La década del 90 constituyó un período muy particular en lo
que respecta al desmoronamiento de los valores colectivos, pues, precisamente
ensalzó hasta el paroxismo la necesidad de “pensar” en primera persona (el
culto al “Yo”) y bajo un ropaje de eficientismo,
que consistía esencialmente en multiplicar riquezas, promovió la competencia de
unos contra otros disolviendo, de ese modo, todo lazo de solidaridad
comunitaria. Por cierto, mientras unos pocos
“multiplicaban” sus riquezas, una gran mayoría “dividía” sus ingresos hasta
tornarlos casi irrelevantes. Lo cierto fue que eso no resultó objeto de
preocupación alguna, tampoco inquietaba el hecho de saber que unos cuantos desocupados no
tenían absolutamente nada para dividir, después de todo el problema “no era de
uno” y, por aquél entonces, el principio rector que supo guiar el
comportamiento ciudadano se expresaba en el conocido lema: “sálvese quien pueda”.
De forma tal que, desde aquella perspectiva, se fue
legitimando el ejercicio del individualismo sin reparar en la existencia del
“otro”; hecho éste que, entre otras cuestiones, posibilitó que una minoría
incrementase exponencialmente, y sin el más mínimo escrúpulo, sus recursos
patrimoniales. Así, mientras tanto, se configuró la falaz creencia de que el
individuo, en forma aislada, era el responsable exclusivo de sus fracasos o de
sus eventuales logros.
No por azar, fue una etapa signada por la proliferación de
los libros de autoayuda donde la referencia sistemática estribó en poner el
acento en el “Tú puedes” o en el “solo de ti depende”; como si la sociedad donde desarrollamos nuestra
existencia no incidiera en lo más mínimo sobre nuestro destino.
Lo concreto es que focalizando en el “Yo” la responsabilidad
directa de todo lo que nos acontecía, no solo se disolvía todo compromiso
social sino que, a su vez, se aventaba toda posibilidad de reclamar al Estado
su necesaria intervención para promover el bienestar generalizado de los
miembros de la comunidad.
De ese modo, la visión de la existencia terminó siendo
absolutamente “descontextualizada”, pues, el individuo ya no debía reparar en
el contexto en el que se desenvolvía, ni esperar nada de él; pues, simplemente debía
centrarse únicamente en sí mismo o en su
relato unipersonal como diría un declarado partidario del posmodernismo.
Paralelamente, y ya incursionando en el plano tecnológico
-faceta que, por otra parte, no solo genera modalidades de comportamiento, sino
que condiciona la manera de “ver” las cosas-, la aparición de la televisión por cable
instaló, control remoto mediante, una cultura muy particular en la mayoría de
los televidentes que, curiosamente, terminó reforzando la visión
descontextualizada de la realidad.
Nos referimos a “la cultura del zapping” que no es otra cosa
que una sucesión de saltos sin rumbo que nos permite consumir imágenes
aisladamente, forjándonos, de ese modo, una idea distorsionada de lo que
estamos viendo por no estar enmarcada dentro de un contexto.
La incidencia de esta cultura induce, si bien no en términos
absolutos, al televidente a deslizarse sobre “las delgadas superficies” sin
reparar en las profundidades. Posibilitando con ello un “pensamiento” despojado
de análisis y comparaciones que, lejos de facilitar la comprensión, conduce a
oscurecer la facultad interpretativa.
Evidentemente esta práctica que se catapultó a finales del
siglo XX fue modelando, a su vez, la estructura de una pluralidad de programas
“periodísticos” que bajo la ausencia de rigor informativo procuraron no solo captar
la atención de los televidentes; sino que lograron instalar “creencias” que de
ser examinadas con un mínimo de rigurosidad no hubieren llegado a convertirse
en “las verdades” del momento.
Lo curioso es que actualmente, y habiendo transcurrido más
de una década de este nuevo siglo, todavía persistan en el escenario televisivo
un cúmulo de programas de ese tenor que, deslizándose a los saltos sobre “distintas
superficies”, terminan negando al televidente la posibilidad de informarse en forma seria sobre lo que acontece, suprimiendo, en consecuencia, toda
expectativa de análisis reflexivo. Lo peor del caso es que, y ante la
proximidad de las elecciones presidenciales del año entrante, dichos programas se
autocalifiquen como promotores del
“debate” para el esclarecimiento ciudadano; cuando en los hechos lo que
hacen es negarlo, obstaculizando la discusión seria, promoviendo la “opinión
ligera” y carente de los más elementales argumentos.
En uno de estos programas, “Intratables”, que se emite por
América TV -emisora que, por otra parte, apoya deliberadamente las aspiraciones
del líder del “Frente Renovador”, Sergio Massa- y que cuenta con un abundante
panel de opinadores, más empeñados en hablar de lo que desconocen que en
esforzarse por interiorizarse del tema sobre el que opinan, se viene
desarrollando la “sutil” tarea de cuestionar al gobierno desde “el no saber”.
Sentando, de ese modo, apreciaciones que, al no corresponderse con la realidad,
terminan desinformando al espectador que confía en ellas.
