“Los hombres agradecen todo, menos lo que se hace por
ellos; esta deprimente conclusión nos deja el repaso minucioso de la historia”. (J.
Clemente)
En alguna ocasión hemos hablado en alguno de nuestros
artículos, de la concepción cíclica de la historia; concepción ésta a la que
hacían referencia los griegos de la antigüedad. Si bien, nos hemos manifestado
al respecto rechazando semejante hipótesis, sin con esto adherir a la
concepción lineal de la misma, existen períodos que nos hacen dudar de la
inexactitud de aquél antiguo parecer.
Uno de esos períodos es el que estamos comenzando a
atravesar en la Argentina del presente. El enrarecido clima de odio que se
viene desarrollando hoy en día en nuestro país, fogoneado por sectores
minoritarios, pero de fuerte predicamento comunicacional; nos remonta a épocas
que pensábamos ya superadas como consecuencia de la memoria histórica de
nuestro pueblo.
Sin embargo, la realidad está desmintiendo semejante
afirmación.
En uno de sus notables textos Hernández Arregui recordaba,
entre otras cosas, que: “Cicerón escribió una frase tan tediosa como
afortunada y vana: La historia es la maestra de la vida. A lo que Hegel,
a pesar de su mente genialmente historicista, quizá, en un rapto de malhumor
opuso la siguiente: Lo único que enseña
la historia es que la gente jamás aprendió nada”.
No es cuestión de ser tan absolutamente escéptico, pero
tampoco debemos pecar de ingenuidad cuando se trata de comprender el presente.
Al fin de cuentas, si buena parte de la población fuese
fiel a los hechos, no se dejaría embaucar, tan fácilmente, ni por los
medios, ni por los apóstoles del neoliberalismo que son los mismos que, hace
una década, llevaron al país al borde del colapso.
No es casualidad que los medios y los opositores se empeñen
en desnaturalizar conceptos o -edición mediante- descontextualizar
declaraciones, o poner énfasis en aquellas imágenes de nuestra presidenta que
puedan resultar molesta para algunos incautos.
De esa manera se evita discutir respecto de los hechos
en sí y, por añadidura, de los efectos que esos hechos despliegan, y/o
desplegaron, sobre el conjunto de la sociedad.
Así los verdaderos “arquitectos del país” diseñado en el
2001, continúan hoy ofreciendo sus “gratificantes servicios” como notables
matriculados. Y como tales, aparecen hoy -con el más lozano descaro-
cuestionando a la presidenta desde diversos medios (en apariencia, porque, a
decir verdad, es uno solo) y mostrándose no ya como una alternativa política en
la Argentina. Sino como simples cuestionadores que, en forma individualizada,
procuran deteriorar la imagen pública de la primer mandataria.
Obvio que, no están dispuestos a debatir sobre las
cuestiones sustanciales; por el contrario, reducen su debate a los aspectos
formales o centralizan su discusión sobre medidas aisladas desconectadas del
contexto general en que se afirman.
Y desde luego, jamás van a echar una mirada retrospectiva;
no sea cosa que, en algún momento, alguien recuerde las ruinas que impunemente
nos legaron.
La facilidad al olvido de una importante franja de la
población es, verdaderamente, inadmisible.
Por ejemplo, es por demás urticante ver a Prat Gay en el
programa de Julio Grondona (otro de los que, si se develara su historia
personal, no podría ser sintonizado por televidente alguno) cuestionar a la
Presidenta por sus expresiones en lo que calificó como “El templo del Saber”,
en alusión a Harvard.
Por cierto, irradió tanto “saber” que el mundo esta “embriagado” de felicidad con los
significativos aportes al sistema financiero internacional, de muchos de los
egresados del Templo. Pues, gracias a lo allí aprendido, han convertido a
nuestro planeta en la antesala del paraíso. Ésto es, próximo a ingresar en él,
merced a la inanición que padecerán millones de almas.
Curiosamente, en nuestro país, esos mismos adoradores del
Templo y en forma conjunta con los sectores privilegiados del agro, el gran
multimedio, y algunos otros sectores que se dicen “populares”, están convocando
a una nueva marcha para rechazar la figura de la presidenta. Son tan
democráticos que se empeñan en desestabilizar diariamente la situación
institucional -aunque lo nieguen- para la consecución de sus oscuros anhelos;
sin reparar, como es lógico, en el resultado electoral.
Ya sabemos que -y como lo decía el célebre don Arturo
Jauretche- “los factores de poder no se hallan, en nuestra sociedad y en
todo el mundo occidental, en la misma relación que los aportes electorales”.
Por eso, es de temer cuando los distintos representantes de
éstos factores se unifican detrás de sus propósitos aunando esfuerzos con los
mercaderes de siempre.
Su objetivo es fácil de determinar si recurrimos a la
experiencia histórica. Pues pretenden, sencillamente, convertir a éste país en
una republiqueta corporativa, donde los titulares de esas corporaciones digiten
a través de las eventuales, y siempre predispuestas, marionetas de turno
el futuro destino de millones de conciudadanos.
Nada difícil de descubrir, si acudiésemos a las enseñanzas
de la historia; ya qué lo mismo aconteció cada vez que en nuestro país -al
igual que en el resto de latinoamérica- un gobierno popular intentó trastocar
las relaciones de poder preexistentes.
Se podrá decir que este suceso no es privativo de la
Argentina. Y está claro que no lo es, ya que lo mismo acaece en Venezuela, en
Ecuador, en Bolivia, es decir, en todas aquellas naciones donde la democracia
posibilitó la consagración de gobiernos populares.
Por eso lo que acontece en cada uno de estos países, va más
allá de sus respectivas fronteras; apunta a lograr, en última instancia, la
ruptura de la alianza regional. Alianza que opera como un obstáculo para la
avidez de poder de estos sectores. Vaciar de contenido los vínculos tan
estrechos que ha generado el MERCOSUR es un propósito ínsito, si bien no
develado, del poder mediático regional. No es casualidad, que los medios
privados de nuestras naciones -y un número importante de los que no se asientan en nuestra región- despotriquen a diario contra la mayoría de los
gobiernos latinoamericanos.
En nuestro país, hay una fecha crucial para asestar un
categórico golpe al poder mediático local, y de esa forma poner fin a sus
mentiras. Esa fecha es el 7 de diciembre; día en que, al entrar en vigor la plenitud de la
nueva ley de medios, el monopolio informativo verá reducida sustancialmente su
capacidad de engañar a la población.
Recién entonces, la totalidad de los argentinos podrá
conocer la realidad de nuestra historia y, por ende, comprender lo que acontece
en el presente. Tal vez entonces, el recuerdo pasará a formar parte,
definitivamente, del patrimonio de la mayoría.
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