Alguien podría aducir, con escaso margen de error, que en
política los elogios no son neutros; sino por el contrario, pueden responder a
una identificación ideológica, a una concurrencia de intereses económicos, a
una deliberada intención de preservar el estado de cosas preexistentes, a una
negociación subrepticia, etc., etc., etc.
Lo cierto es que los elogios, o los denuestos, rara vez son gratuitos; y mucho menos en el
ámbito comunicacional. Muestra de lo que estamos afirmando es la nota publicada, el 31 de octubre, por
el semanario The Economist, y que el
diario La Nación reprodujo en el día de ayer, bajo el título “La transición
política ya ha comenzado”, donde se hace referencia a la Argentina
poselectoral.
El artículo en cuestión, comienza preanunciando las “dificultades”
que, a juicio de esta publicación inglesa y ultraconservadora, ha de afrontar
nuestra Presidente, Cristina Fernández, en el curso de los dos años que restan
para la finalización de su mandato, teniendo en cuenta que “ha llevado la
economía de su país al borde del precipicio” (sic).
Como vemos es extremadamente sorprendente observar afirmaciones
tan ligeras como ésta, sin reparar que la realidad desmiente de cuajo semejante
expresión. Es suficiente contemplar, no solo, que la tasa de crecimiento
promedio anual a lo largo del período 2003-2013 ha sido del orden del 7,2%
-siendo la de mayor crecimiento histórico de nuestro país-; sino que la reducción
de la brecha de ingresos fue del orden del 53%, lo que pone de manifiesto la
notoria reducción de la desigualdad en la Argentina.
Si bien no se trata de comparar peras con manzanas; no deja
de ser interesante observar como hace escasos meses “CNN Expansión” preanunciaba
la salida de Gran Bretaña de la crisis con un impresionante vaticinio, casi como para descorchar champagne, de
que en el 2013 el PBI británico iba a crecer aproximadamente un 1%. Se podrá
aducir que el Reino Unido es la sexta economía del mundo y eso, obviamente, no
es poca cosa; pero también podríamos recordar que en esa misma economía
13.000.000 millones de personas viven bajo la línea de pobreza y que la brecha
de ingresos en ese país se amplía desmesuradamente; ya que el 10% más rico
tiene 273 veces más que el 10% más pobre.
Pero claro, ese no es un tema que despierte interés en The Economist, que al parecer demuestra
más preocupación por lo que acontece en el hemisferio sur que lo que sucede en
su propia geografía. Así resaltan en su artículo que “La Presidenta y su
fallecido esposo, Néstor Kirchner, han gobernado la Argentina desde el 2003 en
permanente confrontación con los tenedores de bonos, el FMI, los opositores
políticos, y los medios de comunicación”; luego de mencionar que “tuvieron la
suerte de presidir sobre un auge de los precios mundiales de la exportaciones
agropecuarias de las ricas pampas. Volcaron sus recursos al empleo público, compañías
estatales que dan pérdidas y programas sociales”.
Pues, toda una definición al respecto: ¡¡Como se atreven a
realizar semejante cosa!! Mejorar el ingreso de los docentes, médicos,
enfermeras, de los empleados de la administración pública; recuperar Aguas
Argentinas, Aerolíneas, YPF; y lo que es peor aún, instrumentar políticas sociales
para reducir la desigualdad en la Argentina es, nada más y nada menos, que
conducir a la “economía de un país al borde del precipicio”.
Por ello, posteriormente, sostiene que “el gobierno abandonó
el sentido común”. Sugiriendo que para evitar que a la Presidenta “la saquen de
sus funciones prematuramente, debe echar a algunos de los prepotentes,
compinches y marxistas con los que gobierna y tender puentes con sus rivales y
opositores”.
Como podemos apreciar el discurso de The Economist no difiere en
lo más mínimo del que predican los miembros de la oposición en nuestro país y
coincide en un todo con la prédica de las grandes corporaciones mediáticas
locales. Es suficiente observar las
calificaciones que se le vienen atribuyendo al titular del Afsca, Martín
Sabatella, como representante de un supuesto “stalinismo”, por pretender hacer
cumplir la normativa legal vigente a la más grande corporación mediática del
país (Clarín), para comprender por qué el semanario británico deposita el sentido común en los miembros de la
oposición.
Pero, a decir verdad, no siempre The
Economist ha hablado mal de la
Argentina; por el contrario, ha elogiado muy gratamente otras presidencias,
recordemos que nos decía, a través de sus páginas, en febrero del año 2000;
a saber: “El imperturbable y mesurado nuevo presidente suele ser subestimado.
Hace tiempo que los escépticos descartaban a Fernando de la Rúa como un peso
liviano de la política que debería luchar contra un Congreso dominado por la
oposición. Todavía es prematuro. El señor De la Rúa lleva apenas dos meses en
el poder. Aún así ha confundido a sus críticos, tanto por la energía con que se ha desenvuelto para abordar las reformas
fiscal y laboral(léase ajuste) como por su espontáneo dominio en el campo
de las relaciones públicas”. Y con referencia a la ley de flexibilización
laboral que, obviamente, encomiaba, nos decía: “Una ley sometida al Congreso que hará más flexibles los contratos de
trabajo y permitirá las negociaciones colectivas en nivel de las empresas”.
Pero no se trata de ensañarnos con The Economist que, al fin y
al cabo y como es lógico, defiende los grandes capitales británicos; sino,
simplemente, se trata de establecer un hilo de relación entre su discurso y el
que practican los miembros de la oposición local.
Desde la perspectiva nacional, no quepan dudas que, si un
semanario de las características de The
Economist nos elogiase, sería un llamado a la preocupación por el rumbo que
vendría adoptando el país con relación a su futuro y al bienestar de su
población.
Claro que es mucho más preocupante, y doloroso, contemplar
como una buena franja de los dirigentes políticos autóctonos sugieren las
mismas propuestas que el diario británico. Lo cierto es que, de todos modos, no
deja de ser un buen punto de referencia para discernir “lo conveniente de lo
que no lo es”.
Si la oposición dice lo mismo que The Economist, y el semanario a su vez nos dice donde se encuentra
ubicado el sentido común; pues, lo
primero que debe hacer un ciudadano que se precie de amar a su país es ubicarse
en la vereda del “sentido no común”. La regla es infalible; pues, después
de todo, ya sabemos a dónde nos conduce el
sentido común de los cráneos neoliberales.
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