Es irritante observar como los cultores de la ideología
neoliberal se empeñan cotidianamente en justificar la puesta en marcha de un
programa económico y social cuyo propósito consiste en empobrecer a la gran
mayoría de la población y, paralelamente, dinamitar todo lo que represente
algún conato industrialista.
Sin duda, no son muy originales en su construcción
discursiva, pues, por el contrario, la andanada de estólidos “argumentos” a los
que recurren, forman parte de las tradicionales y arcaicas fábulas para
incautos que, triste es reconocerlo, suele ser muy eficaz al momento de engañar
a vastos sectores de la ciudadanía argentina.
Así por ejemplo, no es inusual escuchar en los medios de
comunicación a los funcionarios oficiales o a sus agentes de propaganda
privados (economistas de la City) hablar de que el principal objetivo del
gobierno “es combatir la inflación” heredada, según ellos, del gobierno
anterior.
Cualquiera que conozca un poco los principios que rigen la
economía -y con más razón si ha vivido en la Argentina- no ignora que el mero
hecho de devaluar el peso en las proporciones que el actual gobierno lo hizo,
iba a provocar una escalada inflacionaria de una magnitud exorbitante. Además
de generar, como es ostensible, una pérdida sustancial del poder adquisitivo de
los trabajadores que ya alcanza el orden del 50%. Como vemos, en vez de atenuar
el supuesto mal que aqueja a la sociedad argentina, conforme al diagnóstico que
ellos mismos hacían, han optado por profundizarlo.
Como diría el célebre Don Arturo “Estos asesores no se proponen curar al enfermo sino matarlo”, y
las medidas instrumentadas corroboran semejante afirmación.
Es llamativo que en esta época donde se habla tanto del
“sinceramiento de precios”, nada se hable de la necesidad de sincerar las
expresiones de algunos funcionarios, a los que todavía seguimos escuchando
hacer referencia al concepto, vacío por cierto, de “Pobreza Cero”. Al parecer, para los nuevos gobernantes, la sinceridad ha dejado de ser un
atributo humano para pasar a ser una cualificación de las mercancías. De lo
contrario, no escucharíamos a muchos de estos señores decir que “la inflación
nos perjudica a todos”; pues, sería más digno que se llamen a silencio antes de
afirmar cosas que no son ciertas. Si nos hablasen con honestidad, reconocerían
que detrás de todo proceso inflacionario se esconde la verdadera pugna por el
reparto de la riqueza, y el sector más profundamente perjudicado a la hora de
la repartija es, sin lugar a dudas, el sector asalariado.
Precisamente es esa ausencia de sinceridad la que les
permite responsabilizar al gobierno anterior de la disparada inflacionaria de
estos últimos meses; omitiendo que “el galope inflacionario” tuvo lugar, en principio,
cuando anunciaron la devaluación de la moneda y, posteriormente, cuando se
salió del denominado “cepo cambiario” para introducir la divisa en las
turbulentas aguas del “libre mercado”.
Pero para comprender más lo que estamos diciendo, cotejemos
el actual proceder del equipo económico en materia de devaluación, con el
ejecutado por el gobierno anterior.
Es lógico reconocer que en enero del 2014 el gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner se vio forzado a devaluar por una pluralidad de
motivos (merma de reservas como consecuencia de la ejecución de políticas de desendeudamiento,
fuertes presiones del “mercado” para depreciar el peso, constante fuga de
capitales, etc.), la devaluación no fue para nada menor; sino que osciló entre
el 30 y el 35% entre los meses de noviembre de 2013 a marzo de 2014. Sin
embargo, el gobierno adoptó un conjunto de medidas que terminaron reduciendo a
la mínima expresión el impacto devaluatorio sobre el grueso de la población. A
saber: aumentó la Asignación Universal por Hijo (AUH), las jubilaciones y
pensiones, posibilitó acuerdos salariales con paritarias sin techo alguno, ejecutó
la política de precios cuidados, impulsó la compra en cuotas mediante el plan
“Ahora 12”; preservando de ese modo el poder adquisitivo de la población sin
menoscabar la demanda en el mercado interno y, de ese modo, procurar mantener
incólume los índices de ocupación en la Argentina.
