Los recientes cambios realizados en el gabinete por la
Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, ya han levantado -en los medios
opositores- una inmensa polvareda que tiene por propósito no solo desdibujar y empañar la figura de los designados funcionarios; sino arrojar piedras, al
amparo de esa nube de polvo, a la
concepción económica que esos funcionarios expresan y, más específicamente, al
rol que el Estado ha de desempeñar en el escenario económico argentino.
Las maliciosas reacciones se han desatado en forma casí instantánea. Es
decir, sin dar la más mínima “tregua” a la espera de futuros anuncios en las
diferentes carteras, ni tomarse un tiempo prudencial a los efectos de observar
el ejercicio de sus correspondientes funciones. No, no hay concesión de plazos para los nuevos
ministros; pues, la crítica debe ser
furibunda e ininterrumpida.
Y, para ello, qué mejor que apelar a las estigmatizaciones;
después de todo se trata de poner una marca a fuego (del latín: stigma) sobre
la frente de la persona en cuestión, para que el resto de la sociedad la
identifique con ese signo.
Claro que, a diferencia de la antigüedad, ya no se requiere
del hierro candente para sellar la marca
de manera ostensible. No, por el contrario, el procedimiento utilizado en el
siglo XXI es mucho menos cruento, si bien el efecto que se busca causar sobre "la
persona grabada" suele ser el mismo: lograr la reprobación social
del estigmatizado.
Hoy el “hierro” ha
sido reemplazado -si bien es dable
reconocer que en la antigüedad también se construía un relato al efecto- por el
discurso; de ahí que los grandes expertos en estigmatizaciones del mundo
moderno sean nada menos que : “Los medios de comunicación dominantes”.
Y no es que uno
pretenda deliberadamente colocar a “los medios” en el corazón mismo de la
existencia humana; pero es tal el poderío que la comunicación posee sobre “el
pensar” del hombre moderno que se ha tornado en un verdadero modelador de
subjetividades.
Pero volviendo al estigma y a los funcionarios recientemente
designados, es interesante observar uno de los artículos publicados por el
diario “La Nación” (20/11/13) respecto del flamante ministro de economía:
“Kicillof, el economista marxista que se queda con todo el timón”.
El artículo en cuestión intenta brindar “un perfil” del
designado ministro, Axel Kicillof, quien es reconocido en el mundo académico
por sus trabajos sobre John Maynard Keynes, el destacado economista británico
autor de la Teoría General del empleo, el
interés y el dinero que, entre otras cosas, marcó una fuerte influencia en
el pensamiento macroeconómico del siglo XX.
Es común y, por otra parte lógico, ubicar al pensamiento
keynesiano (o neokeynesiano) contraponiéndolo al pensamiento “liberal o clásico” (neoliberal) en el campo de la
economía. Extremando las simplificaciones, podríamos decir que el keynesianismo
aboga específicamente por una mayor participación estatal en el quehacer
económico; convirtiendo al Estado en una herramienta indispensable no solo para
la superación de las crisis económicas; sino también como factor determinante para promover el
desarrollo y el pleno empleo. Al estudio
minucioso de esta teoría se abocó el actual ministro de economía durante largos
años; sin embargo, y con el propósito de sembrar sobre Kicillof una suerte de
funcionario a temer, el mentado artículo expresa:
“A pesar de ser un
gran estudioso del economista inglés John Maynard Keynes, que propugnó por una
mayor intervención estatal, Kicillof es un marxista declarado. Axel leyó El Capital y es marxista, pero es su pensamiento académico.
No es algo que vaya a aplicar efectivamente", previno un compañero que lo
conoce de la facultad”.
Vaya, menudo razonamiento, si leo “La interpretación de los
sueños” soy freudiano, si leo los Santos Evangelios puedo ser jesuita, si leo a
Voltaire soy anticlerical y, por supuesto, si leo “Das Kapital” soy marxista. ¡¡Que
dominio de la lógica!!
Lo sorprendente no es que lo haya manifestado un compañero
de Axel -y hasta es muy probable que ese
"compañero" sea ficticio-, lo que sorprende es que una nota reproduzca no solo
ese “diálogo”; sino que el título de la misma sea como ya lo señalamos: “Axel
Kicillof, el economista marxista”.
Poco interesa a los destinos del país que el ministro de
economía sea marxista o no lo sea; lo que interesa es que las medidas que
adopte se enderecen a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los
argentinos y a fortalecer nuestra soberanía económica. Sin embargo no es una
calificación desprovista de intencionalidades; pues, sucede que a lo largo de los tiempos y, muy
especialmente, durante la última dictadura militar el calificativo de
“marxista” ha sido empleado como sinónimo de “subversivo”, “terrorista”, “diabólico”, y miles de
apelativos más tendientes a estigmatizar a quien no solo adhería a esa
concepción política; sino también a quien la conociese. Y esa impronta aún
perdura en vastos sectores de la clase media que, a que fuerza de
desconocer la teoría del filósofo
alemán, suponen que el marxismo es una suerte de “doctrina diabólica” que viene
a dispersar sus males por el mundo y a devorarse el sistema capitalista. No por casualidad, a comienzos de este año cuando el economista regresaba de la Ciudad de Colonia (Uruguay) junto a su familia a bordo de un barco de la empresa Buquebus, algunos de los pasajeros embarcados comenzaron a vertir insultos sobre el funcionario y entre los calificativos aplicados, a modo de ofensa, se le endilgaba el de "marxista"; como si eso fuese un término oprobioso.
Evidentemente, este prejuicio estigmatizante es aprovechado por los medios dominantes para llevar agua hacia su molino (léase, para robustecer su ideología y mediante ella sus intereses) y, de ese modo, sembrar el rechazo hacia la figura del joven ministro.
