Hace cuatro días que comenzó a desarrollarse la campaña
electoral en los medios masivos de difusión pública. Por tal motivo, tanto los
oyentes de radio como los aficionados a la televisión, suelen encontrarse
insistentemente con una pluralidad de jingles partidarios o spots televisivos
que tratan de captar los eventuales votos de nuestros ciudadanos hacia sus respectivas
pertenencias ideológicas.
Paradojas de la realidad, ésta invasión publicitaria de
distintas fuerzas políticas que gratuitamente gozan de su merecido espacio en
los medios, ha sido dispuesta por una ley (ley 26.571) impulsada por el actual
gobierno a quien muchos de sus opositores califican de “dictatorial”. Es dable
recordar que con anterioridad a la mentada ley, quienes estaban en condiciones
de pagar en forma particular los avisos audiovisuales podían hacerlo sin
cortapisa alguna, lo que dejaba en una situación desventajosa a quienes
carecían de recursos suficientes para promocionarse a través de los medios. Con
la nueva ley, no hay posibilidades de financiar avisos de manera particular; de
lo contrario, la propia norma establece rigurosamente una serie de sanciones que
tornan demasiado oneroso el “castigo” en cuestión.
Obviamente, bien sabemos que
“los nobles defensores de la libertad de expresión” (me refiero a los
medios privados de comunicación) siempre están en condiciones de promocionar a ciertos y determinados candidatos que,
casualmente, terminan siendo aquellos que ellos mismos “bendicen”. Lo que es
una manera “indirecta” de desarrollar la propaganda política.
Una muestra categórica de lo que estamos aseverando es el
comportamiento que dichos medios han asumido en la presente campaña, donde
además de intentar instalar una áurea de sospecha sobre todo el accionar de
gobierno -inclusive apelando lisa y llanamente a la mentira mediática-; no
tienen reparo en promover deliberadamente en cada uno de sus programas a cualquier
dirigente opositor eludiendo, a su vez, la posibilidad de confrontar sus dichos
con algún dirigente del oficialismo.
Se podrá sostener que procedimientos de ésta naturaleza han
sido un denominador común en la historia de los medios. Sin embargo, la técnica
aplicada durante el reinado del libre
mercado era mucho más sutil, por aquél entonces, se invitaba a los
programas políticos a una “diversidad” de candidatos garantizando, en los
hechos, el predominio de “los pensadores neoliberales” -que por otra parte, y merced al número que
representaban se apoderaban de todo el espacio de programación- dejando en la
más absoluta soledad a aquél invitado (generalmente reducido a uno) que no
compartiera esas ideas. De esa forma se revestía de “pluralidad de pensamiento”
a un programa que, fáctica y concretamente, era una usina de difusión del
pensamiento neoliberal.
Hoy ya la tónica es distinta, prácticamente no se invita a
los miembros del oficialismo para que puedan ejercer una defensa de su gestión
en esa clase de programas; hecho éste que pone de manifiesto cual es la
concepción de la libertad de expresión que predican los medios privados de
comunicación en la Argentina.
Es menester resaltar que la magnitud de la concentración
mediática en nuestro país es de tal envergadura que resulta extremadamente
difícil escapar de esa “red totalizadora”; así vemos como muchos ciudadanos que
están habituados a ver determinados programas de TV, sintonizar una franja importante de distintos
programas radiales o leer cualquier diario hegemónico, terminan opinando de la
misma manera. Y es lógico que así sea, ya que en cualquiera de ellos, siempre
culminan escuchando -o leyendo- la misma línea editorial, puesto que en su gran
mayoría, todos responden al mismo dueño.
Como es de suponer, romper
este entramado oscurantista, no resulta nada sencillo; máxime cuando el grueso
de los dirigentes políticos (mayoritariamente miembros de la oposición) se
encuentran encolumnados detrás de la defensa de los intereses monopólicos.
No obstante, y gracias a la tan criticada “Ley de
democratización de la representación política”, los medios privados se ven
obligados, en la actualidad, a ceder gratuitamente un espacio audiovisual a
cada uno de los candidatos durante la campaña.
Pero aun así es de lamentar que la característica central de
todos estos “avisos propagandísticos” nos remite , al menos para aquellos que
siempre hemos estado atentos al devenir político local, a una manera de hacer
política muy propia de la década de los noventa. Época signada por el
predominio del marketing político -sin ignorar que “el marketing” es una
disciplina orientada a la captación de
eventuales “consumidores” para la “venta” de un determinado tipo de mercancía- en detrimento de la formulación de
propuestas para que el ciudadano pueda emitir un voto orientado hacia un
proyecto de país.
Hoy encontramos qué, la gran mayoría de los spots televisivos y eslóganes radiales, tienden a hacernos
creer que nos hallamos ante un país
dividido, fracturado; donde los portadores del germen divisionista son
todos aquellos que simpatizan con el oficialismo y los poseedores del “antídoto
unificador” son los representantes de la oposición.
De esa manera, se vanaglorian de ofrecerse como los “eventuales
unificadores” de las diferencias políticas en la Argentina; pero eso sí, sin
explicitar como lo harían. Claro que para ello omiten señalar un detalle
crucial; a saber: que la esencia de la política está dada por la pugna de intereses.
