Cuando uno observa la realidad social sobre la que viene desarrollándose el devenir de Europa; no puede dejar de experimentar una agradable sensación por el mero hecho de residir en esta franja de la geografía latinoamericana. Es suficiente con retrotraernos tan solo una década para vislumbrar los perniciosos cambios que fueron ejecutándose en el contexto social de muchas de las naciones que integran la Comunidad Económica Europea; otrora destino anhelado por vastas franjas de ciudadanos sudamericanos.
Una tenue mirada a través del tiempo, nos permitiría
recordar como, hace escasos diez años, la embajada española en nuestro país se
veía atiborrada de personas dispuestas a tramitar la ciudadanía para poder
viajar y asentarse en una nación que, al decir de muchos, “ofrecía excelentes
posibilidades” para el desarrollo personal por tratarse de “un país serio”.
Como si la seriedad fuese un atributo intrínseco de determinadas naciones y no
el resultado de las políticas que se ejecutan.
Lo cierto es que hoy, merced a las políticas neoliberales
desarrolladas por los distintos gobiernos de turno, uno de cada cuatro
españoles se encuentra bajo la condición de desocupado.
Evidentemente, las voces minoritarias que, durante el
reinado de “la burbuja inmobiliaria”, se alzaban cuestionando la ausencia de
políticas de estado que fueran más allá de la estrecha visión de una economía
de servicios; fueron silenciadas por los grandes medios de comunicación
hispanos que, bajo la cobertura neoliberal, fueron afianzando y extendiendo sus
negocios. Posteriormente, y ya desatada la crisis financiera internacional, se
agudizaron las dificultades y una significativa franja de ciudadanos españoles
tuvieron que contemplar como, ante el
naufragio, el gobierno salió a socorrer a los grandes representantes del
mundillo financiero; dejando librados a su suerte a la gran mayoría de los
trabajadores españoles.
Eso sí, para justificar su proceder se apeló al falaz y
tradicional discurso, el mismo que en otras épocas solíamos escuchar en la
Argentina, que sostiene que “es preciso ordenar la economía”. Sería bueno que algún día nos dijesen
quienes -y como- fueron los que la desordenaron; pero claro, si al fin de cuentas
son los mismos que después vienen con la receta en mano. Lo cierto es que “la
restauración del orden” exige, en función de la perspectiva neoliberal,
“achicar los gastos del Estado” con todo los “costos sociales” que esa decisión
implica y que ya sabemos quien las paga.
Esto nos trae a colación ese ilustrativo cuento del
campesino poseedor de un gallinero que al no tener recursos para adquirir el
maíz con que alimentaba a sus gallinas decidió solicitar un préstamo a un
usurero y, de ese modo, proveerse del maíz necesario.
El “financista” al enterarse de la escasa suma solicitada
por aquél, decidió no auxiliarlo por la poca rentabilidad que ofrecía un
negocio de tan escasa magnitud. No obstante, no desestimó la oportunidad para
darle un “buen consejo” al acongojado campesino. Pues, le sugirió que achicara
los gastos. ¿Y como hacerlo? Preguntó el hombre de campo con tono angustiante.
La respuesta no se hizo esperar, con una sonrisa más que
burlona expresó: “Muy fácil amigo, deje que se mueran unas cuantas gallinas y
el consumo de maíz será menor. Al fin y al cabo, tendrá muchas menos, pero esas
pocas serán más gorditas”.
Palabras más, palabras menos, esa ha sido la lógica que el neoliberalismo desarrolló a escala
universal. El problema es que, a diferencia del campesino, algunos “incautos”,
todavía confían en esa clase de afirmaciones.
Claro que esa
confianza es artificialmente generada por lo que Noam Chomsky denomina los
guardianes del poder: “Los medios de comunicación”. Que no vacilan
en apelar a toda clase de recursos para instalar “una opinión generalizada” que
les permita, trás una fachada democrática, proteger y promover los negocios de
una minoría opulenta. Es decir, son partidarios de una democracia de élite;
esto es, de una democracia con alcance restringido y no conciben, como es
lógico, una democracia integral ya que ésta, suele ser un férreo obstáculo para
el desarrollo de sus negocios.
Lo que acontece hoy en la Argentina con las dificultades
que surgen – léase oposición, de distintos sectores y de una franja no menor de
representantes del Poder Judicial- para poner en vigor la democrática Ley de
Servicios Audiovisuales es un claro ejemplo de lo que estamos aseverando.
Pero volviendo a España, no sería una vacuidad
preguntarse: ¿Cual era la información que recibieron los ciudadanos españoles
años previos al desenlace de la crisis? ¿Cuales eran los cuestionamientos que
la prensa “independiente” realizaba sobre las medidas adoptadas por los distintos
gobiernos de turno? ¿Porqué la prensa no
informaba sobre los perniciosos efectos que muchas de esas medidas podían traer
aparejadas?
El no hacerlo, manifiesta
a las claras la deliberada intención de no divulgar ese tipo de
información. Ya que una sociedad desinformada permite, por el mero
desconocimiento, que se adopten medidas económicas que en la inmediatez
beneficiaran a unos pocos y, en el mediano y largo plazo, serán la fuente de
desdichas de la gran mayoría de la población.
Un rasgo
característico de las economías neoliberales ha sido la puesta en ejecución de
un patrón común de ocultamiento de la información. De forma tal que, los
medios se abocan a la insoslayable tarea de crear “el consenso artificial” en el seno de una sociedad y de esa forma,
los ejecutores del modelo neoliberal pueden instrumentar sus propósitos sin
cortapisa alguna.
El problema que está surgiendo en estos momentos en Europa
es que “el consenso” se ha quebrado ante la dura realidad; y los medios
–especialmente los audiovisuales- que hasta ayer eran los constructores de eso
que Baudrillard dio en llamar “la hiperrealidad” (esto es, una
realidad que es más real que la real) están viendo mermar su capacidad de
hipnosis ante la ciudadanía.
El resultado de todo esto es inevitablemente impredecible;
aunque, seguramente alentador si los medios (monopólicos u oligopólicos) pierden la posibilidad de controlar
el pensamiento generalizado.
La Argentina ha
atravesado esa triste experiencia; por ello, sería bueno que nuestros hermanos
españoles ahondaran un poco más en nuestra historia reciente y observaran
porqué, para nosotros, es tan importante la entrada en vigor de una nueva ley democrática
de medios.
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