Evidentemente, este prejuicio estigmatizante es aprovechado por los medios dominantes para llevar agua hacia su molino (léase, para robustecer su ideología y mediante ella sus intereses) y, de ese modo, sembrar el rechazo hacia la figura del joven ministro.
Al árbol hay que juzgarlo por los frutos y no por el color
de sus hojas; pero obviamente el ciego
dogmatismo -expresado por los medios y
la oposición política- no distingue una cosa de la otra.
Solo lo motiva su afán de ver postrado a un gobierno que reivindicó al Estado como herramienta indispensable para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.
Solo lo motiva su afán de ver postrado a un gobierno que reivindicó al Estado como herramienta indispensable para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.
Ya en otro artículo del mismo diario otro de esos
periodistas “estrellas”, Joaquín Morales Sola sostuvo: “La designación de Kicillof anuncia nuevas
prohibiciones. Se acabará pronto, por ejemplo, la fiesta argentina del turismo
en el exterior. Y, por consiguiente, subirán los precios del turismo en el
interior. La economía es inmanejable con criterios tan viejos. Kicillof expresa
una radicalización de las políticas presidenciales. Enamorado de Marx y de
Keynes, el nuevo ministro desprecia la seguridad jurídica”. La enunciada
expresión encierra un conjunto de contradicciones con respecto a posturas
anteriores del “destacado columnista” donde fustigó aquella medida de gobierno
tendiente a restringir la venta indiscriminada de divisas (generadora, por otra parte, de los incidentes padecidos por Kicillof) y que los periodistas
neoliberales, como Sola, dieron en llamar “el cepo cambiario”.
Obviamente, anunciar el “fin de la fiesta de los turistas argentinos que viajan al exterior” -más allá que sea una profecía sin asidero- revela el reconocimiento de que el denominado “cepo cambiario” no resultó ser un dispositivo tan severo como lo pintaban. Otra de las frutillitas de la texto mencionado, es la de desechar las teorías económicas por criterios cronológicos y no por la efectividad en su aplicación. Máxime si se tiene en cuenta que el fundamento teórico en el que abrevan estos “críticos”, no muy avezados por cierto, son las obras de economistas liberales del siglo XVIII y siglo XIX (Adam Smith y David Ricardo) remozadas por Friedrich Von Hayek y Milton Friedman el siglo XX.
Obviamente, anunciar el “fin de la fiesta de los turistas argentinos que viajan al exterior” -más allá que sea una profecía sin asidero- revela el reconocimiento de que el denominado “cepo cambiario” no resultó ser un dispositivo tan severo como lo pintaban. Otra de las frutillitas de la texto mencionado, es la de desechar las teorías económicas por criterios cronológicos y no por la efectividad en su aplicación. Máxime si se tiene en cuenta que el fundamento teórico en el que abrevan estos “críticos”, no muy avezados por cierto, son las obras de economistas liberales del siglo XVIII y siglo XIX (Adam Smith y David Ricardo) remozadas por Friedrich Von Hayek y Milton Friedman el siglo XX.
En otro de sus párrafos el amanuense neoliberal añade: “Los
mercados lo recibieron a Kicillof como era previsible, con una notable falta de
confianza. Extraña decisión la de Cristina: la desconfianza en la economía era
el problema más urgente a resolver, y ella le agregó más incertidumbre. A la
Presidenta le importa la ideología, no sus resultados. Kicillof fue el autor de
la violenta confiscación de YPF que condena a Vaca muerta a ser un diamante del
petróleo despreciado por los petroleros”.
Los comentarios son irrisorios,
por la absoluta falsedad de "la información". No solo porque Argentina tuvo (y tiene) muchísimas
ofertas de empresas internacionales para la explotación de la zona mencionada
(Vaca Muerta); sino porque la reacción de los mercados no evidenció signos de
preocupación alguna. Por el contrario, la mayoría de los sectores
empresariales, en principio, recibieron los anuncios con cierta dosis de optimismo. A
excepción, obviamente, del denominado “Círculo Rojo”que (ideológicamente podrían integrar los periodistas de "La Nación") propicia un retorno a
la economía de los 90.
En línea con los cultivadores del miedo desolador, la denunciadora
serial, Elisa Carrió, salió a despotricar en las cámaras de TN (Todo Noticias)contra el
flamante Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, diciendo entre otras cosas que es
“el corrupto más dulce de la Argentina” y que a su vez es el que “le arma el
discurso a Duhalde”.
Es llamativo que alguien que suele arrogarse una suerte de
personificación de la moral, cuando fue oportunamente demandada, precisamente,
por el Sr. Eduardo Duhalde (dirigente no digno de nuestra consideración), por
calumnias e injurias; no solo se retractó de sus rimbombantes expresiones
mediáticas sin aportar, como es su costumbre, una sola prueba a su denuncia. Sino que además “pidió perdón”
públicamente; sosteniendo luego, que en
ningún momento quiso poner en duda la honorabilidad del demandante.
Como vemos, los hechos hablan por si solos,con semejante precedente resulta extremadamente difícil
otorgarle algún viso de credibilidad a la flamante diputada porteña. Que, por otra parte, no se
detuvo ahí; sino que para no ser menos cuestionó la formación estatista de Axel
Kicillof identificándolo con “el mal en la Argentina”.
Al parecer, la apelación a los estigmas es una costumbre muy
arraigada en los liberales argentinos, que pretenden disfrazar de cierta cobertura “científica y moral” a
todo lo que ellos expresan; cuando en realidad carecen de fundamentos sólidos
para debatir propuestas y de comportamientos éticos para una discusión sincera.
Es verdaderamente lamentable, pero cada vez sorprende menos, observar cómo,
en ciertas y determinadas personas, el deseo ha enceguecido, definitivamente, los ojos de la razón.
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