En los últimos días, en las pantallas de televisión se ha
dado una suerte de discusión en torno a la denominada “neutralidad” que algunos
representantes del mundo actoral o periodístico suelen adoptar en la disputa
que se viene llevando a cabo entre el gobierno nacional y la más grande
corporación mediática (Clarín) del país. Obviamente, quienes aducen no poseer
simpatías ni por un bando, ni por el otro; manifiestan, con cierta jactancia, adoptar una posición “imparcial” respecto de la disputa. Asignándole a
esa postura equidistante un valor en sí mismo como si se tratase de una
expresión de mesura, ajena a la generación de disputas antagónicas, y portadora
de un supuesto equilibrio que, al estar despojado de consideraciones
ideológicas, permitiría apreciar la realidad en su justa dimensión.
“Yo lo puedo decir porque no estoy con uno, ni con el
otro”, es la premisa mayor a la cual recurren los autodenominados
neutrales. Como si bastáse carecer de simpatías o vínculo alguno (sea éste
económico, axiológico, político, de parentesco, laboral, etc.) para arrogarse
la calidad de arbitro imparcial en una disputa entre distintas partes.
En el terreno jurídico, no existen dudas que la
imparcialidad de los jueces es condición necesaria para intervenir en un litigio;
pero es dable destacar que, en un conflicto legal el juez interviniente se
aboca a un estudio minucioso de los hechos acaecidos, intenta desenmarañar el
móvil que determino la conducta de los involucrados, indaga sobre las distintos
elementos probatorios que se presentan en la causa, presta oídos a las
distintas partes en pugna y luego de verificar y contrastar los hechos con las
disposiciones legales vigentes emite la sentencia respectiva.
No es este, precisamente, el proceder de los denominados “jueces
de opinión” que vierten lo que “piensan” sobre un conflicto sin reparar en los
orígenes de la disputa, los intereses en pugna, la legitimidad para actuar; o como en esta ocasión, si existe (o no) abuso de
posición dominante, si se utiliza la cadena de medios para manipular o
distorsionar el contenido de la información, etc., etc. Es decir, emiten un
parecer sin ahondar en las circunstancias del caso; como si el individuo estuviera facultado para
captar, a simple vista, la realidad de manera directa e inmediata.
Ya los antiguos pensadores griegos quinientos siglos antes
de Cristo establecían una persistente distinción entre el camino de la verdad y
el camino de la creencia u opinión. Pues, éste último no requiere de esfuerzo
cognitivo alguno, ni si quiera exige conocer las causas que configuran el
entramado de un conflicto; solo se transita vertiendo opiniones ligeras que
-con escaso o nulo fundamento reflexivo- podemos exteriorizar desde una visión
simplificada de la realidad.
Por supuesto, no faltan aquellos que suponen, que si a una
mera opinión le añadimos el calificativo de “neutral” es como si se cerrase el
círculo de “la veracidad”. Sin embargo, contrariamente a lo que se cree, nada
más lejos de ella.
Tal vez en algo tenía razón Oscar Wilde cuando afirmaba: “Solo se puede dar una opinión imparcial respecto de las cosas que no nos interesan. Por eso las opiniones imparciales carecen de valor”.
Tal vez en algo tenía razón Oscar Wilde cuando afirmaba: “Solo se puede dar una opinión imparcial respecto de las cosas que no nos interesan. Por eso las opiniones imparciales carecen de valor”.
Es preciso reconocer que, la neutralidad absoluta solo
existe en el terreno de las abstracciones; ni aun aquellos que decidieron
transitar “el camino de la verdad” están exentos de incurrir en apreciaciones
subjetivas. Nuestra experiencia de vida, nuestra formación, nuestros valores o
disvalores, nuestras creencias, nuestra cultura y hasta nuestro lenguaje,
inciden en la manera de ver las cosas. Es decir, exigir absoluta objetividad a
un Sujeto, es como exigirle un mínimo de reflexión a un Objeto. De ahí que
jamás podríamos ser absolutamente neutrales u objetivos; solo quienes carecen
de historia podrían asumir esa condición. Y, sin lugar a dudas, los humanos somos sujetos históricos.
A propósito de historia veamos, suscintamente, como se origina la disputa Gobierno vs Clarín. Esta confrontación tuvo lugar a partir de que el gobierno adoptara
medidas que atentaban contra el nivel de ingresos del multimedios; que abusando
de su posición dominante monopolizaba -y en cierto modo, aun lo sigue haciendo-
el mercado de la información política y deportiva.
