La semana pasada la población de nuestro país se vio
conmocionada por dos trágicos hechos de amplia cobertura televisiva. El primero
de ellos, fue la desaparición y el asesinato de una adolescente acaecido en el
ámbito de la Capital Federal. Y, el segundo, un “inexplicable” accidente
ferroviario (con un saldo de tres muertes y centenares de heridos de distinta
consideración) que aun continúa en la “nebulosa”, si bien se espera qué el
proceso investigativo en curso determine fehacientemente lo sucedido.
La casi simultaneidad de ambos acontecimientos en el tiempo,
determinó que los medios informativos se abocaran de lleno a la cobertura de
ambos sucesos dolorosos.
Sin embargo, fuere por lo macabro del homicidio o por la
sensación de angustia que genera el tomar conocimiento de la muerte de alguien
que estaba dando sus primeros pasos existenciales; los medios de comunicación
concentraron la mayor parte de sus emisiones en “informar” respecto de éste
último caso.
Obviamente, nada de malo hay en que ello sea así; por el
contrario, si la información que se brinda se fundamenta en la mesura, la
racionalidad, la facilitación de la investigación judicial para el
esclarecimiento del hecho y para mantener en conocimiento a la población de lo
verdaderamente acaecido, sería una actitud más que ponderable. Ahora bien,
cuando la postura adoptada se endereza a acentuar los aspectos mórbidos de lo
sucedido, a desplegar teorías descabelladas fruto de la “imaginación
irresponsable” de algunos periodistas; a emitir juicios categóricos sin el más
mínimo asidero o sin reparar en el daño que ocasionan a terceros y al normal
desarrollo de la investigación, estamos en presencia de un pseudo-periodismo
que solo tiene por propósito las mediciones del rating.
En verdad, no sorprende este proceder mediático, pues, la
misma actitud se observó en otros hechos delictivos o accidentes trágicos (v. gr.
caso Candela o Pomar) donde se formulaban hipótesis extravagantes, reñidas con
la racionalidad para concentrar la atención de los televidentes. Hecho éste que
pone de manifiesto que no importa la veracidad de los hechos, lo importante es
captar audiencia, es entretener al espectador suministrándole, si es preciso, “desinformación”
para que no se mueva de la pantalla.
Así vemos como en el proceder del todo vale se entrevista a un vecino que mora a dos cuadras del
domicilio de la víctima, y que solo la conocía ocasionalmente, para preguntarle:
¿Cómo era la adolescente? O se interroga a sus compañeros del secundario para que aporten
alguna historia a los efectos de ser vertida en la correspondiente
programación. Lo importante no consiste en descifrar el hecho en sí; sino en
acentuar la sensibilidad de los televidentes con historias experimentadas por
la joven víctima.
Y siguiendo con la lógica del todo vale, un párrafo aparte
merece la intencionalidad primigenia de los medios dominantes que, al conocerse
la noticia de la desaparición de la joven; comenzaron a responsabilizar al
gobierno nacional (jamás se atreverían a responsabilizar a la jurisdicción
local, esto es capitalina) por su “nula” respuesta a los reclamos de
inseguridad. Dando lugar a que aparezcan “los predicadores de la mano dura”
para cuestionar los beneficios del “garantismo” y, poco más, reclamar la
supresión de las libertades y garantías que establece nuestra Constitución. Curiosamente
son los mismos que apelan a la no reforma de la Constitución cuando alguno de
sus intereses es afectado; pero se muestran complacientes cuando se quieren
suprimir derechos que protegen a la mayoría de las personas.
Pero volviendo al trágico suceso, también se dijo en una
primera etapa que la adolescente había sido violada, hecho éste que no estaba
corroborado pero se vertió públicamente -a través de los medios- como para acongojar
más a quienes seguían con atención los desgraciados hechos. Sembrando, a su
vez, el miedo y la indignación en la opinión pública.
Por cierto, tampoco faltaron aquellos que reprodujeron con
gráficos, imágines y hasta con una “suerte de representación” lo supuestamente sucedido.
Y aquí es necesario preguntarnos: si el límite para informar está determinado
por el rating, ¿hasta dónde son capaces de llegar “los periodistas” para
maximizar sus resultados?
El problema que aquí surge, no se focaliza en la persona del
“informante” (que podrá poseer o carecer de valores éticos); sino en el “conocimiento”
que está aportando a la población.
Si éste es falso, infundado o distorsionado, estará dejando en las sombras
al televidente; quien ingenuamente, terminará reproduciendo los comentarios que
escuchó a través de la pantalla. Lo que en definitiva, no es informar sino
confundir, con las secuelas que esto trae aparejado tanto para los involucrados
directos o indirectos, como para la búsqueda de justicia.
Un claro ejemplo de esto fue la tentativa de convocar a una
marcha contra “la inseguridad” impulsada por la difusión de los informativos
que machacaban con esa muletilla. Conducta por otra parte reiterativa; lo mismo
habían sugerido en el denominado “Caso Candela”.O cuando condenan por anticipado a un supuesto "sospechoso" sin que la justicia se haya expedido al respecto, violentando el principio de inocencia y fomentando, de ese modo, el no respeto a la ley vigente.
Es habitual que, en ciertos casos, algunos periodistas procuren “desinformar”
deliberadamente para enrarecer el clima social; también están aquellos
periodistas que por necesidad, por ingenuidad o por ausencia de formación,
terminan aportando lo suyo en la tarea desinformativa.
En el mundo mediático nadie desconoce que, cuando no hay
predisposición por “el saber” (esto es, por indagar) es muy común confundir
percepción con conocimiento.
El individuo supone conocer la realidad con solo percibirla;
ignorando que la aprehensión de la misma es un proceso extremadamente complejo.
Esto ningún periodista debería soslayarlo, ya que de hacerlo estaría
degradando su profesión; o lo que es
peor aún, estaría atentando contra la construcción de un mundo mejor. No
obstante, si a sabiendas insisten con un comportamiento semejante, deberíamos
preguntarnos: ¿Para quién trabajan ciertos periodistas?
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