La mediocridad que reina en buena parte de la clase
dirigente argentina es fenomenal y reparemos que estamos hablando de “clase
dirigente” y no de “clase política”; concepto aquél mucho más extenso y
abarcativo que el que representa éste último. Evidentemente, no se trata de
instalar la ingenua creencia de presumir que “el virus de la mediocridad” es
susceptible de hallarlo en cabeza de “los otros”, mientras que en lo personal
gozamos de las suficientes defensas para no ser afectados por el mismo. En
absoluto, si el contexto donde nos desenvolvemos esta signado por la
mediocridad es muy factible que, en mayor o menor grado, directa o
indirectamente incida sobre nosotros.
Así por ejemplo, el grado de exigencia de quien pretenda
destacarse en una sociedad de mediocres ha de ser mucho menor que el de quien
pretenda realizarlo en una sociedad que persiga la excelencia en todos sus
órdenes. Como vemos el contexto, entre otras cosas, condiciona las aspiraciones
del individuo; más allá de las excepciones que podemos hallar en toda regla.
Sin embargo, el problema de “la medianía” no radica en sí
misma sino en la persistencia a seguir el camino trazado por ella que,
indefectiblemente, conduce a la profundización de “lo mediocre”.
Uno de los rasgos más característicos de la mediocridad
consiste en desvalorizar y despreciar el uso de “la razón”; después de todo, la gimnasia reflexiva suele ser un buen antídoto para contrarrestar sus
efectos. Pero lógico, el ejercicio del pensar -contrariamente a lo que se
supone- ha dejado de ser un procedimiento habitual en la era del desarrollo
tecnológico, para convertirse en una especie de excepción. En un mundo
singularizado por “la inmediatez”, se hace cada vez más difícil detenerse a
pensar; pues, para que hacerlo si otros “piensan por mí”. Para que detenerme en
la comprensión de una ecuación matemática si la calculadora lo resuelve al
instante, para que esforzarme en comprender lo que sucede en el mundo si basta
encender una pantalla de televisión para que un periodista (que tampoco escapa
a la mediocridad) me diga no solo cómo van las cosas sino quienes son “los
buenos” y quienes “los malos” en el escenario político local e internacional.
Y no se trata de emular a la calculadora con el periodista, “la
calculadora” en lo suyo suele ser exacta porque está preparada para ello; el
periodista, en cambio, a menudo -lo vemos a diario en nuestro ámbito
televisivo- se encuentra insuficientemente preparado y suele ser “inexacto” por
interés, por presión de los propietarios de los medios o por el déficit en su formación.
En consecuencia, la mejor manera de escapar al alud de la
mediocridad es relacionarse con “el mundo” a través del pensamiento.
Tomemos por ejemplo, el escenario político argentino para
ver hasta qué punto se hace difícil soslayar los embates de la mediocridad. Una
de las noticias más trascendentes de estos últimos días ha sido el allanamiento
dictado por el juez Claudio Bonadío al domicilio fiscal de una sociedad anónima
de la que uno de sus accionistas es la actual Presidenta de la República. El
motivo de su allanamiento no responde a un hecho delictivo, sino al supuesto
hecho de no haber dado de baja el “domicilio legal” declarado oportunamente, sin
haber dado a conocer, cosa que la empresa aduce haber realizado, el nuevo
domicilio sito en la provincia de Santa Cruz. Es preciso observar que se trata
de una empresa hotelera (Hotesur S.A.) que desarrolla sus actividades en la
mencionada provincia; por tal motivo es lógico suponer que haya realizado ese
cambio de jurisdicción. No obstante, y de no haberlo hecho, en el peor de los
casos se trata de un incumplimiento administrativo sancionado con una multa
máxima de pesos tres mil ($ 3.000-) -pues, para aquellos que gustan hablar en
moneda extranjera, sería aproximadamente poco más de 300 dólares al valor oficial- lo que en definitiva
revela la irrelevancia de la cuestión.
Sin embargo, el pedido del fiscal, Carlos Stornelli, sobre el que ya pesan
algunos cuestionamientos anteriores en lo que a su proceder respecta, y a instancias de una “dirigente política”
local (Margarita Stolbizer) no solo fue satisfecho de manera inmediata (en
menos de 24hs.), sino que orquestadamente se le dio una trascendencia mediática
desproporcionada. Claro, no menos desproporcionada que la decisión del
controvertido juez que cuenta en su acerbo con nueve pedidos de juicio en el
Consejo de la Magistratura por mal desempeño al momento de administrar
justicia. Seguramente, luego de este injustificado accionar contará con un
pedido más.
