Hace un año los argentinos nos acongojábamos por la noticia. Los informativos radiofónicos y televisivos anunciaban la pérdida de quien iba a convertirse, desde entonces, en el político -junto con Cristina- más apreciado de la historia argentina de los últimas décadas.
La noticia era extremadamente cruel para muchos de nosotros. Recuerdo que en lo personal maldecía al destino por interrumpir la existencia de quien, a mi juicio y de muchos otros, iba a sacar al país definitivamente de la senda de las frustraciones.
La tragedia se hizo carne y hasta recuerdo que no cesaba de llorar; era una mezcla de dolor y bronca, de impotencia, de desaliento y sin cesar repetía: ¿Porque tiene que pasarnos ésto en este preciso momento? ¡¡Cuando más lo necesitamos!!!
La muerte de quien fuere, para los seres verdaderamente "humanos", siempre es motivo de rechazo; pero ésta en partícular, era por demás dolorosa por la supresión de una vida, por de quien se trataba, por las implicancias que semejante pérdida podía tener para nuestro pueblo y para el futuro de la patria y hasta por el futuro de la región.
Otra vez la fortuna abandonaba a nuestra nación, otra vez los buitres iban a estar al acecho, dispuestos a despedazar el cuerpo de la patria e interrumpir el progreso de nuestro pueblo.
La incognita para muchos de nosotros se cifró en la ineludible pregunta: ¿Como va a reaccionar Cristina? ¿El inmenso dolor llegará a paralizarla? ¿Como procederá ahora en la soledad de las decisiones?
La continuidad de ésta historia ya la conocemos; no poníamos en duda las cualidades de Cristina, todos sabíamos que -al igual que Néstor- era (y lo es) un excelente cuadro político; pero claro, no es fácil sobreponerse a semejante golpe. Ni tampoco creemos que uno pueda sobreponerse definitivamente.
La profundidad del dolor que la inoportuna desdicha asesto sobre la humanidad de nuestra Presidenta resultó inconmensurable. Sin embargo, su fuerza y su compromiso para con su compañero de vida y, obviamente, para con su pueblo morigeraron el dolor y continuó transitando la senda que conduce al engrandecimiento del país. Y logró, con su accionar, que recordemos a Néstor no con nostalgia; sino con una inmensa alegría.
Quienes concebimos a la política como aquella herramienta que posibilita la transformación de la sociedad orientada en sentido de justicia, vamos a estar eternamente agradecidos a Néstor y Cristina.
Somos conscientes de las limitaciones humanas, reconocemos nuestra condición de mortales; pero tambien sabemos que hay ciertas personas que han sido capaces de derrotar esa condicion.
Y Néstor ha sido, sin ninguna duda, uno de esos hombres que derrotó a la muerte!!
Hace un año con lágrimas en los ojos escribíamos la nota siguiente y, en aquel entonces, algunos de los editorialistas del diario La Nación ya se refregaban las manos a la espera de "un cambio". Un año despues, nos alegra saber que el "cambio" que ellos propiciaban no llegó, ni va a llegar!! Y por cierto, el legado se hizo realidad!!
La muerte y el legado de Kirchner
Es inevitable que cuando ocurre un hecho de esta naturaleza aquellos que hemos sido militantes políticos intentemos reflexionar sobre lo acontecido situados desde la perspectiva del pasado con el propósito de comprender, en alguna medida, el rumbo del devenir político de nuestra nación.
Y observando la historia reciente de nuestro país, esto es remontándonos a solo dos o tres décadas atrás, percibimos que la realidad política de la Argentina es susceptible de ser dividida en un antes y un después de la llegada de Néstor Kirchner a la más alta magistratura.
Aquellos que en la década del 80, por primera vez ejercíamos el sufragio universal fuimos asistiendo, sin solución de continuidad, a una sucesión de frustraciones que socavaron nuestra fe democrática y terminaron haciéndonos creer que en la Argentina solo había lugar para perpetuación de una “democracia formal” valorizada por cierto, pero incapaz de dar respuesta a las demandas populares.
