento”- y que una vez conocido su contenido demostró ser  una “cáscara vacía” pero de estridente ruido mediático (que no solo terminó ocasionando una convulsión institucional injustificadamente; sino que dañó la imagen de nuestro país en el exterior deteriorando, prima facie, la gestión gubernamental y el reconocido prestigio internacional alcanzado legítimamente en materia de derechos humanos); contemplar ahora, y retrospectivamente, las notorias irregularidades en el proceder del extinto representante del ministerio público resulta extremadamente repulsivo.
Ya que no solo impulsó una denuncia inconsistente, que por otra parte se contradecía con otros de sus escritos, lo que determina cierto recelo sobre su grado de escrupulosidad; sino que además no vaciló en utilizar los fondos específicamente destinados a la investigación para beneficio personal o para vacacionar en las playas del Caribe durante los días de cumplimiento de su labor.
Es ostensible que el comportamiento del ex fiscal, luego de salir a la luz estas cuestiones, además de evidenciar una irresponsabilidad manifiesta; pone en evidencia una suerte de doble personalidad del fenecido funcionario. Una especie de Jano bifronte que irremediablemente terminó fagocitando su frágil y precaria “credibilidad”.
Sin embargo, más nauseabundo resulta observar de qué manera el conglomerado mediático opositor intentó instalar en la población argentina la idea de heroicidad del ex funcionario judicial. Contrastando la figura del supuesto “héroe” benefactor  (hasta convertirlo, entre otras cosas, en el símbolo de la “Justicia” -en verdad de la “ortodoxia judicial-  en su enfrentamiento contra el gobierno) que aparecía en escena para rescatar a la “República” de las garras del “corrupto y nefasto” Poder Ejecutivo.
Si uno hiciere un ejercicio teórico e imaginase que la crisis provocada por “semejante denuncia”  hubiere surtido el efecto que algunos medios motorizaban y anhelaban, no es disparatado suponer  -al menos en otros tiempos, hubiese sido factible- que el culto al “héroe” habría alcanzado su objetivo. Esto es: deponer al gobierno.
Ahora bien no sucedió, pero eso es una prueba más que suficiente para comprobar la magnitud del poder que concentran los medios de comunicación y como una franja no menor de la población es propensa a “comprar espejitos de colores” sin cuestionarse un instante respecto a la ausencia de valor. Sería de mucha utilidad que aquellos asistentes de buena fe a la marcha del 18 de febrero y que portaban carteles con la leyenda “Yo soy Nisman”  reflexionaran al respecto para no caer en las trampas de la manipulación mediática.
Nadie pretende que se “conviertan” en kirchneristas o que se identifiquen con “los cabecitas negras”, pero tampoco es cuestión de que se conviertan en “ciudadanos sin cabeza” manipulables desde la denominada “caja boba”; puesto que la salud de la república de la que tanto hablan “los medios opositores” -y poco aporte realizan al efecto- se garantiza en el pensar, en el discutir con fundamento, en no  aferrarse a consignas prefabricadas deliberadamente por algunos medios de comunicación.
Causa auténtico estupor leer en Página 12 del domingo pasado (22/03/2015) la nota de Horacio Verbitsky cuando transcribe algunas de las dolorosas expresiones de Diana Wassner de Malamud; en una de ellas sostiene lo siguiente:
“Siempre dije que la causa AMIA sólo sirvió para enriquecer a muchos, que han vivido de esta causa a través de estos 21 años. Hemos visto, como en un desfile de modas, personajes que pasaron a vestirse con trajes de seda. Hemos visto a Nisman, junto a [la abogada de la DAIA Marta] Nercellas y a [su director general Alfredo] Neuburger, en reuniones de gente acomodada, juntar dinero para ‘la causa’. Demasiados se llenaron los bolsillos y salieron de fiesta. Nisman fue uno más, y pese a que denunciamos su incapacidad para llevar adelante esta causa, nadie hizo nada. Uno se viene a enterar ahora que entregar la mitad del sueldo es una práctica ‘usual’. Es más que lamentable, es abuso de poder y un delito. Lástima que ya no pueda ocupar un lugar en el banquillo de los acusados del encubrimiento”.  
Mientras tanto, Diana como muchos otros siguen a la espera del esclarecimiento de la causa AMIA; por cierto, cada vez con menos esperanzas y para peor con el agravante de ver utilizada la misma con intencionalidades ajenas a sus propósitos de obtener justicia.  
Por cierto,  los devotos del Dios Jano guardan silencio respecto de las irregularidades cometidas por el ex fiscal. Algunos hasta continúan convocando a “movilizaciones públicas” en homenaje al extinto funcionario judicial y pronunciando discursos en su homenaje en plazas públicas cada vez más despobladas. Es curioso no haber escuchado a Nelson Castro, uno de los reivindicadores del fiscal y promotor de los homenajes a su persona, decir palabra alguna sobre el proceder de Nisman en su manejo discrecional de los fondos públicos; al parecer esos detalles son irrelevantes a su criterio.
El doctor especializado en el “síndrome de Hubris”, la “enfermedad de los que creen saberlo todo” según se sostiene, padece para su suerte -sino estaría afectado por el síndrome- de un “saber fragmentario” destinado a criticar (la mayoría de las veces distorsionando los hechos)  solo los actos de gobierno. Aunque quizá sería bueno que repare en el origen del término que proviene del griego “hybris” y significa “desmesura”; tal vez entonces se disponga a reflexionar sobre su constante apología del ex fiscal y observe las extralimitaciones en el manejo de los fondos públicos.  
Ni hablar de las “marionetas opositoras” -entre otras: Patricia Bullrich, Laura Alonso- que durante días nos hablaban de la “integridad moral” del fiscal; excepto “lilita” Carrió que salió a comparar a Nisman con Churchill diciendo “yo me acuerdo de Churchill que era borracho, salía con mujeres y era aventurero (claro que no menciona que lo hizo con fondos propios) pero salvo a Europa del nazismo”. Siguiendo con el mendaz, inverosímil y sutil argumento de comparar un gobierno democrático (el de Cristina Fernández) con el régimen nazi; “lógica” que solo puede tener lugar en una cabeza desprovista de neuronas o, en su defecto, de un odio entrañable.  
No obstante, la hoy principal aliada de Macri ya nos tiene acostumbrados a comparar “peras con melones” en su propósito de confundir las cosas.
De todas maneras, debemos confesar que nos cuesta imaginarnos a un Churchill visitar la embajada estadounidense para subordinar los intereses británicos a las necesidades geopolíticas americanas; tal vez es más sencillo imaginarlo discutir en un plano de igualdad.
Pero en fin, los tiempos cambian y al parecer “los salvadores” del futuro (entre ellos buena parte de los opositores locales) comprenden que podrán beber, salir con mujeres y ser aventureros pero eso sí, “para salvar a la patria” es menester concurrir a “la Embajada”.  
Pues, por eso nunca ha sido tan apropiado recordar aquella vieja y saludable expresión que reza: “Dios nos libre de los salvadores”.  

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