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domingo, 22 de mayo de 2011

Europa, España, el FMI y los gobiernos populistas


                                 






La crisis internacional que lejos de disminuir sus efectos continúa avanzando en la Vieja Europa pone de manifiesto un hecho francamente revelador y, tal vez, no ponderado por algunos argentinos. Concretamente: que nuestro querido país salió de su crisis no porque soplaran vientos benéficos (como algún análisis mendaz pueda sugerir) en estos lares; sino por la firme decisión gubernamental de implementar políticas de Estado tendientes a garantizar el desarrollo económico y soberano de nuestra nación.
Basta echar una simple mirada sobre lo que acontece en España, Portugal, Irlanda y Grecia para detectar un factor determinante (específicamente, el mismo que azotó oportunamente nuestra economía) en la generación de las respectivas crisis, a saber: las políticas de ajuste sugeridas por el FMI.
Lo peor del caso es que cada uno de éstos países ignora la experiencia histórica proporcionada por la Argentina cuando merced a la servil subordinación de sus gobernantes y afines (Menem, De la Rua, con el inconfundible aporte de Domingo F. Cavallo, más un sinnúmero de economistas, corporaciones y medios de comunicación) lograron hacer creer a la población local que el Estado nacional se hallaba hipertrofiado, lo que sugería inexorablemente reducir el gasto público, desprenderse de las empresas estatales y continuar con el pago de una deuda externa que, entre otras cosas, asfixiaba nuestra economía de manera recurrente.
Lo cierto es que fueron esas políticas neoliberales las que condujeron a nuestro país al abismo y a la implosión producida en el año 2001.
Cualquier argentino recordará que la única salida que tenía para evitar la crisis era, nada menos que, la de viajar y radicarse en el exterior. Claro que esa “supuesta” única salida estaba al alcance de quienes podían costearse el respectivo pasaje y viajar rumbo a donde, contacto mediante, pudiesen instalarse "definitivamente" en ese nuevo espacio geografíco.
El peor problema, entonces, recaía sobre aquellos que no disponiendo de contactos, ni dinero para su pasaje, se veían “condenados” a quedarse en el país. Como no recordar, por ejemplo, aquellos amigos que instalados en el Viejo Continente nos incitaban a viajar para escapar de los denominados “males autóctonos”.
Si hasta se nos hacía creer que los males de Argentina eran consecuencia de “los argentinos”; porque, supuestamente, no haciamos bien los deberes exigidos, taxativamente, por el FMI.
Era muy común escuchar aquello de que en Europa (fundamentalmente en España) esas cosas no sucedían. 
Sin embargo, al cabo de dos años la tragedia local comenzó a desvanecerse y no, precisamente, debido a las fuertes corrientes eólicas. Sino a raíz de la llegada al gobierno de un señor flacucho y alto que proveniente de Santa Cruz y con la complicidad de su inseparable compañera de vida, comenzaron a ejecutar políticas públicas diametralmente opuestas a las sugeridas por el FMI.
Lo cierto es que por primera vez en años no se le hacía caso al Fondo y, con el auspicio del matrimonio en cuestión, comenzamos a resolver los problemas con criterios argentinos.
Y resultó que de esa manera, y gracias a Néstor y Cristina Kirchner, la Argentina inició un proceso de recuperación económica y social ininterrumpido. Hecho éste que posibilitó no solo devolverle la sonrisa a buena parte de aquellos que se habían quedado en la Argentina; sino que, a su vez, muchos de quienes habían emigrado oportunamente, ahora pugnaban por retornar a su patria.
Y no solo nuestros connacionales quisieron viajar nuevamente a la Argentina; también los extranjeros, pues, si observamos que solo en los últimos dos años ingresaron 34.000 españoles con el propósito de estudiar o trabajar en Argentina, podemos afirmar –y mal que les pese a los agoreros liberales- que éste es un país con proyección de futuro. Al fín y al cabo, nadie escapa de una crisis en dirección a un país que no ofrezca posibilidades.
Como vemos, es lógico concluir que la salud de una nación no depende de los buenos vientos, ni de su condición genética; sino de la aptitud de sus gobernantes y de las políticas que implementen en el ejercicio de la función pública.
Los Kirchner y los Fernández (no le quitemos mérito al apellido de la presidente, mucho menos teniendo en cuenta que hay otro en la jefatura de gabinete) han dado palmarias muestras de aptitud, criterio y firmes convicciones para conducir la nave del Estado.
Y muchos de los españoles que aquí se encuentran podrán adquirir un verdadero aprendizaje de ésta experiencia y comentarle a sus compatriotas que para salir de un desempleo del orden del 25%, para obtener una balanza comercial acorde a las necesidades de su país, para evitar caídas en las ventas minoristas del 8% interanual –lo que representa una disminución notoria de la capacidad de consumo de los ibéricos-, no es menester reducir el gasto público, ni políticas de austeridad, ni mucho menos subordinarse a las políticas de ajuste y monitoreo del FMI como los medios de comunicación asociados al poder económico le vienen sugiriendo sistemáticamente.
Por el contrario, es preciso comprometerse con la política y brindar un sostenido apoyo a aquellos dirigentes dispuestos a impulsar políticas soberanas orientadas a mejorar la calidad de vida de su pueblo. Eso que los politólogos y comunicadores sociales funcionales al sistema de poder imperante descalifican como populistas.
No es fruto de la casualidad que los gobiernos populistas estén sobrellevando la crisis económica internacional de la mejor manera posible y sin descargar sus perniciosos efectos sobre las espaldas del pueblo.
No es tampoco casualidad que los defensores del status quo internacional procuren descalificar a aquellos gobiernos que con sentido de equidad arbitran los medios necesarios, a través del Estado, para evitar las distorsiones que genera el libre mercado evitando, de ese modo, que la riqueza se concentre en pocas manos.
Por eso, y en virtud de lo que acontece en el mundo actual, debemos señalar que por fortuna, para los habitantes de buena parte de la región latinoamericana, ha llegado el turno de los denominados gobiernos populistas. Esos que al decir de los "politólogos mal intencionados" estan lejos de comportarse como una democracia parlamentaria.
Lo que al parecer "ignoran" estos señores es que la democracia no se legitima, exclusivamente, en base a la observancia de sus procedimientos formales que de hecho son respetados por los, peyorativamente
denominados, "gobiernos populistas". Sino que, y por sobretodo, el principal sostén de legitimación radica en atender los auténticos reclamos populares; eso que en el ámbito del derecho se conoce con el nombre de legitimidad de ejercicio. Cosa que hoy acontece en nuestra querida nación, al igual que en algunos países sudamericanos.
Y decimos por fortuna, porque históricamente durante el ejercicio de los “pocos gobiernos populistas” que tuvimos, no solo se obtuvo como correlato el desarrollo económico-social de nuestra nación; sino lo más importante: la felicidad de la gran mayoría de nuestro pueblo.            

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