Así, por ejemplo, sus invitados mayoritariamente opositores
al gobierno kirchnerista se pueden dar el lujo de manifestar cualquier “disparate”
y ver corroborados esos “argumentos” por el panel en cuestión como si fuesen
verdades dignas de reconocerse. Ya sea por ignorancia, o por compromiso con la
concepción política que expresa la emisora, la casi totalidad de los miembros
del panel se aviene a acompañar sin el más mínimo análisis las posturas
opositoras. Sea avalando lo que aseveran desde el desconocimiento u omitiendo
refutar las imprecisiones del interlocutor de turno.
Una clara demostración de esto que estamos puntualizando ha
sido, entre otras, las expresiones vertidas por uno de sus invitados de la semana pasada.
Nos referimos a Ernesto Tenembaum, “periodista independiente” -como tantos de
los que trabajan para el Grupo “Clarín”, grupo éste que, al parecer, se ha
convertido en el “semillero de periodistas independientes”- quien cuestionó al gobierno por sus “falencias”
en política energética.
Pues, sin dar demasiados detalles, adujo que la ineficiencia
del gobierno en materia de energía le recordaba la decisión del Gral. Perón de
no apostar, en su momento, por la industria pesada privilegiando la industria
ligera (tema por demás discutible y máxime cuando, como en este caso, se lo
trata descontextualizadamente); para reprochar luego , que nuestro país no ha
llegado al “abastecimiento energético”. Por cierto, el pensamiento de Tenembaum
no es fruto de su cosecha, sino que es el fiel reflejo de lo que vienen
manifestando el grupo de los 8 ex secretarios de energía de Alfonsín, Menem, De
la Rúa y Duhalde (período comprendido entre diciembre de 1983 a mayo del 2003)
quienes vienen cuestionando las decisiones del gobierno en materia
energética. Lo extraño es que durante
esa etapa transcurrieron por la Secretaría de Energía diecinueve (19)
secretarios, hecho que de por sí pone en evidencia las innumerables falencias que
el país padeció durante las mentadas gestiones. Algunos de ellos, como es el
caso de Daniel Montamat o el Ing. Emilio
Apud (éste fue titular por solo un mes) no duraron ni siquiera un año al frente
de la secretaría, lo que revela la inoperancia de sus administraciones.
Sin embargo, hoy se arrogan “idoneidad” para cuestionar la
gestión kirchnerista. Por cierto, ninguno de estos ex secretarios se opuso a la
privatización de YPF; por el contrario, en su momento prácticamente todos
justificaron y aplaudieron la medida y fue, precisamente, Daniel Montamat quien se encargó de hacer lobby en el seno de
su partido (UCR) en favor de acompañar la privatización. No olvidemos que
justamente la misma tuvo lugar durante la gestión de Luis Prol, primo y socio
de Montamat.
Otro de los enfervorizados críticos es el Ing. Jorge Lapeña
quien es pasible de ser recordado por la aplicación de los cortes programados
que se extendían entre 6 u 8 horas diarias.
Si, por otra parte, tenemos en consideración que dichas
gestiones tuvieron lugar durante el mayor período de achicamiento económico de
nuestro país, donde el consumo de la población estaba pauperizado (no podemos dejar
pasar que fue, precisamente, en esta última década donde la masiva demanda de
electro domésticos, aire acondicionados, y automóviles se multiplicó en forma
sustancial), donde la actividad industrial se hallaba en un 50% paralizada; es
lógico inferir que se podía alcanzar “el autoabastecimiento” merced a la
ausencia de consumo y a la paralización industrial. Evidentemente, para
reivindicar el supuesto “autoabastecimiento” de la década del 90 es menester
actuar cínicamente y poner la mejor cara de piedra para expresarlo
públicamente.
Lo cierto es que como bien lo señaló el subsecretario de
Coordinación y Control de Gestión del Ministerio de Planificación, Roberto
Baratta, “El día
11 de Mayo de 2004, Néstor Kirchner anunció el Plan Energético para los
siguientes 10 años con medidas y metas concretas. Los resultados son tangibles
e incuestionables: 5500 kilómetros de líneas de alta tensión que anillaron el
Sistema Eléctrico incorporando a 10 Provincias incluyendo a la Región Cuyo, el
Noroeste, el Noreste y la Patagonia que estaban aisladas; 8.700 megavatios;
2.800 kilómetros de gasoductos, incluyendo un segundo cruce al estrecho de
Magallanes y el Gasoducto Juana Azurduy, y 292.000 caballos de potencia en
Plantas Compresoras; 47 Plantas de Biocombustibles y 29 Centrales de Energías
Renovables. Asimismo se terminaron Yacyretá y Atucha II”.
Sin embargo, estas consideraciones son olímpicamente ignoradas
por los “periodistas independientes” que alardean de debatir en sus propios
programas o en programas como “Intratables”. Así se informa hoy a la
ciudadanía, así se discuten las propuestas políticas en los medios dominantes;
así se quiere hacer creer que, en la Argentina, nada anda bien. Parafraseando a
Oscar Wilde podríamos sostener que: “Hay
mucho que decir a favor del periodismo independiente. Al darnos las opiniones
de los ignorantes fortalecen la desinformación de la comunidad”
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