Finalizadas
las elecciones legislativas de octubre, son variadas las lecturas que se
realizan conforme al número de votos obtenido por cada candidato. Sin duda
prolifera la interpretación dominante
impulsada por los medios hegemónicos de comunicación que vaticina el final del
Kirchnerismo. Obviamente esta hipótesis, de cara al 2015, se asienta no solo en
el reciente resultado comicial; sino en la antipatía que los medios en cuestión
(Clarín, La Nación y en menor grado Perfil) despliegan en relación a esa fuerza
política.
Es curioso
observar como “la interpretación dominante” ningunea a casi una decena de estados
provinciales -más allá de los votos obtenidos en los distritos adversos, donde
el FPV igual obtuvo un alto porcentaje de votos- que dieron su respaldo al oficialismo
y que, al parecer, no son tenidos en cuenta en las proyecciones futuras. Tal
vez porque la lógica de estos medios se entronque con la mirada porteña y del Conurbano
bonaerense; una suerte de “revival” del pensamiento unitario en desmedro del
federalismo.
Así, poco se
habla en estos medios de la gran elección realizada -por solo citar dos ejemplos-
de los gobernadores de Chaco o Entre Ríos (Capitanich y Uribarri respectivamente)
que, eventualmente, los colocaría en carrera para las presidenciales del 2015.
Sin embargo, los analistas del denominado “periodismo independiente” ya
preanuncian de antemano, como futuros presidenciables, los nombres de Massa,
Macri y hasta del derrotado Scioli; todos ellos funcionales, obviamente, a los
intereses del establishment económico-mediático.
Es,
precisamente, en función de esta hipótesis que podemos afirmar que el gran ganador en estos comicios legislativos ha sido, por el momento,
nada menos que: el poder mediático. Ahora
bien, que repercusiones puede traer este “triunfo” de los medios en el
escenario político local. No se trata de hacer futurología pero, experiencia mediante,
no sería descabellado suponer que a partir de ahora recrudecerán los intentos
desestabilizadores nuevamente: las corridas del dólar, la amplificación de la sensación
de inseguridad virtual amalgamada con la real, la mentira revestida de
información para dinamitar al gobierno, los “tradicionales saqueos” que surgen
en las fechas navideñas, etc., etc.
Todo sería
válido y necesario para acelerar la retirada de un gobierno que osó poner en jaque
el predominio de los sectores dominantes; en consecuencia, sería bueno darle
una lección para sentar precedentes. Claro que, por suerte, nuestra presidenta
no ha dado muestra de doblegarse y todo hace suponer que continuará en su
rumbo; se podrá decir que no se trata de un gobierno revolucionario y,
evidentemente, es así. Sin embargo, vale la pena resaltar que, el establishment
no le teme a las revoluciones (si así fuere, no hubiere permitido que muchos de
los integrantes de izquierda deambularan por los medios para criticar a la
actual presidenta. Sería bueno ahora observar a cuántos de ellos van a invitar
en el futuro para criticar a “sus candidatos”) porque conocen la escasa o nula
probabilidad de materializarse en los tiempos que corren. Sin embargo, sí les
temen a los gobiernos populares porque son éstos los que pueden emprender un
proceso de transformación social que en lo inmediato suprima sus privilegios y
con alcances impredecibles a largo plazo. Lo cierto es que se abre un abanico
de interrogantes no solo para nuestro país; sino también para el futuro de la
región.
¿Qué pasaría
con el Mercosur o Unasur en el 2015 si alguno de los candidatos “bendecidos”
por los medios llegara a la máxima magistratura?
Mejor no
imaginarlo para no preocupar a nuestros hermanos latinoamericanos.
Otro
interrogante a develar es cuál será la actitud de la Corte ante el eternamente
postergado fallo sobre la ley de medios. Se habrán percatados los supremos
miembros respecto del gran poder de manipulación que ejercen los medios
hegemónicos sobre “la conciencia ciudadana”; y el riesgo de caer en una
sociedad teledirigida.
Y conste que
no estamos hablando de "la derrota electoral" del kirchnerismo que, por otra
parte, suficientes errores cometió como para debilitar su posición política.
Sino como los medios pueden instalar candidatos que, sin decir nada, terminen
cosechando gran parte de los votos de la ciudadanía o como omitiendo brindar
información sobre la mala gestión de determinado candidato colaboran,
intencionadamente, en preservar su imagen para que el ciudadano común le brinde
un respaldo asentado en el desconocimiento. Ni hablar ya de las mentiras
editadas para descalificar a los políticos que no les son afines.
¿Estará
dispuesta la Corte Suprema a poner fin a estos abusos o preferirá no confrontar
con el Poder Mediático y dejar en sus manos la configuración de “la conciencia
ciudadana”?
La actitud
del Poder Judicial últimamente no nos brinda un panorama alentador para quienes
pretendemos la democratización de los medios en nuestro país. Sin embargo, y
como diría Spinoza “el hombre es esencialmente deseo”; por ende, no podemos
reprimirlo del todo. Así que un mínimo de esperanza estamos dispuestos a
conservar, claro que “los ganadores” de los recientes comicios harán lo suyo
para disolverla.
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