Esto trajo como corolario el paulatino descrédito de la política y el reclamo unánime de la ciudadanía coreando “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
Corría el año 2001, era la época en que, a pedido de la gente, se debían ir “todos los políticos” de este país porque declamaban una cosa desde la tribuna y desde el gobierno ejecutaban medidas “de ajuste y austeridad” que no tenían otro propósito que restringir el salario, la educación, la salud y los derechos de la mayoría de la población.
La política se había convertido en una suerte de “balsa desideologizada” que, orientada por la brújula provista por el FMI, posibilitaba la cómoda “supervivencia” de unos pocos mientras el resto del país se hundía estrepitosamente en el fondo de las aguas, en lo que podíamos calificar como “el diluvio argentino”.
La “danza de la lluvia” que desencadenó el mentado diluvio fue promovida por los sectores dominantes y tristemente representada por “destacados” políticos del siglo pasado que al compás de la Orquesta del Liberalismo Económico no cesaban de bailar la Sinfonía del Libre Mercado.
Paradojalmente, y luego de sucederse tres presidentes en un año, en el 2002 uno de los más “sobresalientes danzarines”, el Sr. Eduardo Duhalde, se hizo cargo del gobierno en forma transitoria, específicamente, hasta la convocatoria de un nuevo llamado a elecciones.
Una vez efectivizada la contienda electoral, solo dos contendientes quedaron en carrera para asumir la presidencia de nuestra vapuleada República: uno, quien había sido promovedor directo de la gran catástrofe nacional Eduardo S. Menem y, el otro, era el gobernador de la Provincia de Santa Cruz, Néstor Kirchner, quién no era suficientemente conocido para aquellos desvinculados al ámbito de la militancia política.
Lo cierto, es que la suerte nos jugo a favor en aquel entonces. Y ese hombre flaco de mirada desorientadora y de cuerdas vocales no muy aptas para el ejercicio de la oratoria que, para algunos especialistas en marketing político, no podía llegar a visitar tan siquiera la Casa Rosada; no solo llegó sino que cambió el frustrante curso de la historia nacional para conducirnos por un derrotero promisorio.
Si uno centra la mirada en la Argentina anterior a la asunción de Kirchner y, luego, la compara con la Argentina “ex post” se dará cuenta de lo que estoy hablando.
Y pensar que algunos ilusos por entonces veían a Néstor como la futura marioneta de Duhalde; son los mismos que hoy critican por izquierda a un gobierno que paulatinamente viene recomponiendo el tejido social en la Argentina e integrándola, simultáneamente, a eso que hemos dado en llamar la Patria Grande.
Sin duda, falta mucho por hacer, pero también ha sido mucho lo que se hizo, especialmente, en dotar de contenido a la democracia y romper con el discurso dominante donde nada era posible: ni enjuiciar a los militares por sus crímenes, ni confrontar con el FMI, ni rechazar el ALCA, ni desterrar las políticas monetaristas, ni suprimir las relaciones carnales con USA, etc.,etc.
Kirchner demostró que se podían romper esos límites y en esa tarea no estaba solo, su esposa por aquel entonces legisladora nacional era –y, obviamente, lo es- un cuadro político excepcional que acompañó en todo momento al ya popularizado “Pingüino” e, inexorablemente, incidió en buena parte de la toma de sus decisiones. Contrariamente, a lo que nos quieren hacer creer, deliberadamente, hoy los medios de comunicación en la Argentina.
Son los mismos medios que, en vida de Néstor se ensañaban contra su persona diciendo que era un “autoritario”, que “fomentaba el divisionismo social”, que “crispaba a la sociedad”, “que no buscaba el consenso”, etc. etc... Ahora resulta ser, según ellos, que era un estadista y que su ausencia “ha dejado un vacío de poder” que no podrá llenar la Presidenta.