En cambio, el actual gobierno de “Cambiemos” procedió de
manera diametralmente opuesta: Devaluó la moneda en un 40%, permitiendo a su
vez que el mercado continúe con el proceso devaluatorio (ya casi alcanza un 60%
y nada asegura que se ha de detener), para peor eliminó las retenciones y los
cupos de exportación lo que facilitó el proceso remarcatorio en materia de
alimentos, decidió promover un aumento del combustible, no fue capaz de adoptar
una sola medida para atenuar o compensar la desmesurada pérdida del poder
adquisitivo de los trabajadores; por el contrario, despidió un elevadísimo
número de empleados públicos (alrededor de 50.000 por el momento), suprimió las
barreras arancelarias para facilitar el acceso de productos importados lo que
ya está determinando el por ahora incipiente, pero por demás preocupante, cese
de las actividades de las industrias locales y, como añadido, paralizó todo
emprendimiento en materia de obras públicas. No hablemos aun de los anunciados “tarifazos”
y del nuevo aumento de la nafta que va a incidir en mayor medida en el índice
inflacionario del mes de marzo.
En fin, como es sencillo de apreciar, las diferencias son
notorias. Mientras que en el 2014 se adoptaron un conjunto de medidas
tendientes a proteger a los asalariados y no provocar una fuerte transferencia
de ingresos en perjuicio de la gran mayoría de la población; ahora, en cambio,
se instrumentan una serie de medidas tendientes a beneficiar a un sector
minoritario de la población en detrimento de la gran masa poblacional.
Es evidente que la idea que nos ofrece el macrismo de combatir la
inflación es a base de corroer el consumo popular. Ahora bien, si la política
antiinflacionaria consiste esencialmente en reducir la demanda a límites
estrechos, hasta llevarla a una suerte de “Consumo Cero”, el resultado ha de
ser, indefectiblemente, un gigantesco cementerio.
No existen dudas que el fantasma de la inflación ha sido de
suma utilidad para, en ocasiones, atemorizar a los pueblos y condenarlos a que
acepten sumisamente la ejecución de políticas que atentan contra sus intereses.
Cualquiera puede recordar como durante el gobierno del presidente Alfonsín los
grandes grupos económicos estimularon el proceso inflacionario para provocar su
finalización anticipada del mandato. Lo que luego derivo en los planes de
ajuste del gobierno menemista. Con esto no estamos planteando ignorar todo
proceso inflacionario, sino por el contrario, indagar en las verdaderas causas
y observar las medidas adoptadas para combatirla. Pues allí sabremos si se nos
habla con la verdad o solo se nos engaña.
El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz sostuvo: “Cuando nos dicen que la inflación es el
impuesto más cruel, sospechemos, ya que solo cuando es muy alta puede afectar
el crecimiento de un país. La preocupación principal del mercado financiero
nunca han sido los pobres.” (1)
Bien lo señaló el destacado economista cuando adujo que la
inflación no es un problema en sí misma, sino por las consecuencias que puede
traer aparejada en torno al empleo, al crecimiento o a la distribución del
ingreso. Después de todo, se puede sobrellevar una vida con cierto bienestar
aun con un índice inflacionario razonable y, por otra parte, se puede vivir
pesimamente mal en el marco de una economía sin inflación. Claro que la
ortodoxia neoliberal es incapaz de reconocer estas posibilidades, pues de
hacerlo, estaría quitando el único sustento del cual se sirve para justificar
sus políticas de ajuste.
Si hay un rasgo característico del discurso neoliberal en la
argentina, ha sido el de demandar ingentes esfuerzos a la ciudadanía en aras de
un “mejor futuro”, por cierto, siempre por venir. Lo real, es que la
experiencia histórica nos ha demostrado que ese “mejor futuro” nunca se
materializó con el correr del tiempo y que los sacrificios, cada vez que los
neoliberales estuvieron en el poder, se fueron expandiendo en número hasta oscurecer
nuestro presente.
Así generaciones de argentinos vieron al final de sus vidas
que el sacrificio realizado en aras de un “futuro mejor” no solo no se cumplió;
sino que malgastaron gran parte de sus vidas en soportar padecimientos que solo
conducían a incrementar sus penurias.
Lo paradójico de estas fábulas neoliberales, es que siempre
han sido muy convincentes para muchos conciudadanos. Desde “hay que pasar el invierno”
de Alvaro Alsogaray, o “al final del túnel veremos la luz”
de Martínez de Hoz, pasando por “estamos mal pero vamos bien” de
Menem-Cavallo, al de “Pobreza Cero” de Mauricio Macri.
Tal vez, porque quizá no reparamos que la única dimensión
real de la existencia: es el presente.
Y eso nos lleva a ilusionarnos con un futuro que siempre es por demás incierto
y que ni siquiera sabemos si hemos de alcanzar. De ahí que es hora de dudar de
aquellos que nos prometen un mejor futuro a expensas de un padecimiento
presente.
(1)
Economía a contramano (Alfredo Zaiat)