Tan solo han transcurrido sesenta días de un nuevo gobierno
y el rostro de nuestra república ha comenzado a desfigurarse y no solo en el aspecto institucional, hecho de
por sí sumamente grave, sino en el plano en que se nos ocurra fijar nuestra
visión.
Así por ejemplo, si nuestra mira se ciñe exclusivamente al
terreno económico hemos de observar que el camino elegido por el gobierno de
turno conduce inevitablemente a la destrucción masiva del empleo y al
empobrecimiento paulatino de nuestra población. El “proceso”, como curiosamente
lo denominó el actual jefe de gabinete, es secuencial, pues, se comenzó con los
empleados de la administración pública y se continuó inmediatamente con los trabajadores
de la actividad privada.
Claro que, paradójicamente, estamos en los inicios de la
rimbombante propuesta conocida como “pobreza cero”, lo que no requiere de
demasiada imaginación para formularnos una idea de cuál será el resultado de la
misma al cabo de los próximos meses. Lo cierto es que ya son decenas de miles
los desocupados en la argentina y las propias autoridades de gobierno están
preanunciando la continuidad de esta política de despidos. Si a esto le añadimos
la estrepitosa caída del salario que se viene produciendo, como consecuencia de
las medidas impulsadas, es lógico colegir que aquellas empresas cuyos productos
dependan de la demanda interna se verán en serios problemas de subsistencia.
Claro que no faltaran productos, al fin y al cabo, estos van a ser sustituidos a
través de las importaciones; lo que faltarán serán fábricas abiertas lo que al
parecer es una buena señal para los economistas neoliberales ya que la ausencia
de consumidores (por carecer de dinero) es un factor favorable para reducir el
alza de precios.
Ironías a parte, es fácil comprender que la política que se
viene ejecutando tiene por objetivo central configurar un elevado número de
desocupados que posibilite, por un lado, constituir lo que en otros tiempos se
denominaba el “ejército de reserva” (mano de obra desocupada dispuesta a
trabajar por salarios de hambre); y, por el otro, conminar a los trabajadores
que conservan su fuente laboral a aceptar una reducción salarial a cambio de no
verse obligado a alistarse, involuntariamente, en el mentado “ejercito”.
Bien lo acaba de manifestar el ministro de hacienda, Prat
Gay, cuando en relación al tema sostuvo: “cada gremio sabe hasta qué punto puede
arriesgar salarios a cambio de empleos”.
Se dirá, y no sin razón, que la ejecución de este modelo ya
estaba diseñada desde hace muchísimo tiempo y no cabe dudas que eso es así;
pues, basta recordar la ya olvidada frase del periodista estrella (Jorge
Lanata) del grupo monopólico en materia comunicacional, cuando ya en el año
2014 nos decía: “si viniera un tipo que
fuera verdaderamente un líder y le dice a la gente que va a ganar un 10 por
ciento menos, la gente lo aceptaría”. Obviamente, el actual presidente está
lejos de ser un líder; sin embargo, fue capaz de reducir los salarios mucho más
allá del 10 por ciento y sin necesidad de esperar la aceptación de la gente.
Esta simple referencia, pone de manifiesto que quienes
apoyaban la llegada de “los conservadores” al poder, en este caso “Cambiemos”,
sabían de antemano lo que se vendría en la Argentina. Tal vez no se imaginaron
que su llegada iba a darse en el marco de la democracia (no olvidemos los
diversos intentos desestabilizadores que tuvo que sortear el gobierno de
Cristina Fernández), no obstante, lo concreto es que el conservadurismo llego
al poder y recién estamos padeciendo las primeras consecuencias de su modelo de país.
Adam Smith, un liberal honesto y preocupado por los hombres
de su tiempo, gustaba decir que en muchas tumbas debería figurar la inscripción
“estaba
bien, quise estar mejor; ahora estoy aquí”. Semejante expresión puede
describir la situación en que se encuentran -y por desgracia, se encontraran-
muchos de nuestros compatriotas que sin estar mal, optaron por lo peor. Tal vez
los argentinos no fueron capaces de apreciar lo que tenían con anterioridad a los
comicios nacionales; que seguramente no era lo ideal, pero no existen dudas que
aun con sus falencias era lo mejor para la gran mayoría de la población.
Lo que se avecina ahora para nuestro país es, ni más ni
menos, que “la sociedad del miedo”.
El miedo es una poderosa arma de dominación política y
social, no por casualidad las grandes dictaduras se han valido del temor para
alcanzar sus deleznables objetivos. Hoy, a escasos días de gobierno, hay
sobrados indicios del retorno de los miedos. A saber: el miedo a perder el
empleo, el miedo a transitar libremente por las calles (la exigencia de portar
documentos nos retrotrae a viejas épocas represivas), el miedo a perder, como
ya acontece, la cobertura de los medicamentos en el caso de los jubilados, el
miedo a manifestarse en los espacios públicos, el miedo a ser observado en el
Facebook ya que puede acarrear serias dificultades laborales que den motivo a
ser objeto de persecución o despido. En fin, esta pluralidad de miedos seguirá
en ascenso porque es la única posibilidad que el gobierno neoliberal tiene de
consumar su propuesta.
Evidentemente los actuales funcionarios no ignoran cuan efectivo resulta el miedo para
mantener bajo control a toda una sociedad. Y, muy especialmente, para
condicionar el accionar de la clase trabajadora. No desconocen que “el miedo” además de
paralizar, es decir suspendiendo los potenciales reclamos, suele romper con los
lazos de solidaridad entre los trabajadores. Puesto que, una vez instalado,
muchos en su afán de preservar el empleo, desisten de comprometerse –áerróneamente,
por cierto- con los reclamos colectivos. No es casualidad que en las últimas movilizaciones
en reclamo de la preservación de las fuentes laborales, el método aplicado para
“disuadir” a los manifestantes, haya sido la brutal represión de esas pacíficas
marchas.