Tal era el dominio absoluto que este grupo económico poseía
sobre la información -y por ende, sobre “los informados”- que los gobiernos,
que le precedieron a Néstor kirchner, una vez que accedían al poder político se
sentaban con los directivos de la empresa (Clarín) a negociar no solo la
millonaria pauta publicitaria oficial; sino a consensuar que beneficios habrían
de otorgarle para que el multimedio no comenzará desde sus emisoras de TV,
radios y periódicos a "difamar" al gobierno de turno y debilitarlo en el ejercicio
de sus funciones. Esto posibilitó que el "Grupo" en cuestión creciera vertiginosamente con el correr de los años y la capacidad de desarrollo se vio promovida por su "poder (des)informativo". Concretamente, al monopolizar la información condicionaban la
manera “de ver las cosas” por parte de la opinión pública generando -y esto más
allá de los aciertos o ineptitudes de los respectivos gobiernos-, segun se acordase, una
posición a favor o contraria a los gobernantes de turno si éstos accedían, o no, a satisfacer su voracidad
mercantil. Nadie desconoce aquel viejo enunciado de hierro: "Ningún gobierno resiste tres tapas adversas de Clarín".
Así el Grupo fue creciendo sistemáticamente con el correr de los
años, hasta llegar a constituirse en un imperio mediático con inversiones en
diferentes áreas de la estructura económica.
Con la llegada de Néstor Kirchner
al poder tuvieron una primera etapa de ausencia de conflictos; más,
posteriormente, con la decisión gubernamental (durante la gestión de Cristina
Fernández de Kirchner) de sancionar una nueva “ley de medios” de contenido esencialmente
democrático y de establecer la programación masiva y gratuita de “Fútbol para
todos” comenzaron las acérrimas disputas. Y era lógico preverlo, esta última
decisión le arrancó al multimedio un multimillonario negocio que condenaba a
los mas pobres a no poder ver los partidos de fútbol en directo sino estaban
asociados a una señal de cable (Cablevisión) que requería el pago de un abono
mensual, más un plus por cada partido que se decodificaba. Posteriormente, otra justa
decisión del gobierno exasperó aún más los ánimos del Grupo Clarín;
concretamente la de investigar "las irregularidades" bajo las cuales se hizo la venta de Papel
Prensa durante la dictadura militar.
Claro que, en esa oportunidad no estuvo solo en la
denominada "apropiación" de la empresa; por el contrario, fue acompañado por
otros significativos socios del mundo comunicacional. Entre ellos los
representantes de un centenario periódico argentino “La Nación”, que
históricamente ha sido el vocero más enfático del establishment agro-financiero
de nuestro país.
Lo cierto es que, en el marco de éste contexto donde la
Corporación Mediática monopolizaba la información y ejercía el control del
pensamiento ciudadano a través de “la opinión publicada”, condicionando
de esa manera a los distintos gobernantes; se dio esta disputa merced a que un
gobierno democrático osó, por primera vez en décadas, recortarle el poder a
quienes se arrogaban, hasta hace muy poco, de ser “los dueños del país”.
Y aquí viene la pregunta de rigor: ¿Se puede ser “neutral” conociendo estas circunstancias? ¿Acaso la supuesta “neutralidad” no implica una toma
de posición por el estado de cosas dado?
Ante una confrontación de estas características donde una
Corporación privada se arroga la facultad de desobedecer a un gobierno, de
intentar dañarlo recurrentemente con información falsa o distorsionada, de atribuirse estar por
encima de los poderes preestablecidos en nuestra Constitución: ¿Se puede ser
neutral? Creo, y más allá de la buena fe que puede motivar a quienes
deciden no comprometerse en la disputa, el asumir una posición de “neutralidad”
equivale a estar a favor del poder corporativo; lo que en última instancia, es estar a favor de la desnaturalización de la democracia.
Por otra parte, si ante una injusticia somos neutrales, nos guste o no, estamos reafirmando la inequidad. Si ante quienes quieren retrotraer la situación del país al momento en que el Poder Mediático manejaba a piacere los destinos de la nación, manteniendo cautiva a la población con su monopolio informativo, nosotros optamos por permanecer ajenos a la cuestión: ¿Podemos considerarnos auténticamente neutrales?
Por otra parte, si ante una injusticia somos neutrales, nos guste o no, estamos reafirmando la inequidad. Si ante quienes quieren retrotraer la situación del país al momento en que el Poder Mediático manejaba a piacere los destinos de la nación, manteniendo cautiva a la población con su monopolio informativo, nosotros optamos por permanecer ajenos a la cuestión: ¿Podemos considerarnos auténticamente neutrales?
Evidentemente no. La neutralidad en este caso sería estar
a favor del Status Quo; o peor aun, estar del lado de quienes se sienten los dueños del país. Por ende, en esta ocasión no hay lugar para "la neutralidad".
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