Obviamente, el borrar del escenario político “la pugna de intereses”, es ni más
ni menos que vaciar de contenido a toda determinación política. Si no hay
intereses en disputa, entonces, ¿para qué sirve la política?
La única respuesta ante éste hecho sería, o bien, para reivindicar
un mensaje de “paz y amor” más a fin a los movimientos religiosos,
desnaturalizando, en consecuencia, la actividad política. O bien para
reforzar una firme predisposición
administrativa; es decir, “la de administrar lo dado, lo ya existente”. Y, no
quepan dudas qué, una mera administración de “lo dado”, implica una
prolongación del Status Quo, lo que
en última instancia significa no reformar, ni cambiar nada en lo más mínimo. Ya
que todo cambio social, guste o no, lesiona siempre intereses.
De allí que sería bueno preguntarles a todos éstos candidatos
mediáticos que hoy se arrogan “el atributo de la unidad”, ¿Cómo pueden marchar
juntos, en pos de una unidad “el Grupo Clarín” con las pequeñas cooperativas de
medios audiovisuales existentes a lo largo de nuestra geografía? ¿Cómo
consensuarían la necesidad de los pequeños medios de prensa de obtener un papel
más barato para imprimir sus periódicos, sin que los accionistas no estatales
(Clarín y La Nación) de Papel Prensa se opongan y/o condicionen de alguna forma
la libertad de aquellos?
¿Cómo se puede unificar “criterios” -léase intereses- entre
las grandes cerealeras que almacenaron
ilegalmente más de 300.000 toneladas de cereales con el propósito de evadir al
fisco y no perjudicar con ello a la ciudadanía en su conjunto? ¿Cómo harían
para “congeniar” la necesidad de los panaderos de obtener harina para la
fabricación de pan y, por el otro, la reticencia de los exportadores de
cereales de no proveer el trigo suficiente, sin recurrir a la ley de
abastecimiento que al parecer es “divisionista”? ¿Cómo “acordar” con aquellos
empresarios que reclaman una “baja salarial” para competir en el mercado
externo y garantizar, paralelamente, las necesidades de consumo de los
trabajadores? ¿Cómo “preservar” la Asignación Universal por Hijo con quienes
formulan volver a privatizar el sistema de jubilaciones y pensiones?
¿Cómo se puede mantener una excelente relación (similar a
las “relaciones carnales” tan festejadas en su momento por muchos de los
opositores) con la potencia imperial y no debilitar al mismo tiempo el
Mercosur?
Los interrogantes serían infinitos y seguramente no nos
darían respuestas, al menos, satisfactorias y fundadas. Por ello es preciso
desconfiar de aquellos que nos ocultan “los intereses” y solo nos hablan de una
“moral angelical” o de una “unidad” superficial y vacía. Artilugios éstos para
engañar a aquellos incautos que, por otra parte, desconozcan la historia de la
mayoría de estos hombres.
Lo hemos manifestado alguna vez, pero vale la pena
reiterarlo, en uno de sus textos Hernández Arregui decía: “Cicerón escribió una frase tan
tediosa como afortunada y vana: “La historia es la maestra de la vida”. A la
que Hegel a pesar de su mente genialmente historicista, quizá en un rapto de
mal humor opuso lo siguiente: “Lo único que enseña la historia es que la gente
jamás aprendió nada”.
No obstante, a pesar del escepticismo hegeliano, una buena
franja de los argentinos hemos aprendido de la historia y a no escuchar los
“cantos de sirenas” promovidos por los medios audiovisuales; lo que nos permite
gozar de un optimismo moderado frente al porvenir.
Sin embargo, el camino es empinado y falta mucho por
recorrer; fue nada menos que el célebre Pierre Bourdieu quien nos alertaba
sobre los peligros inherentes a la utilización cotidiana de la televisión y “el
efecto realidad” que ésta despliega. Es decir, “puede mostrar y hacer creer en
lo que muestra”. Claro que lo que
muestra no es la realidad, sino un fragmento editado de la misma -aunque a
veces, absolutamente fraguado- para que
el ingenuo televidente, como en los viejos trucos de magia, crea que lo que ve
es “lo real”.
Por desgracia, no todos somos conscientes de ello; pues, si
lo fuésemos seríamos muchos más quienes sabríamos que detrás de “la feliz
sonrisa” de algunos candidatos que apelan a la unidad, se encuentran los
propietarios de los medios hegemónicos de comunicación intentando un retorno a
“sus ansiados años 90”. Cuando gobernaban en las sombras, cuando hacer política era simplemente ajustarse a los
requerimientos del marketing, cuando habían logrado su objetivo: esto es, vaciar a la política de contenido.
Sin duda, esto no exime de “responsabilidad moral” a esos
dirigentes-títeres que pululan por los medios y aspiran convertirse,
engañosamente, en “la esperanza del mañana”; pero ya lo hemos señalado, en
política no son los preceptos morales los que gravitan. Sino aquello que, sistemáticamente,
estos mismos dirigentes y grandes medios comunicacionales se empeñan en ocultar
a la opinión pública, nos referimos específicamente a los intereses.
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