Lógicamente, la intencionalidad oculta de este discurso es convencer a los distraídos que la Presidenta no esta a la altura de las circunstancias para gobernar; excepto –como lo han manifestado dos deleznables opinólogos del establishment Joaquín M. Solá y Rosendo Fraga- que cambie de orientación política. Es decir que termine con lo que ellos califican como “modelo populista”.
No existen dudas que Néstor Kirchner era lo más cercano a un estadista, forjado al calor de aquella militancia que concebía a la política como una actividad totalizadora; por ende, no podía dejar de contemplar la realidad desde un análisis y una visión ampliamente abarcativa que es lo que caracteriza a un verdadero hombre de estado.
Y, precisamente, un estadista no desconoce que en el desarrollo de su accionar la estrategia y la táctica política son herramientas indispensables al momento de procurar determinados logros para su pueblo.
Y así fue dando las correspondientes batallas oportunamente, tanto durante su gobierno como durante el gobierno de Cristina; al fin de cuentas estamos hablando de un mismo proyecto político corporizado tanto en cabeza de Néstor como en la persona de nuestra Presidenta.
Así se anularon las leyes de obediencia debida y de punto final, se reestructuró la deuda externa, se reestatizaron los fondos del sistema previsional, se sancionó la ley de matrimonio civil igualitario, la asignación universal por hijo, la ley de servicios de comunicación audiovisual; medidas todas éstas inimaginables si Néstor o Cristina no hubiesen sido nuestros presidentes.
Por eso, los cuestionamientos que desde ciertos sectores autodenominados “progresistas” se le hicieron a los Kirchner son verdaderamente infantiles; la vida no se constituye merced a un conglomerado de abstracciones, sino en virtud de un conjunto de actos concretos que la van modelando.
Y han sido esos actos concretos lo que posibilitaron durante el gobierno de Néstor y Cristina que, en nuestro país, la política vuelva a ocupar el lugar que le corresponde, que la juventud vuelva a interesarse por lo que acontece, que de a poco el pueblo procure ser protagonista principal de la historia argentina, que los sectores más marginales comiencen a sentir que, por primera vez en años, un gobierno los tiene en cuenta y no, exclusivamente, en el momento de necesitar sus votos.
Sería demasiado extenso enumerar la cantidad de cosas que se fueron haciendo a lo largo de estos últimos años, tanto en materia de derechos sociales y civiles. Y no hace falta hacer mención de los avances obtenidos en materia de derechos humanos.
Muchas veces ingenuamente se concebía a “los procesos sociales como productos inexorables del devenir histórico” minimizando, o en su defecto no ponderando lo suficiente, el papel que podían desarrollar los líderes políticos en la vida de los pueblos.
No hay cambio posible en ausencia de liderazgos, y la actualidad nos demuestra como se vienen realizando grandes cambios en Latinoamérica en virtud de la existencia de líderes sobresalientes en la región.
Los argentinos hemos perdido uno, tal vez el más importante de estos últimos tiempos. Nos queda Cristina que no es poca cosa y, no debería sorprendernos que, con su brillantez, termine demostrándonos que es una estadista más.
La tarea no será fácil, son muchos los condicionantes que en la concreta realidad deberán sortearse, pero el país ya no es el mismo y eso potencia la posibilidad de consumar la obra.
Y ese cambio que hoy experimentamos, nos permite imaginar la construcción de un nuevo país, que no hubiera sido posible sin la llegada de los Kirchner al poder.
Fueron ellos los que edificaron el puente para que la sociedad se reencuentre con la política y, fruto de ese mismo reencuentro, surgió el interés de los jóvenes por el quehacer político. Y eso, el establishment no se lo va a perdonar jamás a los Kirchner; al fin y al cabo, si los jóvenes sienten la política como propia que difícil les resultará preservar a lo largo del tiempo el “Status Quo”.
De ahí, que quienes crean que los Kirchner han hecho poco, revelan un profundo desconocimiento de la experiencia proporcionada por la historia.
JRC
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