Lo cierto, es que para obtener una información de estas
características era suficiente con librar un oficio; pero el polémico y no muy escrupuloso
juez opto por “armar” toda una misa en
escena, al parecer, a pedido de los opositores mediáticos para mellar la
imagen en alza de la presidenta. De ese modo el “show” terminó con el
allanamiento a un departamento vacío y con un costo de movilización (piénsese en
el traslado del juez y funcionarios judiciales, los policías afectados al
operativo, etc., etc.) superior al monto en dinero estipulado para este tipo de
incumplimientos administrativos. Por suerte, el único periodista que acompañó
el allanamiento no fue pagado por el Estado sino por su empleador: el Grupo Clarín.
Una vez montado el operativo, los medios hegemónicos se
encargaron de hacer lo suyo que consistió en sobredimensionar el hecho para que
aquellos ciudadanos que desconozcan el normal desarrollo en este tipo de
infracciones lo visualicen como si fuese un delito.
No obstante, si intentásemos pensar estos hechos nos daríamos cuenta de que algunos de los mitos
más pronunciados en estos últimos tiempos carecerían de sustento. A saber:
-
“El
gobierno ejerce un control absoluto sobre el Poder Judicial. No existe el
estado de derecho”.
Si así fuere un juez federal no podría desarrollar un
procedimiento semejante ante una nimiedad de estas características. Sin embargo
así lo ha hecho, después de todo, quien “puede lo menos, puede lo más”. Y en
ese aspecto el juez Bonadío es todo un ejemplo de la independencia del poder
judicial; pues, cada vez que se formula la posibilidad de ser juzgado en el
Consejo de la Magistratura, inmediatamente reacciona con medidas de esta
naturaleza. Que distraen a la opinión pública y obstaculizan el tratamiento de
sus irregularidades en el Consejo. Lo que demuestra definitivamente (y
prescindiendo de las sentencias adversas al gobierno que no son pocas) que el
Poder Judicial lejos está de ser controlado. Y sin embargo, se lo califica como
un gobierno “nazi”.
-
“Los
jueces no hacen política y mucho menos política partidaria”.
Otro de los tradicionales mitos. Guste o no los jueces hacen
política a través de sus interpretaciones judiciales; podrá decirse que las
mismas se fundan en el derecho vigente; pero aun así siempre hay un margen de
maniobra para la discrecionalidad judicial.
En cuanto a que no hacen política partidaria es evidente que
no lo hagan ostensiblemente, pero nadie ignora que actúan en función de sus
simpatías. Tomemos a Bonadío por ejemplo, ha sido secretario de Carlos Corach -quien
fuera ministro del interior de Carlos Menem-personaje más que influyente
durante los gobiernos menemistas. ¿Alguien puede suponer que posteriormente fue
designado para impartir justicia de manera independiente? ¿No fue esa época en
la que se calificaba a la Corte Suprema como “la mayoría automática” por ser incondicional
aliada del Poder Ejecutivo? Se podrá
decir que Bonadío no integraba la Corte, pero sí era funcionario de gobierno,
lo que revela una clara identificación política. Lo mismo acontece con algunos
miembros de la Corte que, obviamente, renunciaron a su pertenencia política al
ser designados. Pero volviendo a Bonadío a demostrado en no pocas ocasiones sus
simpatías por Massa. Lo que no sería
descalificable si sus sentencias y su proceder no estuviesen reñidas con la
justicia.
Para peor, si a esto le añadimos que los miembros políticos
de la oposición se esfuerzan en hacerse eco de esta clase de noticias con el
propósito de garantizar su aparición en los medios, justificando, a su vez,
operaciones de esta naturaleza; no es disparatado concluir que “la mediocridad
avanza”.
De ahí que la mejor manera de procurar no ser afectado por
ella es apelando a la razón. Claro que el contexto no ayuda; por el contrario,
hay más defensores del “desierto” (el vacío de la sin razón) de lo que uno supone. Y no quepan dudas que
la Presidenta de la República, con sus aciertos y sus errores, sigue siendo un
muro de contención ante tanta mediocridad.
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