Borges
alguna vez se pregunto qué significa ser argentino y arribo a la conclusión de
que “es esa cosa que no se puede definir”.
Y por cierto que, si nos observamos a la lejanía y con detenimiento,
terminamos dándole la razón a Don Jorge Luis.
No porque
coincidiésemos con él en materia de
pensamiento político; sino porque aquellos lazos que, en ocasiones, nos unen
con nuestro país son tan endebles que es difícil encontrar una definición
precisa de eso que podríamos denominar el
ser argentino. Resulta por lo menos enigmático definir al argentino fuera
de su pasión por el fútbol, por el asado y el mate. Y ante la pregunta que es
ser argentino, me encuentro como San Agustín cuando se le preguntaba que es el
tiempo: “Lo sé perfectamente mientras no me lo pregunten, lo ignoro
absolutamente cuando lo hacen”.
Se podrá
decir que un argentino es alguien que llora de emoción cuando ve la celeste y
blanca flameando en un estadio de fútbol; pero al mismo tiempo es alguien que
puede lucir sobre su pecho una remera con la bandera estadounidense o, más
grave aún, británica.
Un argentino
es alguien que se conmueve hasta el tuétano cuando recuerda la gesta de
Malvinas y, paralelamente, no tiene reparo en abastecerse de combustible en una
estación de servicio perteneciente a una empresa que no solo respondió históricamente
a la corona británica; sino que a su vez durante el conflicto del Atlántico Sur
abastecía a la flota inglesa con las existencias que poseía en nuestro país.
Un argentino
es alguien que a principios del presente siglo salía a las calles a gritar “que
se vayan todos” en referencia a los políticos y economistas que, directa o
indirectamente, gobernaban en aquel entonces, y hoy los reivindica para que
regresen y/o aplauden las profecías que realizan como si fuesen verdades
incontrastables.
Un argentino
es alguien que está más pendiente del dólar estadounidense que del peso moneda
nacional, con todas las implicancias que encierra el poseer ipso facto un sistema bimonetario que
esta fuera del control local. Es alguien que se admira al contemplar el
desarrollo de los países industriales, pero después reclama la libre
disponibilidad de divisas en detrimento de objetivos claros de
industrialización nacional.
Un argentino
es alguien que reacciona (muchas veces engañado) frente a un supuesto intento
de limitar “la libertad de expresión”, y no repara que “las estrellas de la
información” no solo son las mismas que hace más de 30 años acompañaron la
mayoría de los procesos políticos que existieron en la Argentina; sino que no
brindan lugar a la aparición de nuevas voces.
Un argentino
es quien parte de la creencia que el poder político “todo lo puede” y no repara
en que el verdadero poder es invisible a los ojos de la ciudadanía. Es alguien
que supone que las reiteradas corridas cambiarias, la disparada de los índices
inflacionarios, el desabastecimiento, son fruto exclusivo de los desaciertos de
los distintos gobiernos en materia de política económica y no resultado de una
acción deliberada de los sectores dominantes en la estructura económica.
Un argentino
es quien pretende gozar del status de vida que poseían (hasta no hace mucho)
los países desarrollados pero pretende abonar impuestos equivalentes al de los
países infradesarrollados.
Un argentino
es alguien que no le interesa la historia de su país porque es cosa del pasado,
sin reparar en que el resultado de lo que somos es fruto de nuestra historia.
Un argentino
es alguien que cree ciegamente en lo que dicen los medios sin detenerse a
pensar que “los medios” no persiguen la verdad, sino intereses. Que, curiosamente,
no son los intereses de la mayoría de la población; sin embargo, aún mantienen
una alta dosis de credibilidad.
Un argentino
es alguien que supone que cuando le va mal en su vida personal la culpa es
irremediablemente del “otro”; ahora cuando le va bien, es consecuencia
exclusiva de su infatigable esfuerzo. Las circunstancias existentes que
posibilitaron su éxito no cuentan, sí, en cambio, las que lo condujeron al
fracaso.
Se podrá
argüir que existen muchos argentinos que no comparten estas posturas y, por
cierto, sin lugar a dudas que es así. Lo que torna mucho más difícil encontrar
una definición al respecto. Alguien podrá decir que los argentinos somos
impredecibles o quizá “incorregibles” como el propio Borges calificó, en su
momento, a un determinado sector político local.
Otros podrán
decir que estas características son más propias de los porteños y de los
habitantes del Gran Buenos Aires que del resto de los habitantes del país, y no
deja de ser un argumento válido. Lo cierto es que se hace muy difícil encontrar
denominadores comunes entre nosotros y bienvenido si esa diversidad fuese un
campo fértil para el desarrollo intelectual de nuestro pueblo.
El problema
es que aquí las ideas se transforman en “dogmas”; esto es, no requieren de
análisis, ni de fundamentación alguna. Son verdades porque sí, y las verdades
porque sí tienen corta duración pero graves consecuencias para nuestro futuro.
Mucho se ha
avanzado en estos últimos diez años para encontrar una definición de los
argentinos más acorde con las necesidades de nuestra nación; sin embargo,
semejante avance es extremadamente insuficiente para conceptualizarla en el
corto plazo.
Ojalá con el tiempo la encontremos y no tengamos
que seguir dándole la razón a Don Jorge Luis.
Excelente, como siempre!
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