Claro que instrumentar este tipo de medidas tiene un costo
que no se circunscribe a los damnificados directos; de ahí que para ello sea
necesario “persuadir” (obviamente con la colaboración insoslayable de las
grandes corporaciones mediáticas) al resto de la sociedad que las medidas en
cuestión tienen un fundamento “racional” y si no los tuvieren, como en la
mayoría de los casos, por lo menos hay que revestirlos con cierta “apariencia
de racionalidad”. No sea cosa que el resto de la población se sensibilice ante
la desgracia ajena y comience a alzar su voz en defensa de los desamparados.
Así se pretende hacer creer que todos los despedidos son
“ñoquis” o que el déficit del estado es inconmensurable o que las políticas
aplicadas son consecuencia de la catastrófica “herencia recibida” y hasta que
el inminente acuerdo con los “Buitres” es perjudicial por la postura adoptada
por el gobierno de CFK durante su gestión. Sin duda este panorama es
extremadamente perturbador para la convivencia social y notablemente
perjudicial para la gran mayoría del pueblo argentino; pero al parecer el
gobierno no se inmuta, por el contrario, se contenta con los desmesurados
elogios provistos por el FMI que ya sabemos siempre pondera la ejecución de
políticas antinacionales.
Perlitas de mi Cia.: Los libros
Días pasados hurgando en mi biblioteca me topé con un libro impreso en el año 1971, su título “Los Ministros de Economía”, su autor el economista y periodista económico, Enrique Silverstein. Son esos libros que uno adquiere en esas librerías de textos usados pero que tienen un valor histórico porque desnudan en cierto modo los “mitos” de otras épocas. No obstante y por desgracia no han sido lo suficientemente difundidos, de lo contrario no hubiesen sido creíbles los discursos de la mayoría de los economistas neoliberales que sobrevinieron a posteriori de la impresión del libro. Lo concreto es que en su libro Silverstein va desmenuzando los discursos de los distintos ministros de economía que se sucedieron en distintos momentos históricos de nuestro país. Su estudio se desarrolla entre los años 1958 y 1970. Pues, en esos doce años tuvimos 15 ministros de economía, de los cuales 12 estaban enmarcados en el pensamiento neoliberal (recordemos que esta teoría económica tuvo lugar a partir de 1930, si bien su auge universal data de finales de los 70 y comienzos de los 80). Algunos de esos “notables” ministros son lo suficientemente conocidos para quienes gustan indagar en los pormenores de la historia. Entre ellos: Donato del Carril, Álvaro Alsogaray, Roberto Aleman, Coll Benegas, Jorge Wehbe, Federico Pinedo, Méndez Delfino, Alfredo Martínez de Hoz, Krieger Vasena, Dagnino Pastore, etc., etc. No es nuestra intención reproducir los discursos del siglo pasado pero sí vale la pena destacar los argumentos que utilizaban para justificar sus políticas, todas, sin solución de continuidad, destinadas a reducir la capacidad adquisitiva de la población y fomentar el endeudamiento externo de nuestro país.
Todos sin excepción aludían a “la pesada herencia recibida”,
todos manifestaban que “sus esfuerzos estaban encaminados a reducir la
inflación”, que “los males que aquejan al país radicaban esencialmente en el déficit fiscal”, que “la inflación era
resultado de la emisión monetaria”, que “la llegada de capitales iba a poner en
marcha la actividad productiva del país”. En fin como uno puede apreciar, las
mismas frases que en la actualidad repiten, indefectiblemente, los funcionarios
de “Cambiemos”. Es obvio que ninguno de ellos mejoró las condiciones de vida de
la población y mucho menos mejoraron los indicadores económicos del país que se
vió sumido en el subdesarrollo; sin embargo, siguieron esparciendo su nefasta
influencia sobre el quehacer económico argentino. Y en algunos casos, como el
de Martínez de Hoz y Roberto Aleman volvieron a ocupar la cartera ministerial durante
el mal llamado “Proceso de Reorganización Nacional” (eufemismo de dictadura) y en otros, como es el caso del Ing. Álvaro
Alsogaray, acompañó y asesoró toda la gestión menemista de la década del 90.
Por cierto, estos economistas han dejado de existir; pero sus discípulos integrantes,
en su momento, del equipo cavallista continúan esparciendo esas ideas cual si
fuesen saludables, ya sea en el ejercicio de sus funciones o en los medios de
comunicación. La experiencia los refuta categóricamente; sin embargo, ellos no
se inmutan ante las cámaras. Por eso resulta verdaderamente sorprendente observar
cómo, a pesar del transcurso del tiempo, el pensamiento conservador sigue apelando
a los mismos argumentos para justificar la instrumentación de políticas
antipopulares. El problema no es su falta de creatividad, sino la injustificable
tendencia a creerles por parte de un determinado sector de la población.
Lo cierto es que la política conservadora siempre nos
demanda sacrificios para alcanzar en un futuro, un presunto bienestar que, en
los hechos, no solo nunca llega; sino que empeora día tras día.
Lo real, es que durante la campaña electoral fueron, con la
ayuda mediática, aceptables “vendedores de humo” en lo inmediato; ahora ya
instalados en el gobierno son auténticos “vendedores de Humo” a largo plazo.
Claro que en esta ocasión deberíamos recordar la ilustrativa frase de John
Maynard Keynes “A largo plazo, estamos todos muertos”.
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