No son pocas las veces que nos vemos imposibilitados de comprender
ciertos y determinados hechos. Tal vez, ello obedezca a que partimos del
ingenuo supuesto de que “la razón”, por sí misma, puede desentrañar todos y cada uno de los interrogantes que nos
formulemos. Penosa creencia que nos lleva, por un lado, a minimizar el enfoque irracional en el comportamiento
humano; y por el otro, a asignarle a la razón una omnipotencia de la cual
carece. No obstante, y aun aceptando, la capacidad relativa de nuestro
entendimiento, pues, debemos intentar proceder como lo sugería el célebre
Spinoza: “no reír, no lamentar, no odiar;
sino comprender”.
Claro que la comprensión requiere despojarse de todo juicio
de valor; de lo contrario, estaríamos observando la realidad desde una
perspectiva determinada lo que, en definitiva, nos conduciría a un resultado
absolutamente distorsionado. Obviamente no es sencillo intentar situarse más
allá del bien y del mal, ni siquiera creo que sea posible despojarnos,
absolutamente, de nuestros criterios valorativos; pero la sugerencia spinozista
no deja de ser un buen método para alcanzar un mínimo de comprensión. Sin dejar
de tener presente que el método en cuestión no es infalible.
Ahora bien, vayamos a lo concreto, observemos -e intentemos
comprender- con estos parámetros la Argentina de hoy.
Por un lado, tenemos a un país que se encuentra, en el orden
externo, en pleno conflicto con un sector del poder financiero internacional
(fondos buitres con la colaboración de una parcela de la estructura judicial
estadounidense), quizá el más fuerte de los poderes a nivel global. Por el
otro, ya en su frente interno, la cercanía de un proceso eleccionario en donde
las distintas fuerzas políticas -opositoras al gobierno de turno- intentan
obstaculizar la iniciativa gubernamental y especulan con hacerlo trastabillar
permanentemente, de tal forma que vaya desgastando su performance con vistas a
los próximos comicios.
La cosa es más grave aun si tenemos en cuenta que una
fracción gremial, históricamente más abocada a “los negocios personales” que a
la defensa de los trabajadores, acompañados por una “izquierda irracional” (lo
que lamentablemente es una contradicción, puesto que lo que debe caracterizar a
una “izquierda” es el uso de la racionalidad) que observa la realidad a través
del prisma de la “ideología” pero extirpando de ella toda sustancia moral -de lo
contrario, no podrían coincidir objetivamente, como sí sucede, con las posturas
de los grandes medios hegemónicos, la Sociedad Rural, Confederaciones Rurales Argentinas,
la burocracia sindical y la franja más sólida de la concentración empresaria- se han sumado, hace tiempo, a la comitiva
opositora. Desarrollando una huelga que, si no fuese por los “piquetes” que impedían
el acceso a la Capital Federal, lugar
precisamente en el que los medios de comunicación concentran exclusivamente las
imágenes, hubiere sido de un fracaso absoluto. Ya que en el interior del país,
la repercusión fue insignificante.
Y esto no significa que la totalidad de la población
económicamente activa este a favor del gobierno; significa, lisa y
sencillamente, que el trabajador argentino pondera, en cierta medida, la
situación por la que está atravesando el país y no encuentra en “el
conglomerado opositor” alternativa alguna para mejorar la situación nacional.
Por el contrario, las encuestas señalan que la mayoría de
los argentinos apoya la firmeza del gobierno respecto de no dejarse avasallar
por “los fondos buitres”.
Sin embargo, no son pocos -y ya lo hemos manifestado en
varias ocasiones- los legisladores que abdicando de su juramento de asunción
terminan ignorando aquella promesa de defender los intereses patrióticos.
Y no es cuestión de “malvinizar” la disputa con los fondos
buitres, como bien lo hemos manifestado en otra oportunidad, el propio
parlamento británico cuestionó la sentencia del juez Griesa. Hecho éste, y
apelando a un ejercicio imaginativo, nos permitiría inferir que si
trasladásemos el parlamento en cuestión a la Argentina el gobierno hubiere
sacado la “ley del pago soberano” por unanimidad.
Paradojas de la imaginación que en ocasiones nos permite
observar lo absurdo de la realidad.
Lo cierto es que, en nuestro país, recientemente en la Cámara
de Senadores, Ernesto Sanz, uno de los eventuales candidatos presidenciales ha
sostenido que su partido la UCR (Unión Cívica Radical) rechazará el proyecto de
“Ley de pago soberano” -iniciativa que procura eludir el cumplimiento del fallo
a favor de los buitres”- al igual que su correligionario, el senador Gerardo
Morales.
Si uno apela al antecedente del senador mendocino, Ernesto
Sanz, recordará que no hace mucho (para ser precisos en octubre del 2013), y
ante una caída de los niveles de crecimiento económico, adujo la conveniencia
de que persista esa tendencia porque si la economía crecía un poco el gobierno
podía cosechar algunos votos. Es decir, no importa que la caída de la actividad
redunde en perjuicio de los argentinos; lo importante es que no beneficie al gobierno.
Qué lejos están estos “dirigentes” del más alto referente
histórico de esa institución partidaria, nos referimos a don Hipólito Yrigoyen
cuando sostuvo a principios del siglo pasado: “Cuando un militante radical es
más radical que argentino, en ese mismo momento, ha dejado de ser radical”.
Es verdaderamente lamentable, y aquí si acudimos a criterios
valorativos, la existencia de dirigentes que ponen por encima de los intereses
nacionales su codicia y ambición personal. Aun sin importarle lo que puede
llegar a ocurrirle a este país (específicamente a sus habitantes) si se acata
sumisamente el reclamo de los buitres.
Sin duda, ni el senador Sanz, ni el senador Morales, son los
únicos dirigentes que asumen una postura semejante; es dable señalar que, en términos
más amplios, “la mayoría opositora” no mide (o si lo hace, insiste en sus
mezquinos propósitos) las nefastas consecuencias que puede acarrear no poder
eludir el fallo de la “justicia” americana.
Lo cierto es que en el marco en que está inserta la República
Argentina, y la particular situación que se encuentra afrontando, resulta casi
incomprensible que los propios “nacionales” (excepto aquellos que tengan
estrechos vínculos con los “buitres”) se presten a debilitar a su propio
gobierno en semejantes circunstancias. Sin embargo, acontece.
Como vemos, no se trata de reír, lamentar u odiar; pero aun
así se hace incomprensible.